40 años de Roe vs. Wade, de la Marcha por la vida y del aborto libre en Estados Unidos. 55 millones de vidas perdidas
Hace 40 años, el Tribunal Supremo de Estados Unidos hizo públicas dos sentencias que, en la práctica, legalizaron el aborto libre en todo el país. Desde entonces, el movimiento provida no ha dejado de luchar para acabar con esa lacra que se ha cobrado 55 millones de vidas. Entre sus muchas victorias, está el que la sociedad no haya hecho las paces con el aborto
El 22 de enero de 1973, el Tribunal Supremo de Estados Unidos pronunció sus sentencias para los casos Roe vs. Wade y Doe vs. Bolton. En ellas, los magistrados situaban el aborto dentro del derecho de la mujer a la privacidad, y abolían las restricciones estatales a la terminación del embarazo. El presidente del Comité de Actividades Provida de la Conferencia Episcopal Estadounidense, cardenal Sean O’Malley, ha recordado estos días que, «sin fundamento en la Constitución, en la ley o en los derechos humanos», estas decisiones han hecho posible que 55 millones de niños no hayan tenido la oportunidad de nacer. «La magnitud de esta pérdida es impactante, y, sin embargo, el Tribunal y muchos en nuestra sociedad la relegan a una decisión personal».
Mañana, Washington D. C. acoge la Marcha por la vida. Cada año, desde ese fatídico 22 de enero, cada vez más personas de todo el país viajan cientos o miles de kilómetros, y hacen frente al frío de enero, para prestar su voz a los no nacidos. Hace dos años, se batió el récord con 400.000 asistentes. La convocatoria ha crecido, e incluye varios días de eventos de todo tipo. También la Iglesia se hace presente, y este año ha convocado una novena de oración y sacrificios, que comenzó el sábado pasado. «El mal del aborto —ha explicado el cardenal O’Malley— inflige un daño inimaginable, pero Jesús nos ofrece curación y renovación. No vino a condenarnos, sino a liberarnos de la carga del mal que hemos hecho».
Un debate que no desaparece
Las Marchas por la vida, celebradas año tras año durante cuatro décadas, son el mejor símbolo de la incansable labor del movimiento provida estadounidense. A través de su perseverancia, han logrado algo por lo que, en los años 70 del último siglo, pocos apostaban: que el debate sobre la vida humana, lejos de quedar zanjado, se haya mantenido en primera línea de la vida social y política.
En este tiempo, no han dejado de aprender. Uno de los cambios fundamentales ha sido tomar conciencia de que la mujer que se plantea abortar vive su embarazo como una verdadera amenaza, y que los mensajes que sólo se centran en el no nacido como víctima la ponen a la defensiva, y acentúan ese sentimiento de o él, o yo. Por eso, desde hace años muchos esfuerzos se centran en ayudar y acompañar a la mujer para salvar del aborto tanto a ella como a su hijo. Al mismo tiempo, en el seno del movimiento han surgido diversas iniciativas para atender cuestiones tan diversas como la sanación del síndrome post-aborto, la oración, la acción política y mediática, la investigación de las ilegalidades que cometen los centros abortistas, e incluso la atención a los trabajadores de la industria del aborto.
Además de los miles de vidas salvadas, otro logro del movimiento es la aprobación, en los Estados, de medidas destinadas a reducir esta lacra: límites a los abortos tardíos, períodos de reflexión, obligación de que las mujeres vean una ecografía de su hijo, consentimiento paterno en el caso de menores… Desde 2010, 24 Estados han adoptado 90 medidas así. Otro frente es conseguir que se retire la financiación pública a la principal entidad abortista, Planned Parenthood, como acaba de ocurrir en Texas. Así, paso a paso, entre 1982 y 2008, el número de establecimientos abortistas ha pasado de 2.908 a 1.793. En cuatro Estados, sólo queda uno.
¿Qué es ser provida?
El otro gran frente de batalla es la opinión pública, y la situación es ambigua. En 1995, cuando la demoscópica Gallup preguntó por primera vez, el 56 % de los encuestados se declaraba pro-elección, frente a un 33 % de provida. En 2009, las tornas cambiaron, y el año pasado había un 50 % provida y un 41 % pro-elección. Pero, etiquetas aparte, en el fondo las opiniones se mantienen. Casi la mitad (47 %) afirma que abortar está moralmente mal, pero, a pesar de ello, el 52 % opina que debería ser legal «en algunas circunstancias»; el 25 % considera que debe permitirse siempre, y el 20 % defiende prohibirlo. Los datos del Centro de Investigación Pew confirman este reparto: el 29 % de la población quiere que se revoque la sentencia Roe vs. Wade (en 1992, eran el 34 %), y el 63 % (60 % en 1992) la apoya.
Con todo, los provida tienen una baza a su favor: su firmeza. Los mismos abortistas constatan que los defensores del no nacido son más jóvenes y más comprometidos. Si, según el Centro Pew, el porcentaje de personas que consideran que el aborto es una cuestión crítica o importante ha descendido 21 puntos desde 2006, y está en el 45 %, entre los partidarios de revocar la sentencia, es el 74% los que dan importancia a esta cuestión. También se quejan sus partidarios de que es difícil normalizar el aborto cuando pocas mujeres hablan públicamente del suyo, si no es para mostrar arrepentimiento. Las mismas Jane Roe y Mary Doe, que en realidad se llaman Norma McCorvey y Sandra Cano y no abortaron, lamentan el papel que jugaron y hoy son activistas provida.
Muchas implicaciones
En declive o no, el lobby abortista ha decidido contraatacar y reinventarse. La semana pasada, anunció que abandonan el término pro-elección —con el que la población se identifica cada vez menos—, y han adoptado un tono alarmista sobre los avances de los provida. El reto de éstos, por su parte, es conseguir que quienes opinan que el aborto está mal obren en consecuencia. De sus estrategias, victorias y derrotas no dependen sólo los no nacidos de ese país. Tanto un bando como otro son referentes a nivel mundial, y las grandes entidades abortistas como Planned Parenthood, además, promueven activamente el aborto en multitud de países. En el ámbito político, la postura de cada Gobierno sobre el aborto ha afectado también a su política exterior.
Toda esta historia puede repetirse. Las sentencias del Tribunal Supremo de 1973, en la práctica, legalizaron el aborto en todo el país. 40 años después, las miradas vuelven a centrarse en este Tribunal, que a partir de marzo juzgará la constitucionalidad de las leyes —estatales y federal— que definen el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Una sentencia favorable al lobby gay equipararía matrimonio y uniones homosexuales a nivel federal, y obligaría a 30 Estados a cambiar sus Constituciones. De ser así, como en el caso del aborto, los defensores de la familia deberán trabajar duro durante décadas para tratar de solventar el daño causado.
La labor de los obispos estadounidenses en defensa de la vida y la familia está ligada, desde hace más de un año, a la defensa de la libertad religiosa. La Iglesia católica, con el apoyo de otras confesiones, ha jugado un papel clave en la oposición al mandato, incluido en la reforma sanitaria de Obama, que obliga a todos los empleadores a contratar seguros médicos que cubran todas las formas de contracepción —incluidos fármacos abortivos—, aunque esté en contra de sus creencias. Además de su labor divulgativa y de oración, 43 instituciones católicas —incluidas diócesis y universidades— presentaron demandas contra el mandato, que se unían a otras ya existentes. Ya se ven los primeros frutos, aún provisionales: las demandas de la diócesis de Nueva York y de dos compañías han sido admitidas a trámite, y en algunos casos, además, se ha suspendido cautelarmente la obligatoriedad del mandato.