1 de diciembre: san Carlos de Foucauld, el juerguista que desbrozó el Sáhara - Alfa y Omega

1 de diciembre: san Carlos de Foucauld, el juerguista que desbrozó el Sáhara

Carlos de Foucauld fue un aventurero que empezó viviendo «como un cerdo» y, tras quedar impactado por el islam, acabó como sacerdote en Argelia. Allí desplegó el apostolado de la amistad entre los tuareg

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Carlos de Foucauld'. Basílica del Sacré Coeur de Montmartre, en París (Francia)
San Carlos de Foucauld. Basílica del Sacré Coeur de Montmartre, en París (Francia). Foto: Fr. James Bradley.

Entre el 15 de septiembre de 1858, cuando nació en Estrasburgo, y el 1 de diciembre de 1916, cuando murió tirado en la arena del desierto del Sáhara, Carlos de Foucauld vivió una auténtica aventura, la que se le otorga a quienes se mantienen fieles a su deseo de una vida a fondo. La de Foucauld era una familia noble de tradición militar. Su abuelo materno, el coronel Beaudet de Morlet, lo crió cuando Carlos perdió a sus padres a la edad de 6 años y lo inscribió años más tarde en la academia militar de Saint-Cyr. En el Ejército se ganó una merecida fama de juerguista y pendenciero, agrandada cuando recibió la herencia de su abuelo tras su muerte en 1878.

Fue arrestado numerosas veces y era conocido por las prostitutas que hacía llegar desde París hasta su habitación. En 1880 fue destinado al frente de Argelia como oficial de caballería, pero fue expulsado del Ejército solo un año después, tras haberse llevado allí a su concubina. «Yo era menos hombre que un cerdo», se describió a sí mismo años después, recordando esos tiempos.

Resolvió emprender un viaje de exploración a Marruecos, un país entonces prohibido para los cristianos. Se disfrazó de rabino judío y así pudo realizar durante un año una cartografía detallada del territorio marroquí, que años más tarde le valió la medalla de oro de la Sociedad de Geografía francesa. Pero el Carlos que volvió de Marruecos ya no era el mismo que se fue. El contacto con la naturaleza salvaje del desierto y con la piedad de las gentes que se encontró en aquel año de aventura le tocó el fondo del alma. «El islam produjo en mí una profunda conmoción», escribió más tarde. Las conversaciones espirituales con su prima María de Bondy y con otras personas «muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas» le hicieron pensar también que el cristianismo «tal vez no era absurdo».

Único cristiano en kilómetros

Leía tanto el Corán como los sermones del obispo Bosuett, hasta que en la iglesia de San Agustín de París empezó a arrodillarse tímidamente en un reclinatorio que áun hoy se conserva. «Dios mío, si existís, haced que yo os conozca», rezaba. Decidió entablar conversación con el sacerdote Henri Huvelin, que le señaló el confesionario, y Carlos volvió a arrodillarse de nuevo. Cuando se levantó, el sacerdote le ofreció la Eucaristía. Más tarde, recordaría aquel momento como un hito en su vida: «Tan pronto como supe que Dios existía, comprendí que no podía vivir más que para Él».

Y así fue: los años siguientes fueron un ir y venir buscando a Dios por todas partes. A finales de 1888 fue a Tierra Santa a pedir orientación. Luego entró en la Trapa de Viviers y después en la de Akbès, en Siria. En 1897 fue dispensado de los votos para que pudiera seguir con su búsqueda. Se asentó en Nazaret para trabajar durante cuatro años como jardinero y manitas en el convento de las clarisas. Tanto las monjas como el padre Huvelin le instaron a pedir la ordenación sacerdotal, que recibió en 1901. Tan solo tres meses más tarde, Foucauld viajó a Argelia para fundar en Beni-Abbès una ermita que en el futuro albergaría una pequeña comunidad monástica.

En 1907 se adentró todavía más en el Sáhara y en su vocación. En Tamanrasset, al sur del país, era el único cristiano en miles de kilómetros. Allí buscó reproducir la vida escondida de Jesús en Nazaret, viviendo como uno más en medio de los tuareg. «Su vida contrastaba con el contexto eclesial de su tiempo, que valoraba mucho el número de conversiones y contabilizaba los éxitos de la evangelización», explica su biógrafo, José Luis Vázquez Borau. «Él, en cambio —continúa—, lo primero que hizo fue intentar adaptarse al nivel de aquellas gentes y ser su amigo. Vivió un apostolado de la amistad y de la bondad. Se veía como un desbrozador que preparaba el terreno para que más adelante aquellas gentes pudieran conocer a Jesús».

Así vivió otros nueve años más, celebrando la Eucaristía a solas y liberando esclavos. Los tuareg cuidaron de él cuando cayó enfermo y él les construyó un fortín como refugio ante la proximidad de la Primera Guerra Mundial. El 1 de diciembre de 1916, unos saqueadores lo secuestraron para pedir un rescate; cuando llegó el Ejército a resolver la situación, una bala perdida acabó absurdamente con su vida, sin heroicidades.

«Él solo quiso ser Evangelio viviente entre aquellas gentes», afirma Vázquez Borau. Su ejemplo «nos recuerda los valores de Nazaret —añade— y la importancia de la vida de familia, de las pequeñas cosas, del barrio, del trabajo o la amistad con los demás. En, realidad, eso fue lo que vivió Jesús la mayor parte de su vida en la tierra».

Bio
  • 1858: Nace en Estrasburgo
  • 1881: Es expulsado del Ejército francés
  • 1883: Emprende el reconocimiento geográfico de Marruecos
  • 1886: Conoce al padre Huvelin y se confiesa con él
  • 1901: Viaja a Argelia como ermitaño
  • 1916: Muere en Tamanrasset
  • 2022: Es canonizado por el Papa Francisco