Un filósofo impetuoso - Alfa y Omega

Un filósofo impetuoso

Antonio R. Rubio Plo

El filósofo André Glucksmann, fallecido el 10 de noviembre, era uno de los últimos intelectuales comprometidos. En su juventud sintonizaba con el maoísmo, el itinerario de los desencantados de la democracia liberal y del comunismo soviético. Y como tantos franceses de su generación, simpatizaba con las guerrillas del Vietcong que luchaban contra la dictadura sudvietnamita y su aliado estadounidense. Pero un día, un acontecimiento sacudió su conciencia nada conformista: la dramática huida de los boat people vietnamitas en busca de una nueva vida lejos del régimen comunista. En el apoyo a esta causa, Glucksmann logró incluso poner de acuerdo dos filósofos, Sartre y Aron, antiguos amigos y militantes en bandos opuestos, pues el impacto de las imágenes de los refugiados era más poderoso que cualquier dogma ideológico.

Glucksmann es el ejemplo de intelectual que no dudó en renegar de sus convicciones en nombre de su pasión por la libertad y por una auténtica democracia. Era heredero de Descartes y Pascal, así como de la Ilustración francesa, y rechazaba las filosofías alemanas creadoras de un universo de las ideas, sucedáneo de la postergada religión, y que solo podía desembocar en el totalitarismo. Glucksmann se consideraba en el deber de fustigar a los tiranos que, para él, tenían nombre propio: Jomeini, Milosevic, Sadam Hussein, Gadafi… Le importaba poco que fueran laicos o religiosos. Al igual que Diderot, creía que el peor de los tiranos es el tirano virtuoso. Tampoco es extraño que prefiriera Sócrates a Heidegger, porque pretendía desenmascarar a los sofistas, y a sus compañeros de viaje nihilistas. Se nos ha ido un filósofo impetuoso, abogado de la razón y de la libertad, al que Benedicto XVI entregó en 2009 el premio Auschwitz de los derechos humanos.