Así cambiaré la Iglesia - Alfa y Omega

Así cambiaré la Iglesia

2:30 de la tarde, en mi despacho, suena el teléfono y la secretaria me dice: «Tengo al Papa en línea; se lo paso inmediatamente». Me quedo de piedra: «Buenas tardes, Santidad. Estoy confuso, no me esperaba su llamada». —«¿Por qué? Usted me mandó una carta en la que me pedía conocerme personalmente. Yo tenía el mismo deseo y le llamo para fijar la cita. Veamos mi agenda, el miércoles no puedo, el lunes tampoco, ¿le iría bien el martes?». —«Estupendo». —«El horario es un poco incómodo; ¿le va bien a las 3 de la tarde? Si no, cambiamos de día». —«Santidad, me va bien todo». —«Entonces, el martes 24, a las 3 de la tarde, en Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Santo Oficio». No sé cómo acabar esta llamada: «¿Puedo abrazarle por teléfono?». —«Por supuesto, yo también le abrazo y ya lo haremos personalmente». Así lo cuenta el fundador de La Repubblica, en una nueva entrevista concedida por el Santo Padre. El diario italiano la publicó el 1 de octubre. Ofrecemos lo esencial:

Colaborador
Una Iglesia pobre, entre los pobres: el Papa, en una favela de Río de Janeiro, en la JMJ

Me dice el Papa Francisco: «Los peores males que afligen al mundo hoy son la desocupación de los jóvenes y la soledad a la que son abandonados los ancianos. Éstos necesitan cuidado y compañía; los jóvenes, trabajo y esperanza, pero no tienen ni lo uno ni lo otro, y lo peor es que ya no lo buscan. Han sido aplastados por el presente; ¿se puede vivir aplastado por el presente? ¿Se puede seguir así, sin memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse en el futuro, en un proyecto, en una familia? Éste es, a mi juicio, el problema más urgente que la Iglesia tiene que afrontar».

Santidad, es sobre todo un problema político y económico que compete a los Estados, Gobiernos, partidos, sindicatos.
Ciertamente, tiene razón; pero también compete a la Iglesia; más aún, sobre todo a la Iglesia, porque esta situación no sólo hiere a los cuerpos sino a las almas, y la Iglesia tiene que sentirse responsable tanto de las almas como de los cuerpos.

¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente de este problema, y que usted la incita en esa dirección?
En cierta medida es consciente, pero no lo suficiente. Yo deseo que lo sea más.

El Papa sonríe y me dice: «Alguno de mis colaboradores que le conocen me ha dicho que usted tratará de convertirme».

También mis amigos piensan que usted va a querer convertirme.
Sonríe y responde: «El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Lo que hace falta es conocerse, escucharse. A mí me ocurre que después de un encuentro con alguien, quiero otro, porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. El mundo está lleno de senderos que nos acercan o alejan, pero lo importante es que nos lleven al Bien».

Santidad, ¿hay una visión única del Bien? ¿Y quién la establece?
Cada uno de nosotros tiene su visión del Bien y del mal. Nosotros tenemos que tender hacia lo que cada uno piensa que sea el Bien y debe elegir seguir el Bien y combatir el mal tal como él lo concibe. Esto bastaría para mejorar el mundo.

¿La Iglesia lo está haciendo?
Sí. Nuestras misiones tienen esta finalidad: descubrir las necesidades materiales e inmateriales y tratar de satisfacerlas lo mejor que podamos. ¿Usted sabe lo que es el ágape?.

Sí, lo sé.
Es el amor a los demás, como nuestro Señor lo predicó. No es proselitismo, es amor.

Jesús, en su predicación, dijo que el amor a los demás es el único modo de amar a Dios. Corríjame si me equivoco.
No se equivoca. El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de la fraternidad: todos hermanos y todos hijos de Dios.

Habla Scalfari del narcisismo y el Papa le comenta: «A mí, la palabra narcisismo no me gusta, indica un amor desmedido hacia sí mismo y eso puede causar grave daño no sólo al alma de quien lo tiene, sino a la relación con los demás; es una especie de perturbación mental que sufren, sobre todo, personas que tienen mucho poder».

