Aquel pacto que marcó a la Iglesia - Alfa y Omega

Aquel pacto que marcó a la Iglesia

El Pacto de las Catacumbas –manifiesto de una Iglesia pobre para los pobres– cumple 50 años y recobra plena vigencia en la Iglesia de Francisco

Andrés Beltramo Álvarez
Foto: CNS

«¡Uhhh, quiénes están aquí!». Francisco leyó sorprendido la lista de nombres emblemáticos de la Iglesia latinoamericana, junto con otros obispos de diversas nacionalidades. Eran los firmantes de un compromiso suscrito en pleno Concilio Vaticano II. Corría junio de 2013. Apenas pocas semanas después de su elección como Papa, Bergoglio ya había recibido una copia del Pacto de las Catacumbas, documento de identidad de la Iglesia de los pobres, cuyo espíritu ha revivido ahora, 50 años después.

Luigi Bettazzi es el último obispo vivo entre quienes firmaron aquel Pacto. Pese a sus 92 años, recuerda con todo lujo de detalles la tarde de aquel martes 16 de noviembre de 1965. Como él, otros 41 padres conciliares se dieron cita en las catacumbas de Santa Domitila, a las afueras de Roma. La convocatoria fue informal.

Todo se gestó en el Colegio Belga de Roma, el centro reconocido del movimiento de la Iglesia para los pobres. Los padres conciliares que gravitaban en torno a aquella residencia habían promovido una declaración del Concilio más clara y determinada sobre la pobreza. Pero Pablo VI temía que un mensaje similar terminase por «apoyar cierta política». Por eso prefirió reservar el asunto y dos años después publicó su encíclica Populorum Progressio (1967).

«Comencemos nosotros los obispos a dar el ejemplo», evoca Bettazzi sobre la reacción de algunos eclesiásticos de aquel entonces. En entrevista con Alfa y Omega, el prelado revela que el Pacto de las Catacumbas fue vivido «como una cosa marginal». Los suscriptores no buscaban publicidad e incluso muchos de ellos habían asistido a la cita desconociendo que, al final de la Misa, se les propondría suscribir el compromiso.

Charles-Marie Himmer, obispo belga de Tournai, presidió la ceremonia en la basílica ubicada sobre la catacumba. Al final leyó el texto de 13 puntos. Todos los demás estuvieron de acuerdo y firmaron. En cuestión de días otras decenas de clérigos se sumaron a la iniciativa hasta llegar a las 500 firmas, que fueron entregadas a Pablo VI.

¿Qué decía aquel Pacto? «Nos empeñamos en vivir sencillamente, en no habitar grandes palacios, en no usar medios de transporte lujosos, no dejarnos llamar con el título de eminencia o excelencia, en estar muy cerca de los trabajadores y de los pobres, en no tener nosotros las finanzas en nuestras manos sino en dejarlas en mano de los laicos de confianza», explica Bettazzi.

Criterios obvios en tiempos del Papa Francisco, pero verdaderamente revolucionarios para la época. Fue el cardenal italiano Giacomo Lercaro, arzobispo de Boloña, quien entregó al Papa la lista de los firmantes. Pero la iniciativa no tuvo mayores repercusiones, por entonces.

«Poco a poco la cosa se perdió y hace algunos años se relanzó el pacto. Esto antes de la llegada del Papa Francisco, pero ahora con su pontificado el tema ha explotado. Él piensa en una Iglesia de los pobres y para los pobres, quiere que la Iglesia salga, la prefiere herida y sucia porque sale, a cerrada en sí misma. Esto hace más que nunca actual este Pacto de las Catacumbas, que es necesario releer no solamente para los obispos sino para todos los cristianos y toda la Iglesia», añade Bettazi, durante más de 30 años arzobispo de Ivrea en Italia.

Aunque las firmas fueron un compromiso personal, aquel pacto tuvo mucho de profético. Histórico. Y probablemente influyó, de manera sensible, en la historia reciente de la Iglesia. Entre los firmantes originales destacaron personalidades como el brasileño Helder Cámara, el argentino Enrique Angelelli, el ecuatoriano Leonidas Proaño y el chileno Manuel Larraín.

La vigencia de aquel compromiso

«Los latinoamericanos decían que era una oportunidad preciosa para que la Iglesia se convirtiese en la voz de la mayoría de la humanidad, compuesta por pobres que no tienen voz», abunda Bettazzi. Con su bastón en mano y un andar un poco titubante, el arzobispo participó de un congreso en Roma cuyo objetivo fue recuperar la herencia del pacto. La iniciativa tuvo su punto culminante el 16 de noviembre pasado. Justo cuando se cumplieron 50 años de la firma, en la misma catacumba de Domitila se celebró la misa. Y se reflexionó sobre la vigencia de aquel compromiso.

Una reflexión que tuvo como inspiración el pontificado de Francisco. «Los Papas hicieron todo lo que estaba en sus manos (por la Iglesia de los pobres). Hicieron lo que pudieron, pero después de 50 años el Espíritu Santo dijo: “Este es el momento, mandemos un Papa como Bergoglio”, que no era obispo todavía durante el Concilio pero que ya en su vida realizaba, cuando estaba en Buenos Aires, aquel empeño que los obispos se habían fijado. Tal vez lo realizaba mejor que los propios obispos firmantes», insiste Bettazzi.

En las últimas cinco décadas –añade– no fue fácil cumplir lo firmado. «Yo no tuve la valentía del Papa Francisco, cada quien hizo lo que pudo», constata. Pero insiste en que, sobre todo, aquellos 42 padres conciliares firmaron movidos por un espíritu evangélico. El espíritu de una Iglesia cercana a los pobres y a los desamparados. Un compromiso más vigente que nunca.

Luigi Bettazzi es el último obispo vivo entre quienes firmaron aquel Pacto. Pese a sus 92 años, recuerda con lujo de detalles la tarde de aquel martes 16 de noviembre de 1965. Como él, otros 41 padres conciliares se dieron cita en las catacumbas de Santa Domitila, a las afueras de Roma.