Reacción contra el suicidio colectivo - Alfa y Omega

Reacción contra el suicidio colectivo

Redacción

La sociedad mundial, por supuesto la europea, y, si se me apura, la de ese club de los ricos que es la OCDE, y desde luego la española, experimentan en estos momentos un conjunto de golpes a sus valores tradicionales que se deriva de su vinculación, cada día más fuerte, con lo que Galbraith atinó a denominar la affluent society, o sea, la sociedad de lo copioso, o, como tradujo para siempre Estapé, la sociedad opulenta. Una de sus características es poner en primer lugar de sus apetencias los bienes y servicios divisibles, los que se pueden adquirir en el mercado. Al mismo tiempo, desprecian los indivisibles, que van desde contemplar tranquilamente una puesta de sol, conversar con unos amigos, y, desde luego, acudir a alguna actividad religiosa. Igualmente se abomina de todo lo que pueda significar un esfuerzo que no tenga, de modo inmediato, una compensación importante, y que ésta se relacione, además, con el mercado, esto es, que se pueda valorar en dinero, e intercambiar por ello, en el mercado. Simultáneamente, esta sociedad opulenta crea, para los jóvenes, un ambiente favorable para que los procesos de trivialización intelectual avancen. Esto es, crea una sociedad de masas, en la que el pecado máximo es el ser diferentes. Conviene, para comprender la gravedad de todo esto, volver, una y otra vez, al texto de Ortega La rebelión de las masas.

Esta situación avanza de modo impresionante. Los efectos los vemos por doquier. La familia está en retroceso evidente, con lo que los viejos quedan solitarios. Aquello que antaño era vituperado si sucedía, ahora parece lo más normal del mundo. Otro dato complementario es la caída de la natalidad, de modo vertical además. Concretamente, es curioso observar, por ejemplo en España, cómo la llegada de inmigrantes generó, en principio, un auge en el número de hijos por mujer en edad fértil, pero, casi de modo inmediato, ese dato ha pasado a disminuir y a homologarse con el español. Los datos conocidos del índice de percepción de la corrupción, el aumento de la economía criminal, los porcentajes que van hacia arriba de alcohólicos, de drogadictos, o fenómenos tan descalificadores como los de fiestas en ambientes universitarios que se vinculan con lo que se denomina el botellón, muestran que el derrumbamiento social, generado por un previo e impresionante desarrollo material, parece imparable. En 2007, alcanzamos cifras espléndidas de PIB por habitante, ¡pero qué derivados las acompañan!

Si esto continúa, por supuesto que quedan chicas las profecías sobre la decadencia de Occidente, de Spengler. Un corolario, bien visible en España, ha sido la vinculación de todo esto con una fuerte propaganda anticlerical, con una reducción de las exigencias en el ámbito educativo, y con una alabanza insidiosa de esta nueva realidad. Y en el caso español, para que la destrucción psicológica sea mayor, todo se agrava como consecuencia de una pésima política económica que ha acentuado el impacto de la crisis financiera mundial, con un formidable desempleo juvenil, que parece indicar que carece de sentido todo esfuerzo. Se precisa, pues, un revulsivo. Como siempre, ha de salir de minorías conscientes del problema, y valientes además. La frase de Juan Ramón Jiménez: A la minoría, siempre, tiene un papel actual importante. Esa minoría, hoy, se alberga, por un lado, en algunos grupos de gente mayor, con escaso impacto en los jóvenes, que son los que han de llevar la antorcha de la reforma. Por eso es preciso que esa minoría decisiva se albergue en los jóvenes, pues, por ello, será más fácil que así se atine a ser valiente y a enfrentarse con la realidad social preponderante.

Más de una vez, estas minorías, con esos ideales, se han movido en ambientes políticos. ¡Ojalá que esto pueda resucitar! Pero lo que aún permanece, concretamente para España, es la posible acción de la juventud en pro de exigencias y de defensas de los valores religiosos de la Iglesia católica, esos que, por cierto, impregnan el ser básico español desde los tiempos de la cultura hispanorromana, nada menos. Sin embargo, para que esto aflore, se precisa de un revulsivo colosal. Puede éste proceder de la Jornada Mundial de la Juventud, porque los españoles jóvenes, en ella, aprenderán cómo, en otros lugares, los valores que aquí se arrumban son no sólo respetados, sino que se busca su consolidación y se atina en ello más de una vez.

Es excelente que sea el protagonista de estas Jornadas una persona de la talla intelectual de Benedicto XVI, quien, por ejemplo, tanto consiguió con la juventud en su etapa de profesor universitario, concretamente en Munich, y quien ahora lanza ya mensajes adecuados una y otra vez. Esperemos que se convierta en un catalizador persistente para que los jóvenes españoles comiencen, masivamente, y movidos por esos mensajes y ejemplos, a reaccionar de un modo tal que eviten ese suicidio colectivo que indudablemente nos amenaza.