De la oración, a la compasión - Alfa y Omega

De la oración, a la compasión

Domingo XVIII del tiempo ordinario

Amadeo Rodríguez Magro

Como no se puede desperdiciar absolutamente nada de lo escrito en los evangelios, les recomiendo que se fijen bien en todo lo que sucede en esta jornada de Jesús, a la que nos estamos acercando. Al leer el texto de corrido, es posible que toda nuestra atención se fije en el momento más espectacular, que no es otro que la multiplicación de los panes y los peces. Antes, sin embargo, ha sucedido algo decisivo para lo que Jesús hará después. Con sus discípulos, Jesús está junto al lago de Tiberiades, que conoce como la palma de su mano. Por eso elige un sitio tranquilo y apartado. Se va a ese lugar para el silencio y la oración. De hecho, no es ésta ni la primera ni la última vez que lo hace; al contrario, en Él es una práctica habitual: en el silencio cultiva su comunicación con su Padre. En realidad, en la vida de Jesús todo pasaba por la oración. Se trata, por supuesto, de una oración para mejor vivir el amor y el servicio. Por eso, tras la oración, le vemos siempre abierto a los otros.

Por ejemplo, en esta jornada que comentamos, de la oración pasa a la compasión: «Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos». En los milagros expresa toda la fuerza de su misericordia, la que ha cultivado en su encuentro con el Padre misericordioso. Se puede decir que los milagros nacen en el corazón de Cristo, siempre unido en el amor al de su Padre, que es un corazón para los pobres. En este caso, Jesús, como dirá san Ignacio de Antioquia, muestra su compasión «como médico de los cuerpos y de las almas».

Pues bien, con estos precedentes llegamos al milagro de la multiplicación de los panes y los peces. También éste lo provoca la compasión del Señor hacia la multitud que le sigue. Ante la sugerencia de los discípulos de que despida a todos, Jesús les dice: «Dadles vosotros de comer», pues no está bien que os queráis quitar de encima a tanta gente hambrienta. Al contrario, debéis hacer algo por ellos. Y así fue: con sus cinco panes y dos peces, es decir, con la cooperación de los discípulos, Jesús alimenta a los cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. A todos los reunirá y, tras bendecir el alimento, por medio de sus discípulos, que hacen el reparto, Jesús satisface el hambre de aquella gente. Y lo hace, en efecto, con la contribución de nuestra generosidad.

ús nos está diciendo que la Iglesia es la pradera universal y fraterna que ha de sentar a todos los necesitados de alimento espiritual y material. Esos comensales alimentados por Jesús representan el gran sueño de una Humanidad en la que cada uno recibe lo que necesita. Es decir, representa la tarea de los cristianos de contribuir a un mundo más justo y con más amor entre los seres humanos. De hecho, la Iglesia sigue escuchando el mandato de Jesús de dar de comer al hambriento, y por eso sigue haciendo cada día milagros de caridad. Eso sucede porque los cristianos alimentan su fe en la oración; pues es en el corazón de Cristo donde se carga el nuestro de compasión y generosidad.

Evangelio / Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar, vio Jesús una multitud, se compadeció de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

«Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».

Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».

Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».

Les dijo: «Traédmelos».

óa la gente que se recostará en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.