La fe, la Cruz, la esperanza - Alfa y Omega

La fe, la Cruz, la esperanza

La Generación Benedicto XVI -así bautizada por el cardenal Rouco- ha desbordado todas las previsiones. Los dos millones de jóvenes reunidos en Madrid han mostrado a todo el mundo que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo, que la Iglesia está viva y es joven, que la Cruz tiene sentido y que merece la pena dar la vida por Cristo y por los hermanos. Han sido cuatro días impactantes, que han acrecentado la fe de muchos tibios y dado que pensar a muchos alejados, y han ofrecido a la Iglesia un impulso evangelizador definitivo para pisar con fuerza en el tercer milenio. En palabras de Benedicto XVI: «El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la Historia, para que, gracias a vuestra fe, siga resonando su Nombre en toda la tierra»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Benedicto XVI, rodeado de jóvenes, en la Vigilia de Cuatro Vientos

«Los chicos y las chicas están ahí, bajo la lluvia. Yo me quedo»: apenas han trascendido estas palabras del Papa a sus ayudantes, tras la fenomenal tormenta que se desató en Cuatro Vientos, durante la Vigilia de oración. Pero quien haya querido ver en su actitud un signo de fortaleza, o un gesto de solidaridad hacia los que se estaban calando de pies a cabeza, se equivoca. A Benedicto XVI le ocurrió lo mismo que le ha pasado a cualquiera que haya estado en Madrid durante la JMJ: la sorpresa y el asombro que se despiertan ante la novedad de la fe. No de otra manera se explica que dos millones de jóvenes de todo el mundo siguieran cantando y dando palmas, después de varios días bajo un sol de 40 grados, y luego bajo la tempestad de la noche. Las imágenes no mienten. Todo el mundo pudo ver por televisión que la Iglesia está viva y es joven, que las palabras del Papa, al inicio de su pontificado, no fueron un brindis al sol, sino una realidad patente bajo la lluvia de Cuatro Vientos.

«Lo difícil no es organizar una fiesta, sino asegurar la alegría», escribió Nietzsche. Y si de alegría tuvo mucho la JMJ, de fe tuvo mucho más: sin duda, la imagen que es capaz de resumir los días de esta Jornada, la que apenas han reflejado los fotógrafos, la que casi ni ha salido por televisión, la que sólo puede percibir en su totalidad la retina de Dios, es la de dos millones de personas arrodilladas, junto al Santo Padre, delante del Señor Eucaristía, en silencio. Y un silencio de dos millones de personas es mucho silencio…, y mucha oración.

La explanada de Cuatro Vientos, ya en la mañana del sábado

La noche en que enmudeció el Papa

No vinieron a luchar contra los elementos; los elementos vinieron a mostrar al mundo qué ha sido eso de la JMJ que se ha montado estos días en Madrid. Por dos veces, la tempestad de Cuatro Vientos interrumpió el acto principal de las Jornadas Mundiales de la Juventud, después de la Eucaristía: la Vigilia de oración. Y en ambas ocasiones el corte sucedió después de que se pronunciaran las mismas palabras de Cristo en el Evangelio: Permaneced en mi amor. Las proclamó el diácono desde el ambón: ¡Permaneced en mi amor!, y se desató la tormenta; las repitió de nuevo el Papa al iniciar su discurso: ¡Permaneced en mi amor!, y una ráfaga de aire le voló el solideo y le obligó a interrumpir la intervención que tenía preparada.

Por una vez, la noticia fue la fe. Sólo la fe. Los periodistas se quedaron sin poder afilar sus titulares, y la protagonista fue la fe de los jóvenes: los que en un momento daban palmas y gritaban ¡Viva el Papa!, y que minutos después se arrodillaban, todos a una, delante del Señor sacramentado. Dios está aquí. Permaneced en mi amor.

Hubo miedo y tensión ante las proporciones del viento y la lluvia, pero la imagen del Papa tranquilo y sentado en su sede recordó a Cristo caminando sobre las aguas al encuentro de sus discípulos: Soy yo, no temáis. Sólo el que caminó junto a Él sobre el lago Genesaret puede mantener la calma en un momento así. Aspettiamo (esperamos), repetía el Papa, confirmando a todos los que aguantan bajo la lluvia, y a todos los que permanecemos junto a él en la Barca de la Iglesia.

No estamos solos

El Papa conoce bien las tormentas que acechan a los jóvenes hoy en día. Las ha mencionado durante estas calurosas jornadas en Madrid: el consumismo, el hedonismo, la banalización de la sexualidad, la insolidaridad… y la persecución. Por eso les ha dicho que, sin Dios, es arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices. «Igual que esta noche -dijo el Papa tras la tormenta de Cuatro Vientos-, con Cristo podréis afrontar las pruebas de la vida».

Dos millones de personas, en adoración ante el Señor en la Eucaristía, el sábado por la noche, en Cuatro Vientos

A los que se sienten sobrepasados, al constatar la fuerza del pecado en sus vidas, les ha recordado que «Dios no tiene reparo en hacer de pobres y pecadores sus amigos»; que la Iglesia «es la comunidad de quienes la conformamos con nuestra santidad y con nuestros pecados»; y que, «ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano, y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia». No es casual que la imagen del Papa en el Retiro confesando a varios jóvenes haya sido una de las novedades de esta JMJ.

El corazón de padre del Papa también le ha hecho acordarse estos días de aquellos que no han querido asistir a la JMJ, los «que no creen o se han alejado de la Iglesia», con una exquisita sensibilidad que sólo puede nacer de la caridad; y también de aquellos «que se creen solos o ignorados en sus ambientes cotidianos», porque si algo abruma a un joven es ese sentimiento de soledad y de impotencia para hacer frente a la vida. El Papa les ha recordado a todos que «no, no están solos. Muchos coetáneos suyos comparten sus mismos propósitos y, fiándose por entero de Cristo, saben que tienen un futuro por delante». Para ello, les exhortó «a encontrase con Cristo Amigo»; y les recordó que, en este camino, han de apoyarse en la fe de otros: «Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo».

La verdad, crucificada

Pero, para llegar a la luz, hay que pasar por la Cruz. Es en ella donde está Jesucristo, y es allí donde nos espera. Durante el vía crucis del viernes, jóvenes procedentes de todo el mundo y que sufren persecución por su fe procesionaron con la cruz en algunos pasos. Allí estaban jóvenes de Tierra Santa, Irak, Sudán y otros países…, también España. Fue un vía crucis con jóvenes de hoy, que viven en un mundo en el que la verdad está crucificada. También la JMJ ha tenido su persecución, y ha habido chicos que, ante los insultos y las humillaciones que sufrieron en Madrid, besaban su cruz del peregrino y apretaban el rosario, imágenes imprescindibles para entender qué ha pasado en Madrid estos días. El Papa nos ha dicho que «la Cruz no es el desenlace de un fracaso», y que es en ella donde «aprendemos a amar lo que Dios ama». Así, «colgado en el áspero madero de la Cruz», expresó «la entrega amorosa de la propia vida».

Decía santo Tomás de Aquino que orar no es otra cosa que mirar la Cruz de Cristo. Ante un amor «tan desinteresado -explicaba el Papa-, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por Él? También nosotros debemos dar la vida por los hermanos». Y claro, es entonces cuando uno no puede evitar acordarse de todos esos voluntarios que se han dejado la piel para que esta JMJ pudiera tener lugar. Han llenado del color de sus camisetas verdes y azules todos los actos en los que aparecía el Papa; y la gran mayoría apenas ha podido enterarse de algo. En realidad, al servir así a los peregrinos, demuestran que lo han comprendido todo. En el encuentro con los voluntarios en el Ifema, Carlos y Giselle le dijeron al Papa que «su testimonio de entrega en este Viaje apostólico a Madrid ha sido un ejemplo para toda la juventud». Y él nos ha recordado a todos que amar es servir, y ha recalcado la importancia del sacrificio y la renuncia. Se ha admirado ante «tantos sacrificios, tanto cariño», en «vuestro trabajo y vuestra oración». Llevan tres años preparando y sirviendo a los jóvenes que han estado esta semana en la JMJ; y el Papa les ha hablado como si estuviera con ellos en una pequeña tertulia entre amigos, más cercano que nunca.

¡No os guardéis a Cristo para vosotros mismos!

Pero el Papa de la verdad y de la caridad –No hay caridad sin verdad– ha subrayado, en su estancia en España, la necesidad de unir amor y misión. Si amar es servir, el mejor servicio que podemos ofrecer a los demás es invitarles a descubrir la verdad de la existencia: la amistad con Jesucristo, en la Iglesia. «De esta amistad con Jesús -explicó Benedicto XVI- nace el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás». Y subrayó alzando la voz: «¡No os guardéis a Cristo para vosotros mismos! Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita vuestra fe, necesita a Dios».

En el rito de envío misionero que clausuró la Jornada, nos puso a todos los pies en la tierra, para que no nos quedemos mirando al cielo pasmados después de la gran fiesta de la JMJ. Ahora toca participar en los duros trabajos del Evangelio, porque la JMJ empieza ahora. Después de entregar la Cruz a varios peregrinos -la cruz, siempre la cruz-, dijo a todos: «Ahora vais a regresar a vuestros lugares de residencia habitual. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha cambiado en vosotros después de haber estado con el Papa y cientos de miles de jóvenes de todo el orbe. ¿Qué vais a decirles? Os invito a que deis un audaz testimonio de vida cristiana ante los demás. Así seréis fermento de nuevos cristianos». Y subrayó: «No temáis presentar a los jóvenes a Jesucristo en toda su integridad e invitarlos a los sacramentos».

Para ello, es indispensable estar muy pegado a Él. Sin Mí, no podéis hacer nada. Permaneced en mi amor.

Agradecimiento sin fronteras al Papa

El arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, manifestó una vez más, el pasado martes, en una rueda de prensa de valoración de la Jornada Mundial de la Juventud, su «agradecimiento sin fronteras» a Benedicto XVI por su dedicación y entrega a la JMJ. «Le ha venido muy bien el diálogo entre el Señor y Pedro, en el que le pregunta: ¿Me amas más que éstos? Y lo que le dice luego: Cuando eras joven, te ceñías e ibas adonde querías, pero cuando seas mayor, otro te ceñirá, y te llevará hasta donde no quieras. Le llevábamos de un lado a otro y él siempre tan tranquilo, bondadoso y paciente. Rompió todas las limitaciones» de seguridad, «con un esfuerzo físico extraordinario, pues ha cumplido 84 años. ¡Quién lo diría!».

Entre las cosas que destacó el cardenal de la Jornada, es que las relaciones humanas que han surgido en su seno se pueden definir mediante «la palabra comunión. La Iglesia no es una sociedad, no es una asociación, no es ni siquiera un pueblo», como habitualmente se entiende, «o una nación. Es un pueblo originalísimo cuya razón de ser es la comunión. Y lo que se comulga es la vida que viene de Cristo». Esta plenitud de la fe se manifiesta como una forma peculiar de «vivir en sociedad: la amabilidad, la generosidad, el servicio, el no responder al insulto, el perdonar, sin olvidar todas las formas de la diversión humana, del arte y la cultura».

El cardenal Rouco, además, afirmó: «Creo que la JMJ ha andado un buen tramo» hacia el objetivo de que los jóvenes no construyan su vida «sobre cimientos frágiles, sino sobre la roca firme que es Cristo». Y a ese objetivo «nos dedicaremos en la vida de la Iglesia en Madrid, en el resto de España y creo que también en el resto del mundo».

Asimismo, subrayó que la ausencia casi total de incidentes «en un movimiento así de personas» -salvo los heridos por el derrumbe de las carpas en Cuatro Vientos- «es un milagro que se repite Jornada tras Jornada, y cuanto más numerosa es la Jornada, más patente resulta».

Éstas son las hijas de la Iglesia

Uno de los momentos esenciales para entender la JMJ ha sido el encuentro con jóvenes religiosas, celebrado en el Patio de Reyes de El Escorial. En su saludo inicial, el cardenal Rouco afirmó con contundencia: «Sin las religiosas, Santo Padre; sin su aportación, sobre todo espiritual, la Jornada Mundial de la Juventud no sería posible. Son de los mejor de la Iglesia y de la sociedad y, por supuesto, de España». Recibieron al Papa al grito de ¡Éstas son las hijas de la Iglesia!, porque saben que donde está el Papa, allí está la Iglesia.

Benedicto XVI se refirió a la vida consagrada como «exégesis viva de la Palabra de Dios», y subrayó la palabra comunión (hasta cuatro veces) al definir la radicalidad evangélica: comunión con la Iglesia, con los pastores, con la propia familia religiosa, con los laicos. El Papa ha marcado así la hoja de ruta para cualquier congregación que quiera recuperar el tono espiritual y apostólico, y con él, recuperar también las vocaciones. Ha sido un espectáculo inédito el ver a tantas jóvenes que le han dado la vida entera al Señor, cada una con su hábito: azul, blanco, marrón, negro…, y ha sido impactante verlas cantar todas a una el Paternoster, que sólo se podrá escuchar mejor en el cielo.

A la salida, unas jóvenes Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia recogen del Santo Padre las palabras: «La Iglesia necesita de vuestra fidelidad». Dicen que la JMJ es un impulso muy fuerte para tomarse en serio la vocación…, y también la propia vida. Y piden a cualquier chica que esté pasando por una de esas crisis tan típicas de la juventud, «que se fíe de Cristo, que no tenga miedo de Él y le abra las puertas. Eres amada de Dios. Y Dios quiere que seas feliz».

Por las calles de Madrid, un matrimonio se acerca a una religiosa y le da las gracias por llevar el hábito. «No, gracias a vosotros -respondió la religiosa-, porque viéndoos a vosotros, nos sentimos orgullosas de llevar este hábito». Así ha soplado el Espíritu en la JMJ.