El futuro del diálogo interreligioso empieza por «rezar unos por otros» - Alfa y Omega

El futuro del diálogo interreligioso empieza por «rezar unos por otros»

El Papa Francisco ha interrumpido este miércoles su ciclo de catequesis sobre la familia y la Iglesia para recordar el 50º aniversario de la declaración conciliar Nostra aetate, sobre la relación con las religiones no cristianas. «El diálogo basado en el respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de colaboración» en ámbitos donde «el mundo nos exhorta a colaborar». La primera forma de hacerlo es la oración

María Martínez López

Para hacer frente de forma adecuada al futuro del diálogo interreligioso, «la primera cosa que debemos hacer es rezar. Y rezar los unos por los otros, somos hermanos». Así ha concluido el Papa Francisco, este miércoles, la audiencia general. El Santo Padre ha interrumpido el ciclo de catequesis sobre la relación de la familia con la Iglesia para conmemorar el 50º aniversario de la declaración conciliar Nostra aetate, sobre la relación de la Iglesia católica con las religiones no cristianas. «Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Que nuestra oración pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios», ha continuado.

El Papa ha explicado que el Concilio fue «un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia católica sobre sí misma y sobre el mundo», para leer los signos de los tiempos para una actualización basada en una doble fidelidad: «a la tradición eclesial y a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo».

Mensaje siempre actual

Dentro del magisterio conciliar, «el mensaje de la declaración Nostra aetate es siempre actual», en puntos como «el origen común y el destino común de la humanidad», las religiones «como búsqueda de Dios» y la mirada benévola de la Iglesia, que «no rechaza nada de lo que en ellas hay de bello y verdadero». Desde entonces –recordó el Santo Padre–, han tenido lugar numerosas iniciativas con otras religiones, como por ejemplo el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986, «querido y promovido por san Juan Pablo II».

Dentro de la gratitud que merecen todos estos avances, el Papa se refirió en especial a la «transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos». Este camino de «conocimiento, respeto y estima mutua» es también válido «análogamente para la relación con las otras religiones», en particular los musulmanes.

Sospecha hacia las religiones

Pasando del repaso histórico a la cuestión más general del diálogo interreligioso, Francisco ha explicado que este «se revela fructífero» cuando es «abierto y respetuoso». Este respeto recíproco, que es su condición y al mismo tiempo su fin, incluye «respetar el derecho de otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión».

El Papa reconoció que en este momento de la historia, «a causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones». Frente a esto, propuso «mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en muchos campos».

«El mundo nos mira»

«El mundo –continuó– nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan ninguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas»: la paz, la miseria, la violencia, la degradación moral, la crisis ambiental, de la familia, de la economía, y de la esperanza… Los creyentes «no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro».

Además, Francisco propuso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia como «una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad». Aquí «pueden unirse a nosotros muchas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados». Esta colaboración en el ámbito de la misericordia –añadió– debe extenderse también al cuidado de la creación.

Texto completo de la catequesis del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas buenos días,

En las Audiencias generales hay a menudo personas o grupos pertenecientes a otras religiones; pero hoy esta presencia es del todo particular, para recordar juntos el 50º aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia católica con las religiones no cristianas. Este tema estaba fuertemente en el corazón del beato Papa Pablo VI, que en la fiesta de Pentecostés del año anterior al final del Concilio había instituido el Secretariado para los no cristianos, hoy Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Expreso por eso mi gratitud y mi calurosa bienvenida a personas y grupos de diferentes religiones, que hoy han querido estar presentes, especialmente a quienes vienen de lejos.

El Concilio Vaticano II ha sido un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los signos de los tiempos en miras a una actualización orientada a una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. De hecho Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre (cfr. Heb 1, 1), se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla.

El mensaje de la declaración Nostra aetate es siempre actual. Recuerdo brevemente algunos puntos:

  • La creciente interdependencia de los pueblos (cfr. n. 1);
  • La búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, preguntas que siempre acompañan nuestro camino (cfr. n. 1);
  • El origen común y el destino común de la humanidad (cfr. n. 1);
  • La unicidad de la familia humana (cfr. n. 1);
  • Las religiones como búsqueda de Dios o del Absoluto, en el interior de las varias etnias y culturas (cfr. n. 1);
  • La mirada benévola y atenta de la Iglesia sobre las religiones: ella no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de bello y verdadero (cfr. n. 2);
  • La Iglesia mira con estima los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral (cfr. n. 3).
  • La Iglesia abierta al diálogo con todos, y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, por comenzar en aquella que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, único salvador, y que el Espíritu Santo está a la obra, fuente de paz y amor.

Son muchos los eventos, las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas de estos últimos 50 años, y es difícil recordar todos. Un hecho particularmente significativo ha sido el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986. Este fue querido y promovido por san Juan Pablo II, quien un año antes, es decir hace 30 años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 de agosto de 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza.

Una especial gratitud a Dios merece la verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos. El Concilio, con la declaración Nostra aetate, ha trazado el camino:  al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; no a cualquier forma de antisemitismo y condena de todo insulto, discriminación y persecución que se derivan. El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen el camino que, si vale en modo peculiar para la relación con los judíos, vale análogamente también para la relación con las otras religiones. Pienso en particular en los musulmanes, que –como recuerda el Concilio– «adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres» (Nostra aetate, 5). Ellos se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno (cfr. ibid.).

El diálogo que necesitamos no puede ser sino abierto y respetuoso, y entonces se revela fructífero. El respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión.

El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, la degradación moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad.

A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos (cfr. discurso al Congreso EE. UU., 24 de septiembre de 2015), es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en muchos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos cuidando los unos de los otros y de lo creado. Todos los creyentes de cada religión. Juntos podemos alabar al Creador por habernos dado el jardín del mundo para cultivar y cuidar como bien común, y podemos realizar proyectos compartidos para combatir la pobreza y asegurar a cada hombre y mujer condiciones de vida dignas.

El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que está delante de nosotros, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobretodo la compasión, pueden unirse a nosotros muchas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados. Pero la misericordia a la cual somos llamados abraza a todo el creado, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores. Debemos siempre proponernos dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado (cfr. enc. Laudato si’, 194), a partir del ambiente en el cual vivimos, de nuestros pequeños gestos de nuestra vida cotidiana.

Queridos hermanos y hermanas, en cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es rezar. Y rezar los unos por los otros, somos hermanos. Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Que nuestra oración pueda, cada uno según la propia tradición, pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, quien desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad. Gracias.

Traducido por Mercedes de la Torre / RV