París nos conduce al origen - Alfa y Omega

Bajo las naves de Notre Dame, el cardenal de París, André Ving-Trois, lanzó una inquietante pregunta tras los horrendos crímenes que habían tenido lugar a poca distancia: «¿cómo jóvenes formados en nuestras escuelas y en nuestras ciudades pueden conocer una angustia tal, que el fantasma del califato y de su violencia moral y social puedan representar un ideal que les mueva?». Y con gran coraje cívico y autenticidad cristiana, se atrevió a preguntar qué interrogante plantea esta sacudida acerca de los valores que defendemos. Más aún, apuntó la necesidad de examinar cuál es el contenido real de esos valores de la República, que con frecuencia son invocados de una manera genérica y abstracta.

Desde hace decenios el llamado pensamiento progresista, hijo del mayo del 68, pretende dominar la cultura europea. Sin embargo estos días ha sido evidente que no puede ofrecer una respuesta adecuada al fanatismo islamista. Es curioso: casi nadie ha recordado (incluidos los católicos) el profético discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, por el que hubo de soportar paletadas de basura sobre su cabeza. Aquella era una profunda advertencia sobre el riesgo de una religión cerrada a la razón, pero también sobre una razón cerrada a las grandes preguntas sobre el sentido de la vida.

Europa no podrá enfrentarse al nihilismo yihadista con otra forma de nihilismo, con la razón cerrada al Misterio y recluida en la mera técnica. Ya no bastan las apelaciones genéricas a los valores republicanos, como bien apunta el cardenal Ving-Trois. Europa necesita revivir su identidad, rompiendo el búnker ideológico que la aprisiona. Ni el relativismo ni las fallidas utopías del siglo XX, ni la cultura del consumo ni la tecnocracia pueden ofrecer una respuesta a la altura de este desafío.

Es necesario detener al agresor injusto, como ha dicho el Papa; es imperativo proteger a los ciudadanos y establecer las leyes y mecanismos más adecuados para ello. También lo es combatir de forma inteligente al Daesh en su propio feudo. Y revisar los modelos de integración que han fracasado en el corazón de Europa. Pero todo ello sería insuficiente y frágil si los europeos no recuperamos la apertura de la razón, el reconocimiento de la dignidad infinita de toda vida humana y la incansable tensión por buscar la verdad hasta su fondo último. Es hora de revivir aquel encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma.