La memoria nos salva - Alfa y Omega

La actitud del ministro de exequias ha de ser de un total respeto al deseo de los familiares, pero es frecuente experimentar el rechazo incluso entre los que han solicitado un servicio religioso. Recuerdo con mucha tristeza el caso de una fallecida relativamente joven, cuyo marido, con dos hijos muy jóvenes, me pidió antes de iniciar el responso que fuese muy breve, pues ni él ni sus hijos eran creyentes. Me dijo que la razón de solicitar un responso se debía a que «algo hay que decir en ese momento de despedida».

El ministro ha de mostrar un corazón muy abierto y comprensivo, pidiendo al Señor que sea Él quien actúe. Le ocurrió al sacerdote responsable de la pastoral de exequias de la Vicaría VI cuando acudió a una sala del tanatorio que había solicitado un responso. Se trataba de una chica muy joven cuya madre, al ver entrar al sacerdote, con voz muy alta manifestó su enfado con Dios: «¿Para qué rezar si no ha valido para nada? Dios no me ha escuchado porque no existe…».

Semejante situación hizo que el sacerdote experimentara el deseo de salir de allí cuanto antes, pero un impulso interior lo animó a responder. Mientras el padre de la chica permanecía a su derecha sin saber qué hacer ni decir, el sacerdote dijo a la mujer: «Si Dios no existe, entonces ¿dónde está tu hija?…» y se atrevió a preguntarle a la mujer: «¿No querrías rezar ahora, al menos, las mismas oraciones que rezabas con tu hija?». Ante esa invitación inesperada, la mujer accedió, y comenzó el sacerdote seguido por todos los allí presentes: «Ángel de mi guarda, dulce compañía…», y luego, en la inercia propia de esa oración: «Cuatro angelitos tiene mi cama…». El Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiere, es capaz de suscitar cosas así apelando incluso a la memoria que puede salvarnos.