Un místico libre de verdad - Alfa y Omega

Un místico libre de verdad

Redacción
Juan Pablo II y el cardenal Angelo Scola

«Hay tantas pequeñas anécdotas que se pueden contar, pero lo que más recuerdo es la primera vez que pude concelebrar con él la Eucaristía, en febrero de 1979. Me ha conmovido profundamente su modo de celebrar. He percibido desde el principio que este hombre era un místico, que tenía una relación extraordinaria con Dios, y he sentido, como joven sacerdote, la importancia de la Eucaristía y la oración para él, desde que era niño. Creo que esto es más importante que cualquier anécdota»: así responde el cardenal Scola cuando se le pregunta sobre el Papa Juan Pablo II, de quien ya está próxima su canonización.

Un momento de la intervención del cardenal Scola, en la Complutense

Precisamente, la semana pasada, el Aula Veritatis splendor, de la Delegación de Pastoral Universitaria, de Madrid, invitó al cardenal Scola a hablar sobre Juan Pablo II, un testigo para el tercer milenio, en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. El arzobispo de Milán, colaborador cercano del Papa durante sus últimos años de pontificado, señaló la razón fundamental por la que al Papa Wojtyla se le puede llamar testigo: «Juan Pablo II ha sido un verdadero testigo porque ha tenido un encuentro con Cristo resucitado». Así, siguiendo el hilo de varios poemas del Papa polaco, señaló en breves pinceladas cómo su herencia poética es el reflejo de su trayectoria vital y espiritual. En Juan Pablo II, se hace viva «la conciencia de la paternidad de Dios, que esparce a manos llenas la felicidad en el alma. La vida puede ser fecunda gracias a la semilla del Padre. El antídoto contra toda ideología -lo sabía bien Juan Pablo II- es la conciencia de que dependemos del Padre. Quien sabe que depende del Padre es libre de verdad».

Subrayó también el cardenal Scola que «nuestro corazón busca y desea ser saciado. Si el nombre propio hace única e irrepetible a la persona, nuestro ser cristianos brota de Cristo. Toda nuestra vida consiste en convivir con Él, estar en su presencia. Con esta cercanía con el rostro de Cristo, comienza a nacer nuestro nuevo rostro, un corazón a imagen del suyo. Éste es el testimonio de una vida santa, que es lo que nos ha ofrecido Juan Pablo II».