«En ese hermoso valle, bajo el signo de la paz» - Alfa y Omega

«En ese hermoso valle, bajo el signo de la paz»

Después de un desencuentro de monseñor Roncalli con el Régimen español, el entonces nuncio en París visitó las obras del Valle de los Caídos. El ideal de reconciliación del proyecto le entusiasmó e hizo que, ya siendo Papa, tuviera varios gestos de cariño hacia este monumento, al que incluso legó un fragmento del lignum crucis

María Martínez López
Cúpula de la basílica del Valle de los Caídos, que representa a caídos de los dos bandos de la guerra civil

En 1950, monseñor Angelo Roncalli, entonces nuncio en París, recorrió España cuando volvía de visitar los territorios franceses del norte de África. En el resumen de este viaje, escribió: «No he caído enfermo ninguna vez, salvo un pequeño resfriado visitando El Escorial»; en concreto, el Valle de Cuelgamuros, donde se estaba construyendo el Valle de los Caídos. Este percance le obligó a pasar «un día en ayunas y de descanso en Madrid». Curiosamente, también durante la visita de 1954 tuvo que quedarse un día en Comillas, con una indisposición gástrica que atribuyó a una paella.

Anécdotas aparte, la visita al Valle fue importante en su relación con España. «Roncalli había hecho unas declaraciones sobre España que al Vaticano le parecieron poco convenientes» -explica el historiador don Luis Suárez-, y Pío XII le recomendó que visitara el país. «Le acompañaron al Valle, para que viera las obras, don Alberto Martín Artajo, ministro de Exteriores, y don Ángel Herrera Oria», dos personalidades destacadas de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, que «trabajaban para enderezar el rumbo de la nación hacia la superación de los odios. A monseñor Roncalli le pareció admirable aquella idea de que los caídos de ambos bandos pudieran reposar en el mismo lugar a la sombra de la Cruz, y dejó Madrid convencido de que era una gran obra».

Lignum Crucis regalado por el Papa al Valle.

Yérguese airosa la Cruz

El Papa guardó en su memoria este lugar y, «ya como Pontífice, tuvo múltiples gestos hacia el Valle de los Caídos, nacidos de la conciencia que tenía sobre lo que representaba», explica el padre Anselmo Álvarez, abad de la comunidad benedictina del Valle. Con motivo de su consagración, en 1960, la Santa Sede concedió a la iglesia el título de basílica menor. La carta apostólica en la que se concedía esta dignidad comenzaba con esta bonita descripción del Valle: «Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz redentora, como hito hacia el cielo, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso». La carta justifica la decisión «por el esplendor de su arte, por la dignidad de su culto y por la piedad» de los peregrinos.

Además, el Papa envió como legado pontificio para la ceremonia al cardenal Gaetano Cicognani, «una persona -explica el padre Anselmo- cercana a él», Prefecto de la Congregación de los Ritos, y nuncio en España entre 1938 y 1953. Otros gestos de cariño del Papa fueron conceder la indulgencia plenaria a los fieles que participen en los oficios de Viernes Santo; y un regalo muy especial: dos astillas de madera, de las pocas certificadas como pertenecientes a la Cruz del Señor, que se veneran ese día y en la Exaltación de la Santa Cruz. Su intención era que la gracia de la Redención siguiera derramándose sobre los antiguos combatientes, y sobre toda la nación.