También muchos dirigentes de la Iglesia son narcisistas.
¿Sabe lo que pienso sobre eso? Los dirigentes de la Iglesia han sido a menudo narcisistas, adulados y mal excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado.

Pero ¿cual es esa corte, alude usted quizás a la Curia?
No. En la Curia puede que haya cortesanos a veces, pero en su conjunto es otra cosa. Es lo que en los ejércitos se llama la Intendencia; pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Busca los intereses del Vaticano, que en gran parte son todavía temporales, y olvida el mundo que nos rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda para cambiarla. La Iglesia es, o debe volver a ser, una comunidad del pueblo de Dios.

¿Usted sintió su vocación desde joven?
No, no muy joven. Estudié en la universidad. Tuve una profesora comunista ferviente, hacia la cual tuve respeto y amistad. Me daba a leer a menudo textos del Partido Comunista. Así conocí también aquella concepción del mundo muy materialista. Luego fue arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina.

¿Le sedujo el comunismo?
Su materialismo no hizo presa en mí; pero conocerlo a través de una persona valiente y honrada me fue útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social que luego reencontré en la doctrina social de la Iglesia.

La teología de la liberación estaba muy presente en Iberoamérica.
Sí, muchos de sus exponentes eran argentinos.

¿Piensa usted que fue justo que el Papa la combatiese?
Ciertamente sacaban unas consecuencias políticas de su teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de humanidad.

Scalfari le comenta al Papa que fue educado por una madre muy católica, que él comulgaba los primeros viernes de mes y que tenía fe, pero que todo cambió cuando entró en el Instituto; y el Papa le dice: «Pero, por lo que he entendido, usted es un no creyente, pero no un anticlerical. Son dos cosas muy diferentes».

Es cierto, no soy anticlerical, pero me convierto en anticlerical cuando encuentro a un clerical.
El Papa sonríe y me dice: «A mí también me pasa, cuando tengo enfrente un clerical, me convierto en anticlerical de repente. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo».

Le pregunta Scalfari a qué santo se siente más cercana su alma y qué santos han formado su experiencia religiosa, y el Papa cita a san Pablo, san Agustín, san Benito, santo Tomás de Aquino y san Ignacio… «y, naturalmente, san Francisco. ¿Tengo que explicarle por qué?».

Cuando Scalfari insiste, el Papa precisa: «Usted me pide una clasificación, pero eso sólo se puede hacer si se habla de deportes, o de algo parecido. Podría darle los nombres de los mejores futbolistas de Argentina, pero de los santos… Pero le digo: Agustín y Francisco».

¿No Ignacio?
Ignacio, por razones comprensibles, es al que conozco más que a los demás. Los jesuitas fueron y son todavía la levadura -no la única, pero quizás la más eficaz- de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio, que fundó la Compañía, era también un reformador y un místico.

Portada de La Repubblica, del pasado martes: «El Papa: así cambiaré la Iglesia»

¿Los místicos han sido importantes para la Iglesia?
Han sido fundamentales. Una religión sin místicos, es una filosofía.

¿Usted tiene vocación mística?
¿A usted qué le parece?

A mí me parece que no.
Probablemente tiene razón. Adoro a los místicos; también Francisco en muchos aspectos de su vida lo fue, pero yo no creo tener esa vocación. El místico llega a alcanzar la comunión con las Bienaventuranzas: breves momentos, pero que llenan toda la vida.

¿A usted le ha ocurrido?
Raramente. Por ejemplo, cuando el cónclave me eligió Papa: antes de aceptar, pedí poder retirarme unos minutos a la sala de al lado, la que tiene el balcón sobre la plaza. Mi cabeza estaba completamente vacía y me había invadido una gran ansiedad. Para hacerla pasar y relajarme cerré los ojos y desapareció todo pensamiento, incluso el de rechazar la aceptación de la carga, que es algo que el protocolo litúrgico consiente. Cerré los ojos y dejé de tener cualquier ansiedad o emotividad. En un determinado momento, me invadió una gran luz, duró un instante, pero a mí me pareció larguísimo. Luego la luz se disipó, yo me levanté de golpe y me dirigí a la sala donde me esperaban los cardenales y la mesa donde estaba el Acta de aceptación. La firmé. El cardenal camarlengo hizo lo mismo y luego, en el balcón, fue el Habemus Papam.

