Evangelizar la gran ciudad - Alfa y Omega

«Una gran misión tiene la Iglesia en medio de la ciudad: los cristianos no pueden prescindir de nadie que esté viviendo junto a ellos, sino que son capaces de crear un ethos urbano que provoque en todos los que la habitan pasar de ser desconocidos a ser hermanos». Esta frase del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, identifica un objetivo fundamental de una de las más significativas apuestas del Papa Francisco: la pastoral de las grandes ciudades, sobre la que se celebró el año pasado un congreso auspiciado por el Papa en Barcelona.

Medio centenar de ciudades de los cinco continentes están en estado de revisión y discernimiento para, como dice el Papa en la Evangelii gaudium, descubrir y hacer descubrir la «presencia de Dios en la ciudad, que no se oculta a quienes lo buscan con un corazón sincero, aunque a tientas y de manera imprecisa». Para Francisco se trata de salir al encuentro con «las nuevas culturas que continúan gestándose en estas geografías humanas», de llegar «allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas», de ofrecer «un diálogo en medio de la interculturalidad», y de aportar «una respuesta cristiana a las contradicciones de la ciudad moderna, que ofrece a sus ciudadanos infinitas posibilidades, al tiempo que provoca entre ellos sufrimientos lacerantes de todo tipo».

En Barcelona este proceso ha estado auspiciado por el cardenal Sistach, y ahora, por su nuevo arzobispo electo, monseñor Omella. En Madrid tiene un nombre y un método nuevos, pues el Plan Diocesano de Evangelización lleva la reflexión sobre la renovación de la evangelización a la plaza pública, a los cientos de grupos que ya se están fraguando por todo Madrid. La novedad no está solo en que se trata de un discernimiento hecho «entre todos, con todos, y para todos», sino en que en este todos no hay excepciones. Hasta los más alejados de la fe podrán encontrar en estos grupos un espacio donde su mirada a la Iglesia y a la ciudad sea escuchada, porque serán, en palabras de monseñor Osoro, «lugares de encuentro donde todos son reconocidos y tratados en la dignidad que todo ser humano tiene y le ha dado como estatuto de existencia en medio del mundo Dios mismo».

Madrid y Barcelona viven –en palabras del Papa– una «oportunidad de restaurar desde el Evangelio la dignidad de la vida humana en los contextos urbanos de la desconfianza, no con inflexibles programas de evangelización, sino como fermento testimonial que fecunda la ciudad».