Ese estupendo fenómeno - Alfa y Omega

Hacer memoria no es solo una piadosa recomendación, es la única forma de vivir la realidad de la Iglesia como lo que es, y una garantía para no confundirnos. La semana pasada se cumplían 50 años de la declaración conciliar Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia católica con las religiones no cristianas, y con ese motivo he buscado la homilía que pronunció el beato Pablo VI aquel 28 de octubre de 1965. Era un momento de efervescencia, con muchas expectativas y no pocos recelos. El Papa Montini había sufrido lo suyo para mantener firme el timón del Concilio, y más que había de sufrir en los años siguientes. Pero en esta ocasión su mirada está llena de gratitud y sus palabras reflejan incluso un punto de exaltación: «¡La Iglesia vive!», exclama repetidamente. Parece como si lo estuviera viendo con ojos de niño (evangélicamente hablando): Cristo continúa en la Iglesia su obra, que no es solo la de conservar lo ya realizado, sino que es edificadora y desarrolla orgánicamente el crecimiento del edificio que fundó sobre la piedra que da nombre al primero de los apóstoles.

Pablo VI describe con palabras vibrantes y eficaces que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, «saca del seno de su sabiduría interior» una nueva palabra para dirigirse al mundo, como «una conquista de su amoroso y laborioso pensamiento». Y parece como si quisiera arrastrar en su lúcida emoción a los padres conciliares que concelebran con él, a los que pregunta si no es por esto por lo que han acudido a Roma: «Para sentir que la Iglesia vive, para descubrir no ya los años de su vejez, sino la energía juvenil de su perenne vitalidad», una Iglesia siempre fiel a su propia identidad, pero que buceando en su fuente se perfecciona y se hace más idónea para desarrollar su misión en cada nueva circunstancia histórica.

¡La Iglesia vive, la Iglesia es perennemente joven! Resulta notable que estas mismas fueran las palabras de Benedicto XVI en la despedida de su ministerio: dos grandes papas en los que el dolor, la inteligencia y el amor han estado siempre anudados. Y es importante notar que esa es también la flecha del discurso de Francisco en la última sesión del Sínodo sobre la familia. Yo me apunto a la recomendación del beato Pablo VI de «gustar este estupendo fenómeno: la Iglesia se perfecciona, se confirma, se desarrolla, se renueva, se santifica».