Unos meses antes de su muerte, Simone Weil escribió un listado de preguntas para el padre Jean Couturier, religioso dominico parisino con quien Jacques Maritain le había puesto en contacto para acompañar y contrastar con él la búsqueda existencial y religiosa que estaba viviendo y que la estaba acercando al cristianismo. El texto está compuesto por 35 preguntas, con largos comentarios y argumentaciones en muchas de ellas, que la filósofa plantea como criterio de discernimiento para poder decirse, saberse y reconocerse católica o no. Las cuestiones de Carta a un religioso —así fue publicado este escrito en 1951, dos años después de la muerte de Simone, por su gran amigo, y editor de muchas de sus obras, Albert Camus— nunca fueron respondidas por nadie.
El contenido, aun siendo necesarias algunas matizaciones y reorientaciones en la formulación de algunos pasos, está guiado por una intuición genial: el reconocimiento de que todas las búsquedas de la humanidad, todo el acervo cultural, religioso y humano que estas búsquedas han alumbrado, en lo que tienen de bello, de valioso y de verdaderamente humanizador, apunta, está orientado y señala a Cristo. En la entraña de las civilizaciones paganas precristianas se reconoce un anhelo y una espera del cristianismo, una profecía de Cristo.
Simone hace referencias explícitas a las culturas egipcia, babilónica, druida, germánica, cretense, fenicia… de las que es gran conocedora pero, sin duda, manifiesta un especial aprecio por la cultura grecolatina. Esta deferencia hacia la tradición clásica griega es un dato común del pensamiento filosófico y humanista de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX; y, mientras que Hördelin y Nietszche anhelan el retorno la Grecia soñada donde Prometeo será proclamado paradigma de una humanidad contra Dios, otros pensadores, como Weil, encontrarán en el humanismo griego una puerta abierta hacia Cristo. Pienso, entre otros, por ejemplo, en Olivier Clément, amigo de Simone Weil y con quien comparte un parecido recorrido personal desde el ateísmo hasta el cristianismo. Clément interpretó Mayo del 68 como un grito y gemido de vida, y vida abundante, por parte de los jóvenes revolucionarios. Este grito encontró en la exaltación de Dioniso —dios de la vida, de la fecundidad y el vino— su expresión, pero en Cristo resucitado alcanza su cumplimiento.
Estas interesantes afirmaciones son el puerto al que llega la propia Simone Weil al final de su vida, como si en su historia personal se reprodujera la búsqueda y espera de toda la humanidad. De familia judía, atea por elección, de profesión filósofa, buscadora de la verdad tanto en el ámbito intelectual como moral, activista política liberal, comprometida con el hombre a través de una ética de la compasión que le llevará hasta el sacrificio de su propia vida por solidaridad con los que sufren, encontrando ahí la presencia misteriosa del amor de Dios y precisamente del amor de Dios encarnado, Jesús, solidario con el sufrimiento de la humanidad hasta la cruz. Es justamente todo este itinerario personal y espiritual, aparentemente desnortado y alejado del cristianismo y de la Iglesia lo que, por el contrario, la fue conduciendo hacia Jesucristo, pues todo lo verdaderamente humano que ella estudió, conoció y amó, aún de forma inconsciente, le hablaba de Él.
En realidad, Carta a un religioso es una apelación a la Iglesia católica, una llamada a romper con todo divorcio e indiferencia entre cristianismo y cultura. Se revalida, así, la misión de la teología como reflexión creyente sobre la totalidad de lo humano gracias a una hermenéutica evangélica de sus tradiciones y frutos que logre esclarecerlo todo y llevarlo a su máximo esplendor en Cristo, «en quien están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento» (Col 2, 3). Esta posición teológica de escucha, diálogo e interpretación cristiana del mundo y sus saberes encontró ya en la época patrística una fundamentación teológica en la bellísima expresión de las «semillas del Verbo» o las «preparaciones evangélicas».
También cuando el Papa Francisco en Veritatis gaudium propone crear «laboratorios culturales providenciales» a través del quehacer teológico (VG 3), está igualmente alentando a un estudio de la teología que abra vías de encuentro y reconciliación entre el cristianismo y la sociedad posmoderna, estimando y transfigurando los logros y deseos nobles de nuestra cultura para esclarecer su realización última y plenitud en Cristo, donde Dios y el hombre se reconcilian y abrazan.