«Remordimiento y vergüenza»: La COMECE sobre Iglesia y nacionalismo en la I Guerra Mundial - Alfa y Omega

«Remordimiento y vergüenza»: La COMECE sobre Iglesia y nacionalismo en la I Guerra Mundial

«Un recuerdo teñido de remordimiento y vergüenza». Así definen los obispos de la Comisión de las Conferencias episcopales de la Comunidad Europea (COMECE) el hecho de que, en el marco de la I Guerra Mundial, «incluso los hombres de Iglesia atizaron los fuegos del conflicto y avivaron la pasión nacionalista». Recoge estas palabras el mensaje final de la peregrinación que hizo la COMECE este martes a Verdun para conmemorar el centenario de la Gran Guerra. El mensaje recuerda también la estoica y persistente defensa de la paz del Papa Benedicto XV. Como él, los obispos de Europa renuevan su compromiso «de ayudar a Europa a recuperar las raíces evangélicas de su identidad, a apreciar de nuevo los valores -muchos de ellos profundamente cristianos- que la ligan como comunidad, y a promover un futuro donde reinen la paz y la justicia»

COMECE

Hoy, obispos de todo el continente de Europa visitamos Verdun como peregrinos, para marcar el centenario del estallido de la I Guerra Mundial. Se celebraron dos sencillos servicios de oración en el Osario de Douaumont, y obispos a título individual colocaron lámparas votivas en la capilla del osario, donde reposan los huesos de 130.000 soldados desconocidos. En la catedral de Notre-Dame de Verdún celebramos las Vísperas por los Difuntos. Nuestra visita marcó para nosotros un momento para hacer balance espiritual, echando la vista un siglo atrás, a cuando la luz y la oscuridad lucharon en Europa como en ningún otro período en su largo, ajetreado y con frecuencia trágico pasado.

Recordamos a los caídos y todavía nos paraliza el recuerdo de la magnitud de la pérdida humana que generó el conflicto: casi un millón de soldados murieron en la Batalla de Verdún. Lo que nos impacta es el puro disparate de la guerra y la lástima de todo ello. En el amanecer del siglo XX, los destinos de las naciones en Europa estaban íntimamente entrelazados, y la I Guerra Mundial no debería haber ocurrido.

Intercedemos por todas las víctimas de la guerra y de los conflictos armados, militares y civiles, y pedimos por la paz en nuestro mundo.

Recordamos con gratitud los logros del proyecto europeo y la forma en que la visión de los padres fundadores de la Unión Europea y aquellos a los que inspiraron a lo largo de los años ha contribuido a la paz y al entendimiento entre las naciones que con tanta frecuencia recurrían al conflicto armado en el pasado, y todavía lo hacen en nuestros días, como forma de resolver sus diferencias.

Oramos por los difuntos y por la salvación de sus almas, desde una fe profunda en la resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo y en la promesa de la vida eterna para todos y cada uno de nosotros más allá del horizonte de nuestro viaje terreno.

Como obispos, de las iglesias locales de toda Europa, somos conscientes de que venimos de países de nuestro continente, algunos de los cuales hace un siglo y con demasiada frecuencia incluso más recientemente se han hecho la guerra unos a otros. Sobriamente recordamos cómo incluso los hombres de Iglesia atizaron los fuegos del conflicto y avivaron la pasión nacionalista: es un recuerdo teñido de remordimiento y vergüenza. Pero también recordamos cómo el Papa Benedicto XV defendió estoica y persistentemente el cese de las armas y promovió la paz.

Nuestra visita como peregrinos a Verdun nos resuelve aún más, como obispos, en nuestro compromiso de ayudar a Europa a recuperar las raíces evangélicas de su identidad, a apreciar de nuevo los valores -muchos de ellos profundamente cristianos- que la ligan como comunidad, y a promover un futuro para todos los ciudadanos de Europa y para el resto del mundo donde reinen la paz y la justicia.

Inspirados por la alegría del mensaje del Evangelio, nuestro encuentro se cerró con la esperanza de un futuro pacífico para toda la humanidad.