El Papa renueva su compromiso con el diálogo ecuménico e interreligioso - Alfa y Omega

El Papa renueva su compromiso con el diálogo ecuménico e interreligioso

«Debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto», exhortó el Papa Francisco a los representantes de otras confesiones cristianas y religiones que acudieron el día 19 a la Misa de inicio de pontificado. Al recibirlos este miércoles, renovó también su «firme voluntad» de continuar el diálogo ecuménico, siguiendo el camino marcado por su predecesores

María Martínez López

El Papa Francisco recibió el día 20 de marzo a los delegados fraternales; es decir, a los enviados de las Iglesias, comunidades eclesiales y organismos ecuménicos internacionales, así como a los representantes de las religiones no cristianas, llegados a Roma con motivo del inicio de su ministerio como Obispo de Roma y de sucesor del apóstol Pedro. En nombre de todos los presentes, tomó la palabra para saludar al Papa el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, que recordó la «alta , grave y difícil tarea» que conlleva su ministerio, y reiterando, además, la necesidad de las Iglesias de alejarse de la mundanidad y de caminar hacia la unidad entre los cristianos. También recordó cómo el Papa, en sus primeras palabras desde la logia de la Basílica de San Pedro, se presentó como obispo de la Iglesia de Roma, «que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias». Esto resulta significativo ya que, durante los últimos años, el diálogo ecuménico con las Iglesias ortodoxas se ha centrado en la reflexión sobre el contenido concreto del Primado de Pedro, que las Iglesias ortodoxas reconocieron en 2007.

También a las personas en búsqueda

El Papa Francisco, que escuchó al Patriarca desde una butaca, y no desde el trono habitualmente dispuesto en la Sala Clementina, dio las gracias a Bartolomé I, llamándole «mi hermano Andrés», ya que los patriarcas de Constantinopla son considerados los sucesores del apóstol Andrés, el hermano de Simón-Pedro. El cardenal Bergoglio, en Argentina, era Ordinario para los fieles católicos de ritos orientales, por lo que tiene una especial sensibilidad hacia las Iglesias ortodoxas. En sus palabras a los cristianos de otras confesiones, manifestó su «firme voluntad» de, «en la estela de mis predecesores», continuar el diálogo ecuménico. Saludó a continuación a los judíos y, por último, a los representantes de todas las demás religiones, entre los que destacó a los musulmanes. También recordó a «todos aquellos hombres y mujeres que, sin reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en búsqueda de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros aliados inapreciables en el compromiso para defender la dignidad del ser humano».

Una de las trampas más peligrosas

Dirigiéndose a todos, subrayó que «podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más débiles, de los que sufren», y para promover la justicia y la paz. «Pero, por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto», pues «una visión de la persona humana unidimensional según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume» es «una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo». Resaltó también «cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad».

VIS / M. M. L.

Texto completo de las palabras del Papa:

Queridos hermanos y hermanas: Ante todo, agradezco de corazón lo que mi hermano Andrés nos ha dicho. ¡Muchas gracias, muchas gracias! Es motivo de particular alegría encontrarme hoy con vosotros, Delegados de las Iglesias ortodoxas, de las Iglesias ortodoxas orientales y de las comunidades eclesiales de Occidente. Os agradezco haber querido tomar parte en la celebración que ha marcado el inicio de mi ministerio como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Ayer por la mañana, durante la Santa Misa, a través de vuestras personas he reconocido presentes espiritualmente las comunidades que representáis. En esta manifestación de fe me ha parecido vivir de forma todavía más fuerte la oración por la unidad entre los creyentes en Cristo y, al mismo tiempo, se podía entrever, de alguna manera, su realización plena que depende del plan de Dios y de nuestra leal colaboración. Inicio mi ministerio apostólico –prosiguió– en este año que mi venerado predecesor, el Papa Benedicto XVI, con intuición verdaderamente inspirada, ha proclamado Año de la fe para la Iglesia católica. Con esta iniciativa, que quiero continuar y espero que sirva de estímulo para el camino de fe de todos, quiso conmemorar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, proponiendo una especie de peregrinación a lo que es esencial para todo cristiano: la relación personal y transformadora con Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación. En el deseo de proclamar a los hombres de nuestro tiempo este tesoro de la fe siempre válido estriba el corazón del mensaje conciliar. Junto con vosotros no puedo olvidar todo lo que el Concilio ha significado para el camino ecuménico. Me gusta recordar las palabras que el Beato Juan XXIII, de cuya desaparición recordaremos en breve el 50 aniversario, pronunció en el memorable discurso de inauguración: «La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio». Sí, queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a la oración de nuestro Salvador en la última cena con su invocación: ut unum sint. Pidamos al Padre misericordioso que podamos vivir plenamente la fe que hemos recibido como un regalo en el día de nuestro bautismo, y ser capaces de dar un testimonio alegre libre y valiente de ella. Este será nuestra mejor servicio a la causa de la unidad de los cristianos; un servicio de esperanza para un mundo todavía marcada por la división, los contrastes y las rivalidades. Seremos más fieles a su voluntad en los pensamientos, en las palabras y en las obras, y más caminaremos real y sustancialmente hacia la unidad. Por mi parte, deseo asegurar, en la estela de mis predecesores, mi firme voluntad de proseguir el camino del diálogo ecuménico y agradezco desde ahora al Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos la ayuda que continuará ofreciendo, en mi nombre, para esta nobilísima causa. Os pido, hermanos y hermanas, que llevéis mi cordial saludo y la seguridad de mi recuerdo en el Señor Jesús a las Iglesias y comunidades cristianas que representáis aquí, y que recéis por mí para que pueda ser un Pastor según el corazón de Cristo. Ahora me dirijo a vosotros, distintos representantes del pueblo judío, al cual nos une un vínculo espiritual tan especial, desde el momento en que, como afirma el Concilio Vaticano II, «la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los profetas». Os agradezco vuestra presencia y confío que con la ayuda del Altísimo, proseguiremos provechosamente el diálogo fraterno que el Concilio deseaba y que, se ha realizado efectivamente, dando no pocos frutos especialmente durante las últimas décadas. Saludo después y agradezco cordialmente a todos vosotros, queridos amigos pertenecientes a otras tradiciones religiosas; en primer lugar a los musulmanes, que adoran al Dios, único viviente y misericordioso, y lo invocan en la oración . Realmente aprecio vuestra presencia: veo en ella una nueva voluntad de crecer en la estima mutua y en la cooperación para el bien común de la humanidad. La Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas. Quiero repetirlo: promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas. Lo atestigua también la preciosa labor que desarrolla el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. También es consciente de la responsabilidad que todos tenemos con nuestro mundo, con la creación entera que debemos amar y custodiar. Y podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más débiles, de los que sufren, para promover la justicia, para promover la reconciliación, para construir la paz. Pero, por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano. En esto, sentimos cerca de nosotros también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en búsqueda de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros aliados inapreciables en el compromiso para defender la dignidad del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia amorosa de la creación.