A un mundo indigente de verdadera y sólida esperanza
Palabras del cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, en la Misa de la JMJ Madrid 2011. Aeródromo de Cuatro Vientos, domingo 21 de agosto de 2011
Querido y Venerado Santo Padre, el Sol ha amanecido en Madrid luminoso y ardiente. Su luz baña la meseta castellana que vemos extenderse por el noroeste y el norte hasta las estribaciones de la no muy lejana sierra madrileña como una cálida invitación a mirar a lo alto, en búsqueda de los horizontes que iluminan el futuro definitivo del hombre: ¡los del cielo!
Esta claridad esplendorosa de la mañana madrileña presagia y augura la luz plena y definitiva de Jesucristo resucitado, cuya Pascua vuelve a actualizarse en la celebración del sacramento de la Eucaristía, presidida por el sucesor de Pedro, el Apóstol que profesó el primero, entre los doce, la clara e inequívoca confesión de fe en su Maestro y Señor: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo».
Santo Padre, después de una noche de Vigilia, transcurrida en intensa oración eucarística y después de haber pasado toda la noche en Cuatro Vientos, los jóvenes de la JMJ 2011, acompañados por sus sacerdotes, forman esta magna asamblea litúrgica de una solemnísima Eucaristía en la que la catolicidad de la Iglesia brilla como en pocas otras. Es el momento culminante de la Jornada Mundial de la Juventud. Es el momento del Sí a Cristo: el Sí de las vidas convertidas, el Sí de la vocación al sacerdocio, o a la vida consagrada, el Sí a la llamada para ser un apóstol seglar en medio del mundo tan convulso y problemático de nuestro tiempo. ¡Un mundo indigente de verdadera y sólida esperanza, de justicia y solidaridad! Con este inquietante panorama moral y espiritual, se encontrarán cuando retornen a sus países de origen.
Urge su Sí al matrimonio y a la familia proyectada y realizada según el plan de Dios, al Evangelio de la vida, ¡el Sí a una vida en Dios que es Amor!, como tan bellamente lo explica el Papa en la primera encíclica de su pontificado.
Cuente con ellos, Santo Padre
Los jóvenes, querido Santo Padre, que le han rodeado, estos días, de sus cariñosas y constantes atenciones y muestras de veneración y afecto filial, extraordinariamente receptivos para sus palabras y su mensaje, están dispuestos a ofrecerle al Señor un nuevo −o un renovado− Sí, apoyados y confiados en el Sí de Pedro que el Papa encarna y actualiza para ellos y con ellos en esta solemnísima celebración de la Eucaristía. Unidos en la Comunión del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que van a recibir, marcharán a sus casas y ambientes dispuestos a ser testigos valientes del Evangelio de Jesucristo con las palabras y con las obras.
Aceptan sin vacilar el envío misionero que el Santo Padre quiera hacerles, porque saben muy bien que caminan en Cristo, su hermano, su amigo, su Señor, cuando lo hacen en la comunión visible de la Iglesia presidida por el sucesor de Pedro y de la mano de María, la Santísima Virgen, la Reina de los Cielos y Madre de la Iglesia, e imitando el ejemplo de los santos.
Los Patronos de esta Jornada Mundial −san Isidro y santa María de la Cabeza, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier, san Juan de Ávila y san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y santa Rosa de Lima, san Rafael Arnáiz y el Beato Juan Pablo II− les acompañarán en la nueva etapa de sus vidas que comienza hoy, a fin de que sean testigos de la verdadera alegría: ¡de la alegría de Cristo resucitado!
La única alegría que no perece, la única capaz de ganar el corazón de sus jóvenes amigos y compañeros: ¡de salvar el mundo!
¡Cuente con ellos, Santo Padre!