40 años del atentado contra san Juan Pablo II
Se cumplen 40 años del atentado contra san Juan Pablo II en el Vaticano. «Desde ese día sé lo que sintió Juan cuando sostuvo en sus brazos el cuerpo de Cristo bajado de la cruz», ha asegurado el que fue su secretario personal, cardenal Dziwisz, a Avvenire
Era el 13 de mayo de 1981, festividad de la Virgen de Fátima. Juan Pablo II recorría la Plaza de San Pedro, saludando y bendiciendo a la multitud de personas que le aclamaban. De pronto, cuatro disparos, procedentes de la pistola del turco Alí Agca, abatieron al Santo Padre. «Con un disparo en el abdomen, se desplomó en el automóvil descubierto en el que viajaba por la plaza. Fueron momentos frenéticos», recuerda Alessandro Gisotti en Vatican News.
Desde el perímetro vaticano la oración «se extendió en rápidos círculos concéntricos hasta abrazar el mundo entero», añade. Rezar fue «el movimiento espontáneo de millones de personas en cuanto supieron que el Papa se debatía entre la vida y la muerte». Recuerda Gisotti que también rezaba en aquellas horas el padre Jorge Mario Bergoglio, que en aquella época era rector del Colegio Máximo de San José en San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. El Papa Francisco comparte hoy un recuerdo de aquel 13 de mayo: «se encontraba en la Nunciatura Apostólica en Argentina, antes del almuerzo, con el nuncio Ubaldo Calabresi y el padre venezolano Ugalde. Fue el entonces Secretario de la Nunciatura, Claudio Maria Celli, quien le comunicó la terrible noticia».
Cuatro días después del atentado, el hoy santo Juan Pablo II habló a la hora del Regina caeli desde la habitación del Gemelli. Aseguró ante millones de personas su perdón al agresor: «Rezo por el hermano que me ha disparado, al que he perdonado sinceramente». El 27 de diciembre de 1983 Juan Pablo II visitó a Ali Agca en la prisión de Rebibbia. «Nos hemos reunido como hombres y como hermanos, porque todos somos hermanos y todos los acontecimientos de nuestra vida deben confirmar esa hermandad que proviene del hecho de que Dios es nuestro Padre», señaló tras el encuentro.
«Dese ese día sé lo que sintió Juan»
«Todavía sigo sintiendo su cuerpo resbalar como paralizado y caer en mis brazos», ha recordado el cardenal Stanislaw Dziwisz al diario Avvenire. Secretario personal del Papa hasta su muerte, ese día, como siempre, estaba a su lado. «Veo su sangre goteando sobre su túnica papal blanca, manchándome las manos y la ropa. También escucho una repetición cada vez más débil de la invocación: «¡Oh María, oh Madre mía!»». «Desde ese día sé ya lo que sintió el apóstol Juan cuando sostuvo en sus brazos el cuerpo de Cristo bajado de la cruz».
Hoy el cardenal Dziwisz tiene 82 años y dejó el liderazgo de la diócesis de Cracovia en 2016, después de acoger la Jornada Mundial de la Juventud y la visita del Papa Francisco. «Nunca podré olvidar el sonido de los disparos del atacante, que en un solo momento podrían haber puesto punto y final a ese extraordinario pontificado», confiesa al periódico italiano. Otras imágenes pasan ante sus ojos: «La terrible carrera en el tiempo para no perder la vida»; «el personal médico y todos los servicios y personas cuya colaboración permitió la salvación de san Juan Pablo II» y la gran cadena de oración que unió al mundo.
40 años después, el cardenal Dziwisz no puede evitar pensar qué habría pasado si el atentado del asesino turco hubiera puesto fin a la vida del Papa. «Qué pobre y diferente habría sido el mundo y nuestra Polonia, sin su testimonio de fe y su doctrina, sin sus indicaciones y sus advertencias ante los peligros que pueden amenazarnos en el mundo contemporáneo».
La mano de la Virgen de Fátima
El intento de asesinato lugar 64 años después de las apariciones de la Virgen a los tres pastorcillos. Desde su cama, el Pontífice leyó el Tercer Secreto, que, hasta entonces, solo los Papas conocían y que después fue publicado.
Escrito por sor Lucía, describía la visión del Santo Padre «afligido por el sufrimiento y la pena», rezando «por el alma de los cadáveres que encontraba en el camino». Al llegar a la cima del monte, «cayó muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros y flechas». También la pequeña Jacinta había visto al Santo Padre: «Estaba de rodillas, ante una pequeña mesa, la cabeza entre las manos, y lloraba. Fuera había una gran multitud. Unos arrojaban piedras, otros maldecían y decían toda clase de injurias. ¡Pobre Santo Padre! Tenemos que rezar por él». Unos días más tarde, vio de nuevo al Papa; esta vez se hallaba en una gran basílica «y él consagraba el mundo entero al Corazón Inmaculado de María».
El 13 de mayo de 2000, cuando Juan Pablo II beatificó a Francisco y a Jacinta, no perdió ocasión de manifestar su agradecimiento a la Virgen por haber impedido que fuera asesinado: «Una mano disparó y otra condujo la bala», dijo al escritor francés André Frossard. O al reanudar las audiencias generales en la plaza de San Pedro, después de cinco meses de interrupción, aseguró: «Experimenté en todo lo ocurrido la extraordinaria protección maternal que demostró ser más fuerte que el mortal proyectil».