Cuando amanece - Alfa y Omega

En el año 2002 los malawianos se vieron envueltos en una hambruna que acabó con la vida de muchos e hipotecó el futuro de cientos de niños que, desde entonces, arrastran los efectos de la desnutrición.

Ante una situación así, la respuesta internacional fue rápida y efectiva. Tengo que decir que, en aquella crisis, España apoyó y aportó ayuda por valor de muchos miles de euros para paliar el hambre que vivía el país. Los primeros en sufrir la escasez de alimentos fueron los niños y los ancianos. Parecía que estos últimos aceleraban su muerte para dejar de ser un estorbo en la familia, evitando una boca que alimentar.

Con las ayudas recibidas, la misión de Chezi inició un programa de apoyo a estos ancianos que consistía, en aquel momento, en dar todos los días una especie de puré elaborado a partir de harina de soja, cacahuete, azúcar y leche. A ese programa le dimos el nombre de Sunrise –Amanecer–, porque al final de sus vidas, al atardecer de ellas, cuando ya nada se esperaba, un nuevo amanecer se abría ante ellos, ante quienes lo habían dado todo por sus familias y por su país. Con el paso del tiempo y la estabilidad –en mayor o menor medida– del país, se pasó a distribuir ayuda mensualmente.

Uno de los primeros en acudir para recibir comida fue Chimutupasi Zitupa. Llegaba cada día desde su poblado de Mtalaje, a unos cinco kilómetros de la misión. Chimutupasi era y es el abuelo de una de las niñas huérfanas recogidas en la misión, y vivía solo tras la muerte de su esposa. En aquel año fatídico no había futuro ni esperanza para él. Salió adelante no solo por la comida que él y muchos recibieron, sino también por el apoyo con semillas que se les dio.

Esta semana he vuelto por la misión de Chezi y me lo he encontrado cuando venía a recoger la ayuda mensual que seguimos distribuyendo 13 años después de la hambruna. Me reconoció, se río y me saludó como lo hacen los malawianos. Está mayor, ni siquiera sabe cuántos años tiene y la vida le ha pasado factura. Sigue viniendo cada mes aunque le cueste caminar y le fallen las fuerzas: él no falta a la cita.

Aquel atardecer que parecía inminente en el 2002 se ha ido convirtiendo en muchos amaneceres desde entonces, al menos para Chimutupasi y sus amigos, que se agarran con fe a la vida y que no dejan de agradecer que se les tengan en cuenta y se les ayude a terminar sus días con la dignidad con la que siempre han querido vivir y morir.