Ante los desafíos: la fe - Alfa y Omega

Ante los desafíos: la fe

Alfa y Omega
Benedicto XVI, en una audiencia con jóvenes, el pasado 10 de agosto

«Naturalmente, es un signo de amor» que el Papa visite España por tercera vez, algo que no ha tenido lugar en ningún otro país. «Se podría decir que es una coincidencia. ¡Pero ¿cómo el Papa podría faltar en estas ocasiones?! Las ocasiones son también los desafíos, casi una necesidad de ir»: así respondía Benedicto XVI a los periodistas, en el avión, camino de Compostela, el pasado noviembre, al preguntarle por el privilegio para España de una tercer Viaje papal. Y explicaba, a continuación: «El hecho de que, precisamente en España, se concentren tantas ocasiones, muestra también que es realmente un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe, y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España. Por eso, esta casualidad demuestra una realidad más profunda, la fuerza de la fe y la fuerza del desafío, para la fe». Estas palabras obligan a evocar las de su predecesor, el Patrono, tan especial, de esta JMJ de Madrid 2011, Beato Juan Pablo II, en la plaza de Colón, de Madrid, durante su última Visita a España, el 4 de mayo de 2003, en la ceremonia de canonización de cinco santos españoles del siglo XX: «La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español, dije cuando peregriné a Santiago de Compostela –la primera vez, en 1982–. Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia».

Ante los fuertes desafíos, en España, en Europa y en todo el mundo, de una civilización que se desmorona por momentos y que sólo puede ofrecer recursos llamados a morir, por mucho que se los quiera disfrazar de avances y de progreso, ¿qué fuerza, sino la de la fe en Dios Todopoderoso, hecho carne en Jesucristo, nacido de María Virgen, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, vivo y presente en su Iglesia, nos trae a los hombres la esperanza verdadera de una vida plena, la única capaz de saciar el hambre infinita de todo corazón humano? San Juan, en su Primera Carta, no duda en afirmarlo: «La victoria que vence al mundo es nuestra fe». No hay otra fuerza definitivamente vencedora que esta fe de los cristianos, que, estos días, llena Madrid con el clamor gozoso de los jóvenes hermanos venidos de todos los rincones de la tierra. La fe que viene a confirmarnos el mismo Vicario de Cristo en la tierra, y que no es una decisión ética, ni tampoco una gran idea, como recuerda el propio Benedicto XVI al comienzo de su primera encíclica, Deus caritas est, ¡sino el fruto del «encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva!».

Sí, es a Cristo mismo a Quien hacen especialmente visible, estos días, los jóvenes que, llegados a Madrid de los cinco continentes, ponen bien de manifiesto la alegría contagiosa de su Encuentro con Él. Y, para ello, no es inconveniente alguno la realidad del dolor, de la crisis política y económica, y de todas las adversidades habidas y por haber. El cristiano puede mirar de frente todo eso, y hasta la misma muerte. Es más, la citada victoria de la fe está en una cruz. Y Benedicto XVI, como san Pablo, no duda en llamarla la Cruz gloriosa. Sencillamente, porque en Ella está clavada la salvación del mundo, ya presente aquí y ahora, capaz, por tanto, de afrontar los desafíos, por inmensos que sean, de este mundo convulso. Porque más inmenso es el poder de la fe en Jesucristo. ¡Nada menos que infinito! De este modo, ¿acaso podemos dudar de que aquí precisamente está el único dinamismo capaz de hacer un mundo a la altura, igualmente infinita, de la dignidad del hombre?

ía de la llegada del Papa a Madrid, lo que nos dijo, con su habitual claridad y hondura, en su Mensaje para esta JMJ 2011: que «la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino, sobre todo, una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud».