Veo-Veo. ¿Qué ves? - Alfa y Omega

Veo-Veo. ¿Qué ves?

El proyecto Veo-Veo reúne los viernes a 50 niños de la Cañada Real Galiana de Madrid con profesores y alumnos del colegio Jesús-María de García Noblejas

Cristina Sánchez Aguilar
Niños y monitores comparten el tiempo de los talleres. Foto: María Pazos Carretero

Es viernes. Son las 17 horas en el colegio Jesús-María de García Noblejas. Una veintena de jóvenes entre 16 y 22 años se reúnen en el salón de actos para preparar los juegos de la tarde. Dentro de una hora, 50 niños de la Cañada Real abarrotarán las instalaciones de la escuela. Los monitores llevan cartulinas, pinturas de cara y bolsas llenas con dulces de chocolate y zumos. «Hoy toca el día de los perros y los gatos», explica Alba, una de las monitoras. «Vamos a pintarnos la cara como animales, y recortaremos cartulinas con formas de alimentos. Después merendamos todos juntos». La actividad lúdica es solo la excusa. El verdadero objetivo «es que los niños de la Cañada Real puedan salir unas horas del ambiente de violencia estructural en el que viven», explica Francisco José Pascual, profesor de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y uno de los artífices del proyecto. «Que vengan aquí los viernes significa que estos niños puedan salir de sus chabolas y vengan a un sitio limpio donde se sientan atendidos y queridos».

Son las 18 horas. Llega el autobús, puntual, a la puerta del colegio. Empiezan a escucharse los gritos. Decenas de niños, de entre 4 y 8 años, salen corriendo con los brazos abiertos. Se tiran al cuello de los monitores. Es el primer día que se encuentran, después de las vacaciones de verano, y tienen mucho que contarse.

Abel es primerizo; tiene casi 6 años y lleva dos deseando participar en el Veo-Veo, pero «como no quería ir al colegio en la Cañada, no le dejábamos venir. Este curso por fin está escolarizado y, como recompensa, hoy está aquí», explica Francisco José. El proyecto funciona como acicate, «porque el absentismo escolar es un problema grave en la Cañada. Si van todos los días al colegio, vienen los viernes», añade José Manuel Gómez, profesor de Filosofía y uno de los organizadores.

El pequeño Messi repite. Tiene solo 3 años, pero forma parte de estos encuentros desde que es un bebé. «Le trajimos desde pequeñito y todos le adoran. Sabe de la vida como si fuera universitario», apunta Francisco José. Lo recalca Floriana, de nacionalidad rumana, profesora en la escuela de la Cañada Real y voluntaria también en el proyecto: «Son niños mucho más mayores que lo que corresponde a su edad. Crecen muy deprisa».

No solo van niños. Hay jóvenes que viven en el poblado que se animan a montarse en el autobús cada viernes y echar una mano a los monitores. Sami tiene 19 años y un hijo de 11 meses. «Vengo desde hace cuatro años aquí. Disfruto mucho», reconoce. La que es primeriza es Amaritanka, con 15 años y el sueño de convertirse en peluquera. Lo tiene difícil, porque no ha pisado la escuela en años ni, seguramente, podrá hacerlo en un corto plazo. Amaritanka cuida de sus hermanos pequeños mientras su madre sale a pedir y su hermana menor estudia, porque quiere ser veterinaria. Lo más probable es que tenga que volver a su país, Rumanía, el año que viene, porque «los rumanos nos estamos marchando de la Cañada». «Allí sí que no voy a poder estudiar nunca», se lamenta.

La llegada es especialmente emotiva: no se ven desde el verano y tienen mucho que contarse. Foto: María Pazos Carretero

Algo más que un lugar con droga

Los monitores también son los grandes beneficiados de estos encuentros. «Tienen experiencia directa con una realidad de exclusión social en Madrid. Y no la ven simplemente, sino que participan de ella, intentando alumbrar nuevas salidas. Para los monitores esto supone una huella imborrable», explica el profesor de Filosofía. Porque el Veo-Veo no solo tiene lugar en el recinto del colegio. Los jóvenes van a la Cañada personalmente a conocer el ambiente en el que viven los chavales. «Fue así como yo me enteré de que este barrio chabolista es algo más que drogas», cuenta Jesús, de 20 años, y uno de los veteranos. «Empecé a colaborar cuando se puso en marcha en 2011, y hasta hoy». Jesús ya no sigue en el colegio como alumno, pero cada viernes vuelve a su antiguo patio para jugar con estos niños. Y no solo jugar: «Hay un trabajo psicológico importante detrás. Que puedan conseguir algo sin tener que dar nada a cambio, o que no tengan que recurrir a la fuerza, es un proceso que nos ha llevado tiempo, pero que estamos consiguiendo. Es un aprendizaje muy importante para ellos». «Nos ha costado mucho que confíen en nosotros; recuerdo cómo los que venían al principio vivían con miedo de que les pegásemos cuando hacían algo mal», añade Alba.