¿Usted se siente tocado por la gracia?
Eso no puede saberlo nadie. La gracia no forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no de sabiduría ni de razón. También usted, aunque no lo sepa, podría ser tocado por la gracia.

¿Sin fe? ¿No creyendo?
La gracia pertenece al alma.

Yo no creo en el alma.
No cree, pero la tiene.

Santidad, habíamos quedado en que no habría intención alguna de convertirme y creo que no lo conseguiría.
Eso no se sabe, pero en todo caso no tengo ninguna intención.

El Papa describe a san Francisco como «el más luminoso ejemplo del ágape cristiano».

Tiene razón, Santidad, es una descripción perfecta; pero, ¿por qué ninguno de sus predecesores ha elegido nunca ese nombre y, a mi parecer, ningún otro después de usted lo elegirá?
Eso no lo sabemos. No hipotequemos el futuro.

Comenta Scalfari la disminución de los católicos en el mundo, «muchos todavía, pero minorías».

Siempre hemos sido minorías; personalmente pienso que ser una minoría es, además, una fuerza. Tenemos que ser una levadura de vida y de amor, y la levadura es una cantidad infinitamente más pequeña que la masa de frutos, flores y árboles que de ella nacen. Debemos volver a dar esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos al futuro, difundir el amor, pobres entre los pobres. El Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Desde entonces, se ha hecho muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de quererlo hacer. No sé si soy el que mejor representa a los creyentes, pero la Providencia me ha confiado la guía de la Iglesia y de la diócesis de Pedro. Haré cuanto esté de mi parte para cumplir lo que se me ha confiado.

Jesús dijo Ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que esto haya ocurrido?
Desgraciadamente, no. El egoísmo ha aumentado y el amor hacia los demás, disminuido.

Pienso que el amor al poder temporal es todavía muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional de toda la Iglesia.
Así están las cosas, de hecho, y en esta materia no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco, en su tiempo, tuvo que negociar largamente con el Papa y con la jerarquía romana para hacer reconocer las reglas de su Orden.

¿Usted tendrá que seguir el mismo camino?
Ciertamente, no soy Francisco de Asís y no tengo su fuerza ni su santidad, pero soy el obispo de Roma y el Papa de la catolicidad. Para empezar, he decidido nombrar un grupo de ocho cardenales que sean mi Consejo. No cortesanos, sino personas sabias y animadas por mis mismos sentimientos. Es el comienzo de esa Iglesia con una organización no sólo vertical, sino también horizontal.

Scalfari saca el tema de la política, y el Papa afirma: «La Iglesia, al menos mientras yo esté aquí, no irá más allá de la tarea de expresar y difundir sus valores».

Pero la Iglesia no ha sido siempre así.
No ha sido casi nunca así. Muy a menudo, la Iglesia como institución ha estado dominada por el temporalismo…

Al final de la entrevista, el Papa dice a su entrevistador: «Pero ahora déjeme a mí hacerle una pregunta: ¿Usted, laico que no cree en Dios, ¿en qué cree? Es un hombre de pensamiento, creerá en algo, tendrá un valor dominante, se preguntará, como todos, quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?» Scalfari responde que cree en el Ser como un tejido de energía caótica pero indestructible y en eterna caoticidad. Y el Papa comenta: «Yo creo en Dios. No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios, y creo en Jesucristo, su encarnación, mi maestro y mi pastor. Éste es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy distantes?».

Todavía antes de abrazarse para despedirse, el Papa le comenta que «el llamado liberalismo salvaje no hace otra cosa que hacer más fuertes a los fuertes y más débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Lo que hace falta es gran libertad, ninguna discriminación, no demagogia y mucho amor», concluye.

Scalfari le dice que será un Papa revolucionario, mitad jesuita, mitad hombre de Francisco, algo nunca visto, y se dan cita para otra entrevista. Y dice el Papa: «Hablaremos también del papel de la mujer en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es femenino. Lleve a todos sus familiares mi bendición y pídales que recen por mí, y piense en mí, piense en mí a menudo».

Éste es el Papa Francisco. Si la Iglesia llega a ser como la piensa y la quiere, habrá cambiado una época.

Eugenio Scalfari