Imágenes - Alfa y Omega

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Rodrigo Pinedo
Foto: REUTERS

Viernes 13 de noviembre, en torno a las 22:30 horas. Al terminar la mesa redonda de la Noche Joven del Congreso Católicos y Vida Pública del CEU, una redactora de Alfa y Omega nos comentó a varios de los participantes lo que estaba ocurriendo en París. No sé si en ese momento no me enteré muy bien o si una parte de mí no se quiso enterar; pero hasta un rato después, ya de vuelta en casa, no fui verdaderamente consciente de la tragedia que asolaba la ciudad y el país que me acogieron siendo estudiante. Cada imagen, cada detalle, me revolvía más por dentro.

Entre los centenares de tuits, reflexiones y noticias que leí, me topé con un estupendo editorial de este semanario encabezado con una pregunta que nos rondaba la cabeza a muchos: ¿Dónde estaba Dios en los atentados de París? «Estaba siendo asesinado por la libertad mal empleada; […] estaba consolando y compadeciendo (padeciendo con) a cada familiar y amigo afectado —como mi compañera de colegio Cristina—; […] estaba, de nuevo, crucificado en el dolor. Y estaba, y está, en el corazón de todos los que no desean devolver mal por mal».

Con esta idea en la cabeza, ese domingo en Misa apenas podía concentrarme. Y de repente, me encontré con Su mirada. La iglesia a la que suelo acudir con mi familia —el Santísimo Cristo de la Salud— está presidida por una gran imagen de Jesús en la cruz. Desde lo alto, ese día más que nunca, me miraba. Doliente, dolido, nos miraba a todos y parecía preguntarnos «¿Por qué?».

Su Padre, nuestro Padre, ni quiere ni entiende la violencia, ni mucho menos que esta se justifique en su nombre, como recordó el Papa Francisco. Nuestro Padre nos siente a todos como sus hijos y así debemos reconocernos. Al hacerlo, el otro siempre será un hermano, como subrayó nuestro arzobispo, monseñor Osoro, en la Misa por las víctimas de los atentados celebrada en la Almudena.

De esa celebración, rescato tres imágenes: el aforo completo de la catedral; la larga cola de personas que esperaban para dar un abrazo al embajador de Francia, y los bancos llenos de representantes de otras Iglesias. Y me quedo con estas imágenes porque no podemos vivir indiferentes ni paralizados por el miedo; debemos sufrir con el que sufre y abrazarlo, esté más o menos cerca. Solo si estamos juntos, como hermanos, veremos claro dónde está Dios y dónde nos quiere. Solo entonces, Cristo dejará de preguntarnos «¿Por qué?».