Se avecina un cambio de estación. El Valle del Tiétar muestra su nueva tabla cromática en la que poco a poco entran los ocres, amarillos y cárdenos. Las lluvias han refrescado la hierba de los prados y hemos visto, desde el mirador de nuestra comunidad, nubes cabalgando en la cresta de las montañas y anunciando el cambio que vendrá.
El otoño es recogimiento. Se respira un hondo silencio, de tiempo que se apaga o se despide. Para el corazón contemplativo esta estación es de una enorme riqueza espiritual; comienzan los horarios más intensos de vida hacia dentro, de trabajo interior, de intensa vida fraterna alrededor de la chimenea que caldea el ambiente húmedo y frío. La oración brota como ofrenda tras el duro verano.
Se acercan a nosotras personas que traen sus carpetas de trabajo y necesitan hacer el plan o proyecto de año o de curso. Vienen cargadas de tareas urgentes. Llegan así pero, de pronto, se impone la necesidad más verdadera. Dejan las hojas de ruta y se paran a contemplar la bella Creación que se abre a los ojos; se dejan atrapar por un silencio difícil de encontrar ya en medio de las ciudades; entran en la liturgia comunitaria con sus ritmos pausados, sus cantos, sus gestos religiosos; ayudan a las hermanas en las tareas de hospedería, recolectando almendras o buscando piñas y madera para atizar el fuego que alivie el rigor del invierno…
Necesitamos recogernos para poder darnos, volver a acciones sencillas y humildes para lograr las fortalezas que requieren las grandes empresas, poner los ojos en el Señor y desde ahí mirar hacia el horizonte que tenemos delante. Es el movimiento indispensable para un buen dinamismo espiritual. Bendito otoño que nos lo recuerda.