«El amor de la gente de Cáritas me ha salvado» - Alfa y Omega

«El amor de la gente de Cáritas me ha salvado»

Porque es posible. Nadie sin hogar es el lema de la campaña de Cáritas de este año, que se celebra el domingo 29 de noviembre en toda España. Iván y Pamela, dos usuarios de los recursos para personas sin techo de Cáritas Madrid, cuentan cómo lograron salir de la calle

Cristina Sánchez Aguilar
Pamela, Carlos e Iván –de izquierda a derecha–, en CEDIA 24 horas. Foto: María Pazos Carretero

Se bebió un vaso de lejía mezclada con amoniaco. Tenía un niño pequeño y llevaba viviendo con él tres meses en una casa abandonada sin gas ni luz. «Ya no pude más. No quería seguir viviendo». Pamela sonríe mientras lo cuenta: «Ahora estoy feliz. Por eso río. He dejado todo aquello atrás».

Esta mujer llegó a Europa desde su país natal, Nigeria, hace 18 años. Primero vivió en Italia y después se trasladó a España, donde reside desde 2002. «Todo fue bien al principio. Todavía no había llegado la crisis, y se podía trabajar aunque no tuvieras papeles», explica.

Pero todo cambió cuando tuvo al bebé. «Su padre también es nigeriano sin papeles. Lo metieron en la cárcel en 2010 y tuve que cuidar a mi niño yo sola. Me quedé sin trabajo por la crisis y, como no tenía los papeles en regla, no pude encontrar nada. Terminé viviendo en aquella casa abandonada, porque no podía pagar siquiera una pensión. No tenía nada que comer, y fue ahí cuando me vi sola, sin opciones, y decidí quitarme la vida».

¡Es la hora de comer!

Tres miembros de la casa de acogida de Cáritas Madrid pelan cebollas para dar de comer a sus compañeros. «Nos ayudan las religiosas en la casa, pero ya hacemos la comida solos», cuenta Iván. Son una familia de 17 miembros, una decena de trabajadores y más de 30 voluntarios. «No me imagino mejor lugar donde estar ahora mismo», afirma el joven. Gracias al calor del hogar, poco a poco, van saliendo rehabilitados a una vida nueva.

No lo logró, aunque sí se quedó con unas cuantas secuelas físicas tras quemarse el esófago. «Me llevaron al hospital y la Comunidad de Madrid intervino para llevarse al niño», recuerda. «Al principio seguía siendo yo la tutora, pero como no tenía casa, mi hijo terminó viviendo con una familia de acogida».

En la calle de nuevo, y con una tremenda sensación de soledad, Pamela volvió a buscar compañía de otro hombre, también nigeriano y mucho mayor que ella. «Se aprovechó de mí, me maltrataba física y psicológicamente, y empecé a tener graves problemas mentales. Pero las circunstancias me obligaban a quedarme con él, porque me daba un techo y comida». Hasta que dejó de pagar la habitación en la que estaban. «Ese día por fin llamé al Samur Social y ellos me trajeron aquí».

«Prefiero estar aquí, aunque duerma mal»

Ese aquí es CEDIA 24 horas, el recurso de emergencia para personas sin hogar de Cáritas Madrid. «Al principio pensé que esto iba a ser mucho peor que estar con ese tipo», porque «no hay camas ni habitaciones –hay 45 plazas y duermen en butacones reclinables–, hay gente que está incluso peor que tú y no estás tranquila».

La hora de la comida en la cocina de la casa de acogida de Cáritas Madrid. Foto: María Pazos Carretero

Iván asiente. Tiene 26 años y lleva un año acogido por Cáritas. «Duermes mal, pero te quedas, porque aquí no somos números, somos personas con nombres y apellidos». Sin estudios ni trabajo y adicto a las drogas, sus padres no pudieron soportar más tiempo la situación y terminaron echándolo de casa.

Pamela recuerda cómo llegó al centro. «Llorando y gritando, porque estaba superada por mi vida». Gracias al trabajo de la psicóloga, que la llevó al médico y al fin trató su enfermedad mental, gracias al acompañamiento de los profesionales de Cáritas y gracias a su empeño por salir adelante, «hoy puedo sonreír y contar mi historia. Yo no confiaba en nadie, todo el mundo era malo para mí, y ahora se me ha curado esta herida tan fuerte que tenía en el corazón».

Pamela estuvo en CEDIA siete meses porque, aunque es un recurso de emergencia, «aquí trabajamos con personas, y valoramos caso por caso sin poner fecha de salida», cuenta Carlos Boned, uno de los integradores sociales del centro. Luego pasó a la casa de acogida que tiene Cáritas Madrid justo en la planta superior, con capacidad para 17 personas. «En la casa llevo más de dos años. He hecho un curso de costura, tengo permiso de residencia para un año más y en breve empezaré a trabajar en Taller 99 –empresa de inserción social de Cáritas Madrid en la que se hacen piezas de cuero y ropa–». Pamela cobrará un sueldo, podrá irse a vivir a un piso y recuperar la tutela de su hijo. «Aquí me han dado motivos para seguir viviendo. Su amor me ha levantado».

Iván estuvo unos meses en CEDIA y también subió un piso –literal y figuradamente– a la casa de acogida. «Al principio llegué adicto y culpando a mis padres de todo, pero ahora, gracias al trabajo que hacen aquí conmigo, voy encontrando respuestas y empiezo a entender por qué me tuvieron que dar la patadita». También se ha desenganchado de sus adicciones. En enero empieza unas prácticas en un hotel después de aprender el oficio de camarero en la Fundación Tomillo. «¿Qué más puedo pedir después de haberla liado tanto?».

El centro de las segundas oportunidades

Paco Valverde tenía poco más de 20 años cuando empezó con su adicción al juego. Solo pensaba en conseguir dinero para poder seguir jugando. Tras perder varios trabajos y apartarse de su familia y amigos, acabó viviendo en la calle. Y fue en la calle donde alguien le habló del centro de acogida de San Juan de Dios en Málaga. Para Paco, «la adicción es un síntoma de las carencias que uno tiene». Gracias a las terapias y al apoyo que recibió en el centro San Juan de Dios consiguió conocerse a sí mismo, saber cuáles eran sus heridas, sanarlas y salir a flote un año después. Ahora, Paco es auxiliar de enfermería en un centro asistencial que la Orden tiene en Málaga, donde lleva trabajando ya 10 años. Allí conoció a su mujer, y tuvo un hijo, Manuel, que tiene ya 6 años.

El malagueño está recuperado de su ludopatía, tiene una familia, un grupo de amigos y un trabajo estable. Pero no se olvida del camino que ha tenido que recorrer hasta superar su adicción. Por eso sigue ligado al centro de acogida donde acude con asiduidad a participar en terapias y actividades en las que expone su experiencia a otras personas que, como él, han perdido el sentido de la orientación en la vida y se esfuerzan a diario por recomponerse.