La Iglesia que lava los pies a un mundo triste - Alfa y Omega

La Iglesia que lava los pies a un mundo triste

El Seminario acogió el sábado la VI Jornada de Pastoral Social de la archidiócesis con el lema La Iglesia, servidora de los pobres. Las tres nuevas vicarías sectoriales de Evangelización, Acción Caritativa y Pastoral Social e Innovación, junto con varias delegaciones, aunaron esfuerzos para organizar el encuentro

Cristina Sánchez Aguilar
Un momento de la mesa de la Pastoral Gitana, con el delegado, Ramón López Merino, y Belén y Alfredo, dos gitanos. Foto: Cristina Sánchez Aguilar

Era la primera vez que se ponía delante de un auditorio. Es más, era la primera vez que hablaba delante de más gente que sus hijos –tiene once– y nietos –17–. «A ver cómo les explico yo ahora que he estado en la cárcel», afirmaba nervioso. A Juan Manuel le quedan pocos meses para terminar su condena. Canario de nacimiento, fue castigado a tres años y un día de cárcel por tráfico de drogas. «Me engañaron y caí», repetía una y otra vez durante su intervención en la VI Jornada de Pastoral Social de la archidiócesis de Madrid, celebrada el sábado en el Seminario Conciliar. «Nunca pensé que podría entrar en prisión… y mira. El mundo se te cae encima, no dejas de dar vueltas a qué van a pensar de ti tu mujer, tus hijos, tus nueras y yernos, tus compadres… y tus nietos. “¿Dónde estás, abuelo, qué has hecho?”, me preguntan».

Juan Manuel, de 63 años, fue uno de los elegidos para dar su testimonio durante la mesa de experiencias de Pastoral Penitenciaria. Llegó directo de Canarias al penal de Valdemoro, y ahora termina sus días de preso en el CIS (Centro de Inserción Social) Victoria Kent, donde trabaja como psicóloga María Yela, la nueva delegada de esta pastoral en la archidiócesis de Madrid. «El CIS es un colegio al lado de la cárcel. Te dicen que el penal rehabilita, pero no es cierto, es una universidad de delincuentes». Por eso, Juan Manuel agradece tanto haber conocido a los voluntarios de Pastoral Penitenciaria. «Es una bendición de Dios que exista esta gente. Se agradece mucho que vengan, porque no todo el mundo tiene agallas para entrar en la prisión».

Lo corrobora Yela, y pide a los más de 200 voluntarios de toda la Pastoral Social presentes en la Jornada que no se olviden «de los presos, los pequeños de Dios. El cuerpo nos pide rechazarlos, pero el que ha sabido entrar y escuchar, se engancha». Eso sí, no todo el mundo está llamado a lo mismo: «Para los que no tienen la vocación de ir a la cárcel, os pido que descubráis que hay otra visita que necesariamente no tiene que ser presencial. Que tengáis presentes a los internos en vuestras oraciones diarias. Porque la reclusión no es una exclusión, sino un camino de conversión».

Faltan voluntarios en Pastoral Gitana

Otra de las experiencias que se dieron a conocer el sábado fue la de la Pastoral Gitana. Ramón López Merino, delegado diocesano, recalcó la importancia «del acompañamiento en la pastoral. El gitano tiene que sentirse querido y acompañado. Se llega por el cariño, porque el 90 % de los gitanos no han ido nunca a catequesis y hay que empezar por los sentimientos y por estar a su lado en los momentos buenos y malos», afirmó.

El delegado reconoció la dificultad «para encontrar voluntarios que formen equipos de acogida en las parroquias». De un tiempo a esta parte, el trabajo con gitanos ha variado porque «de las chabolas han pasado a pisos de reinserción. Antes, en los poblados, los teníamos a todos juntos y establecíamos relaciones casi familiares con ellos. Pero ahora, en los pisos, están más dispersos y la pastoral recae en los despachos de las parroquias. De momento estos despachos no están funcionando muy bien porque no tenemos gente que se quiera encargar de esta tarea». Y no solo eso. «He llegado a ver cómo entraba una gitanita con sus niños en la parroquia y el payo se marchaba. Y eso duele mucho».

El 60 % de los gitanos en España es evangélico porque «entienden más el lenguaje. La Iglesia católica tiene que hacerse entender, debe inculturizarse con mi pueblo». Lo advirtió Belén Carreras, religiosa gitana y responsable de esta pastoral en la Conferencia Episcopal, quien añadió que «no hay nada que nos cambie más que tener fe y vivirla en comunidad».

El centro residencial Jubileo 2000, de Cáritas Madrid –en la foto–, tiene 55 plazas. En total, la institución cuenta con 507 pisos sociales repartidos por la capital, entre centros residenciales y viviendas que ceden donantes y legados. «Todo comenzó en los 90, cuando empezaron los desahucios en Madrid. Carmena, hoy alcaldesa de Madrid, era jueza, y se puso en contacto con Cáritas porque no quería desahuciar a la gente. Tenía que haber respuestas», cuenta Rosalía Portela, responsable de Vivienda de la entidad. Este año se han parado 50 desahucios y hay 357 familias atendidas. Foto: Cáritas Madrid

Migraciones, desde 1985

La Delegación de Migraciones de la archidiócesis funciona como un reloj suizo. Capitaneada por Antonio Martínez, su sempiterno delegado que mañana se despedirá tras más de 30 años de trabajo con migrantes, la delegación fundó ASTI, una asociación que lleva en marcha desde 1985 y ofrece atención en más de una decena de centros repartidos por todo Madrid.

A uno de ellos –Entreculturas, en Majadahonda– llegó Marta en el año 2000. Recién aterrizada desde Colombia, «vine porque en mi país empezó a escasear el trabajo y mi hermana estaba aquí», contó durante su intervención en la Jornada.

«Cuidaba niños pequeños, un trabajo que en Colombia jamás habría aceptado», explicó. «Durante un tiempo solo trabajaba e iba a casa. Me sentía un poco a la deriva, sin saber muy bien qué hacer». Alguien la invitó al centro Entreculturas «y allí conocí a la que hoy es mi mentora, la persona a la que le cuento todo, con la que lloro si estoy triste y si me tiene que reñir, me riñe. Gracias a ella me puse a estudiar el graduado escolar, obtuve los papeles y a día de hoy, empecé la Universidad y soy jefa de tienda en un supermercado».

Marta es voluntaria en ASTI «porque me lo dio todo, y yo quiero devolver aunque sea un poquito».

También Lidia, ucraniana, es voluntaria en la Delegación. De hecho, más de la mitad de los voluntarios son inmigrantes. «He recibido tantas clases gratis, que quise devolver también gratis todo lo bueno que me han dado», afirmó en su intervención. Separada de su marido y su hija, que están en Kiev, Lidia reconoció sentirse acompañada «gracias a la Iglesia. Además, aquí siempre están abiertas las puertas de los templos, no como en mi país. Así que paso a saludar al Señor y me quedo un rato con Él; eso me da fuerzas. Aunque me da mucha pena ver las iglesias tan vacías».

La ucraniana, con una vida nada fácil, concluyó recordando a los presentes que la sociedad que vive sin Dios «tiene un abismo delante de sí».