Ella también terminó el Bachillerato hace dos años. Ahora estudia Dietética, «pero mientras pueda compaginar esto con el estudio, aquí estaré», señala. La joven reconoce haber «aprendido muchísimo con estos niños. Yo soy hija única, no me falta de nada en casa, y aun así, no sé compartir como lo hacen ellos. Recuerdo una niña que tenía una sola pulsera, y me la regaló. La sonrisa no se le iba de la cara. También me impactaron los niños que en Navidad pintaron un dibujo con mi nombre y me lo trajeron tan contentos. Se acordaron de mí».

Boris también es «de los antiguos».Tiene 23 años y lleva cuatro participando en el Veo-Veo. «Recuerdo cómo, al principio, hacer una fila india para ellos era casi imposible. Media hora… y nada. Pero conforme pasaban los meses, tardaban menos y, al final, ¡lograron hacerla!». Lo que más impactó a Boris cuando empezó el proyecto fue ver «cómo los niños no sabían ni tirar de la cadena. Cuando veían los baños se volvían locos. Al enterarse de que el agua era potable, me encontraba a las niñas lavándose el pelo con el jabón en el lavabo del cuarto de baño».

Los niños corren a abrazar a sus monitores. Foto: María Pazos Carretero
Los niños corren a abrazar a sus monitores. Foto: María Pazos Carretero

Laicos en misión compartida

Veo-Veo nació en 2011 porque «los bachilleres que se estaban formando como monitores no tenían niños con los que trabajar. Como un grupo de profesores del colegio estábamos trabajando también con los niños de la Cañada, pensamos en unir las dos realidades», cuenta José Manuel.

El nombre surgió de una reflexión: «Estamos rodeados de realidades que deberían interpelarnos, pero no las vemos. El objetivo es ver, abrir los ojos a lo invisible. ¿Cuánta gente pasará por la autopista cada día y no verá lo que ocurre en la Cañada Real Galiana? Nosotros queremos ver. Vemos a esos niños, y ellos a nosotros. Por eso queríamos hacer algo juntos».

También se hace seguimiento de los chavales. Por ejemplo, «intentamos ayudar más allá del proyecto a los más mayores. Hay un chico que quiere poner un negocio de bicis, pero tiene dificultades, por problemas con sus papeles. Desde aquí estamos intentando que pueda cumplirse su sueño y monte su pequeña empresa», añade el profesor.

Para José Manuel este proyecto es, ante todo, una oportunidad de compartir la misión «entre los laicos y las religiosas de Jesús-María. Es poner en práctica la misión compartida». Lo corrobora Mar, una profesora también del colegio: «Somos un colegio religioso que además de hablar de Dios, pone en práctica ese amor con cosas reales como esta».

«¿Te vienes a mi casa a pasar la tarde?»

El proyecto Veo-Veo traspasa los muros del colegio. Hay excursiones a la sierra, a la casa que tienen las religiosas de Jesús-María, a la piscina en verano, o a dar un paseo por Madrid en Navidad… «pero el verdadero proyecto educativo ocurre cuando los monitores, chavales de entre 15 y 20 años, se llevan a los niños a su casa a pasar, por ejemplo, la tarde del domingo. Ahí se crea una unión que va más allá del trato con el grupo. Empieza una relación de tú a tú», explica Paco Pascual, uno de los artífices del proyecto.

Para los monitores, pasar tiempo con los niños fuera del colegio es una experiencia que «nos acerca mucho a ellos, nos permite conocerlos a nivel personal. Te das cuenta de detalles de su personalidad, y de lo implicados y obedientes que pueden llegar a ser cuando están ante una figura que les ha dado la oportunidad de estar en su casa», cuenta una de las monitoras. Por parte de los niños, solo hay «caras de felicidad, muestras de cariño y agradecimiento cuando compartes tu vida más personal con ellos».