El alfabeto de los obispos y sacerdotes creíbles - Alfa y Omega

El alfabeto de los obispos y sacerdotes creíbles

¿Qué se pide a los ministros de la Iglesia para que puedan vivir en modo auténtico y fecundo el propio servicio? En concreto, para el Santo Padre, la acogida, la sobriedad, la paciencia…

Redacción

¿Qué se pide a los ministros de la Iglesia para que puedan vivir en modo auténtico y fecundo el propio servicio? En concreto, para el Santo Padre, la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la fiabilidad y la bondad de corazón son «el alfabeto, la gramática de base de todo ministerio», sin las cuales «no es posible ofrecer un servicio y un testimonio de verdad alegría y creíble», dijo el Papa Francisco en la catequesis enmarcada en la Audiencia General de los miércoles.

Asimismo, el Papa recalcó que «uno no es obispo, sacerdote o diácono porque sea más inteligente, más bueno y mejor que los otros, sino sólo en virtud de un don de amor prodigado por Dios, para el bien de su pueblo», por lo que «nunca podrá asumir una actitud autoritaria» ni caer en la tentación «de la vanidad, del orgullo, de la suficiencia, de la soberbia. ¡Ay si un obispo, sacerdote o diácono pensase que lo sabe todo, que siempre tiene la respuesta justa para cada cosa y que no necesita de nadie!», exclamó el Papa.

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis anterior hemos evidenciado cómo el Señor continúa apacentando a su rebaño a través del ministerio de los obispos, ayudados por los presbíteros y por los diáconos. Es en ellos que Jesús se hace presente, en la potencia de su Espíritu y continúa sirviendo a la Iglesia, alimentando en ella la fe, la esperanza y el testimonio de la caridad. Estos ministerios constituyen, por lo tanto, un don grande del Señor para toda comunidad cristiana y para la Iglesia entera, porque son un signo vivo de su presencia y de su amor. Hoy queremos preguntarnos: ¿qué se pide a estos ministros de la Iglesia para que puedan vivir en modo auténtico y fecundo el propio servicio?

En las Cartas pastorales enviadas a sus discípulos Timoteo y Tito, el apóstol Pablo se detiene con atención sobre la figura de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, también sobre la figura de los fieles, de los ancianos, de los jóvenes. Se detiene en una descripción de cada cristiano de la Iglesia, delineando, para los obispos, presbíteros y diáconos, aquello a lo que ellos son llamados y las prerrogativas que deben ser reconocidas en los que son elegidos e investidos con estos ministerios.  Ahora, es emblemático cómo, junto a las dotes inherentes a la fe y la vida espiritual, que no pueden ser descuidadas en la vida, sean enumeradas algunas cualidades exquisitamente humanas: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la fiabilidad, la bondad de corazón. Repito: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la fiabilidad, la bondad de corazón. ¡Éste es el alfabeto, la gramática de base de todo ministerio! ¡Debe ser la gramática de base de todo obispo, de todo sacerdote, de todo diácono! Sí, porque sin esta predisposición bella y genuina a encontrar, a conocer, a dialogar, a apreciar y a relacionarse con los hermanos en modo respetuoso y sincero, no es posible ofrecer un servicio y un testimonio de verdad alegría y creíble.

Está luego una actitud de fondo que Pablo recomienda a sus discípulos y, en consecuencia, a todos los que son envestidos del ministerio episcopal, ya sean obispos, sacerdotes, presbíteros o diáconos. El apóstol exhorta a reanimar continuamente el don recibido (cfr. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6). Esto significa que debe ser siempre viva la conciencia de que no se es obispos, sacerdotes o diáconos porque se es más inteligentes, más buenos y mejores que los otros, sino sólo en virtud de un don, un don de amor prodigado por Dios, en la potencia de su Espíritu, para el bien de su pueblo. Esta conciencia es verdaderamente importante y constituye una gracia que hay que pedir cada día. De hecho, un pastor que es consciente de que su propio ministerio proviene únicamente de la misericordia y del corazón de Dios, nunca podrá asumir una actitud autoritaria, como si todos estuvieran a sus pies y la comunidad fuera de su propiedad, su reino personal.

La conciencia de que todo es un don, todo es don, todo es gracia, ayuda a un pastor también a no caer en la tentación de ponerse en el centro de la atención y de confiar sólo en sí mismo: son las tentaciones de la vanidad, del orgullo, de la suficiencia, de la soberbia. ¡Ay si un obispo, sacerdote o diácono pensase que lo sabe todo, que siempre tiene la respuesta justa para cada cosa y que no necesita de nadie! Por el contrario, la conciencia de ser él, primero, objeto de la misericordia y de la compasión de Dios debe llevar a un ministro de la Iglesia a ser siempre humilde y comprensivo para con los demás. Aún en la conciencia de ser llamado a custodiar con valentía el depósito de la fe (1 Tim 6, 20), él se pondrá en escucha de la gente. Es consciente, de hecho, que siempre tiene algo que aprender, incluso de aquellos que pueden estar todavía alejados de la fe y de la Iglesia. Con sus propios hermanos, después, todo esto debe llevar a asumir una actitud nueva, encaminada al compartir, a la corresponsabilidad y a la comunión.

Queridos amigos, debemos ser siempre agradecidos al Señor, porque en la persona y el ministerio de los obispos, de los sacerdotes y diáconos, continúa guiando y formando a su iglesia, haciéndola crecer a lo largo del camino de la santidad. Al mismo tiempo, tenemos que seguir rezando para que los pastores de nuestras comunidades puedan ser imagen viva de la comunión y del amor de Dios. Gracias.

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, y quiero de alguna manera expresar a los mexicanos, a los aquí presentes y a los que están en la patria, mi cercanía en este momento doloroso de legal desaparición, pero, sabemos, de asesinato de los estudiantes. Se hace visible la realidad dramática de toda la criminalidad que está detrás del comercio y tráfico de drogas. Estoy cerca de ustedes y de sus familias. De Guatemala, y Chile. Me agradó ver el grupo de militares chilenos en estos días en que estamos conmemorando el trigésimo aniversario de la firma del tratado de paz entre Argentina y Chile. Los límites ya están claros, no nos vamos a seguir peleando por los límites; nos vamos a pelear por otras cosas, pero no por eso. Pero hay una cosa que quiero hacer notar: esto se dio gracias a la voluntad de diálogo. Solamente cuando hay voluntad de diálogo se solucionan las cosas. Y quiero también elevar un pensamiento de gratitud a san Juan Pablo II y al Cardenal Samorè, que tanto hicieron para lograr esta paz entre nosotros. Ojalá todos los pueblos que tengan conflictos de cualquier índole, sean limítrofes o culturales, se animen a solucionarlos en la mesa del diálogo y no en la crueldad de una guerra. Saludo a todos los ciudadanos de los demás países latinoamericanos presentes. Invito a todos a dar gracias a Dios por las personas que ejercen un ministerio de guía en la Iglesia y la hacen crecer en santidad. Recemos para que sean siempre imagen viva del amor de Dios. Muchas gracias.

Traducción del italiano: María Cecilia Mutual / RV