Has estado sembrao - Alfa y Omega

Has estado sembrao

Apenas unas horas después de que despegará el avión del Papa de vuelta a Roma, monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, escribe para Alfa y Omega sobre la visita del Papa a África

Juan José Aguirre

Al principio no nos lo creíamos: ¿Todo un Papa viene a pisar la tierra roja de este país ensangrentado? Sin embargo, querido Francisco, te saltaste a la torera las recomendaciones, no quisiste chaleco antibalas, te subiste en el Papa móvil sin blindar para que todos te vieran mejor y te pusiste a hablarnos de paz y reconciliación.

Recién llegado, arropado por una multitud entregada, pasaste por el mismo lugar en la avenida Combatant en el que, hace poco menos de un mes, cuatro representantes de un grupo radical que venían a Bangui a negociar fueron linchados con palos y machetes. Tocaste a los niños desplazados, que han perdido familia, casa, escuela; niños noqueados por la violencia, heridos por las balas; niños de casas quemadas que miran el horizonte sin ver ya nada más porque les han robado su inocencia, de tantas maldades que han sido testigos. Hijos del miedo y del hambre, niños musulmanes y no musulmanes en dos campos de desplazados distintos, sin hacer diferencias; niños de mirada perdida a quienes les han saqueado el alma en Bangui. Te paseaste entre ellos, con tus zapatones negros. Gracias, porque te pusiste en su lugar y denunciaste que muchos de aquellos niños y jóvenes han sido utilizados por criminales como carne de cañón y esclavas sexuales.

Sin miedo a las balas

Entraste el mezquita de Koudoukou sin miedo a las balas. El imán Layama Kobina no estaba allí, porque se la tienen jurada incluso muchos de los suyos, pero la habían pintado y aderezado solo para ti, Papa Francisco, porque decían que era un honor que pisaras sus esteras con tus pies desnudos. Durante cinco minutos rezaste donde suele predicar el imán en silencioso recogimiento. Solo después les saludaste con una gran sonrisa. No sé si los violentos te escucharán, pero sé que aquellos que te escucharon quedaron sobrecogidos.

Lo mismo cuando hablaste en la escuela de Teología protestante. O cuando, rompiendo el protocolo —horror para tu gendarmería, la Minusca y para todo tu séquito—, te acercaste a la escuela musulmana para escuchar los lamentos de mujeres que lloran con lágrimas de dolor. Un Papa en Bangui sin chaleco antibalas cuando dos días antes los kalasnikof no dejaron de tronar durante toda la tarde, allí mismito, a dos tiros de piedra de la Nunciatura, por la avenida Boganda abajo, en donde hasta por respirar te juegas la vida.

«Las armas callaron por respeto a ti»

Tuviste un recuerdo para los combonianos de la parroquia de Fátima, que no pudieron verte por no abandonar los 500 desplazados sentenciados a muerte si salen de la verja de la misión. Dijiste que te hubiera gustado ir a Fátima a insuflar ánimos. No pudo ser, pero gracias por recordarme durante la comida con los obispos (yo estaba sentado enfrente tuyo) que san Ambrosio decía que el nombre de Dios es misericordia y que donde hay misericordia, allí está Dios.

Estuviste sembrao, Papa Francisco, cuando sugeriste entre líneas que los que mueven los hilos para que nada funcione en Centroáfrica, curiosamente, no viven en Centroáfrica. Tuviste valor de decirlo. Hablaste con arrojo a los jóvenes de Centroáfrica, confesaste a algunos y te pasearte en medio de los pobres como cuando te llamaban «padre Jorge» por los arrabales de Buenos Aires.

Gracias, porque nos has dado valor y esperanza, porque no te callaste, porque miraste a la cara a los pobres, porque abriste la Puerta Santa de la Misericordia enseñándonos un carril prioritario para ir más rápido hacia Sus Manos, experimentar su amor, y nos pediste que lo repartiéramos después, en forma de gestos de reconciliación. Nos enseñaste un camino, nos mostraste cómo salir de hoyo, del laberinto en el que estamos… Cuando, después de la foto ritual en la Nunciatura, te cogiste a mi brazo para subir los escalones, sentí tu fuerza, no tanto física, sino sobre todo humana y espiritual.

Los obispos bromeamos contigo cuando te enseñamos dos palabras en sango: ndoyé y siriri. Las repetiste a los jóvenes de la vigilia de oración 3 horas después en el estadio: «Empapad vuestra vida de amor y paz». Luego, querido Papa Francisco, te subiste al avión sobre las 12:30 sin haber ni siquiera comido aún, con tu séquito de monseñores y periodistas, y nos quedamos mirándote y mirándonos, como embobados despertando de un sueño, oyendo en sordina el ruido del Boeing de Alitalia que te llevaba de vuelta a Roma.

Mientras has estado, las armas han callado durante unas horas, por respeto a ti. Ojalá que te quedaras para siempre. Te fuiste a tu quehacer en Roma y en el mundo, a tus vatileaks, a bregar con asuntos de corrupción. Y nosotros, sin paz ni pan, a nuestra lucha por estar junto a los pobres.

Mi gente de Bangassou ha recogido en unos botecitos tierra en donde tu pisaste. Dicen que está bendecida por tu huella. La guardarán para recordar la inmensa esperanza que has sembrado en sus corazones, porque, por una vez en sus vidas, demonios negros armados de violencia se trocaron en un ángel blanco vestido de Papa Francisco.

Juan José Aguirre
Obispo de Bangassou