No eres Chesterton, y a Dios le parece bien - Alfa y Omega

No eres Chesterton, y a Dios le parece bien

Los cristianos introvertidos a veces envidian la alegre exuberancia de los extrovertidos, pero existe un papel especial para los melancólicos

Aleteia

«Muy a menudo deseo», escribió uno de mis muchos amigos melancólicos, «esa alegría por la vida de Belloc y Chesterton, que parece en ambos casos derivar de la alegría de la vida de Cristo».

G. K. Chesterton y su amigo Hillaire Belloc disfrutaron de una mítica exuberancia, que podríamos llamar cervecería del cristianismo, con algunos alegres argumentos en la mesa, estrepitosas risas, divertidas canciones, etc. Mi amigo y yo somos más del estilo de beber cerveza con algunos amigos, sentarse en la esquina de un bar tranquilo, y a veces quedar pensativos, y creo que nuestra vida es de envidiar.

Pero no es nuestra. Somos quienes somos. Un creciente número de estudios muestran que gran parte de nuestra personalidad la obtenemos de los genes y nuestro entorno. Cada uno es el tipo de persona que es por razones que no puede controlar. Mi amigo y yo no podríamos habernos convertido en Lebron James y no podemos convertirnos en Chesterton o Belloc.

Esto no quiere decir que el encuentro con Jesús no nos cambie. La alegría de Cristo centró y dirigió su exuberancia. No solamente disfrutaron la vida, sino que disfrutaron la vida como cristianos. Los caminos de la vida cristiana, dirigen, corrigen, animan el temperamental modo de creer. Pule tus bordes irregulares, suaviza tus esquinas, te endereza y te coloca en la dirección correcta.

El mundo necesita a sus Chestertons y necesita a sus melancólicos. Las diferencias incorporadas de la personalidad son aspectos de la diversidad del cuerpo, de la misma manera que lo son los dones de los que habla san Pablo. La Iglesia y el mundo necesitan al inocente Chesterton y al belicoso Belloc, pero también a gente como mi amigo. Piensa en una iglesia sólo de extravertidos. Se me hiela la sangre.

Los estadounidenses sobrevalúan lo obvio, lo público, lo expresivo. Cuando trabajé en el seminario evangélico, vi a muchos estudiantes intentar transformarse en el ideal extravertido y siempre terminó en lágrimas. Su personalidad era un don para la gloria de Dios pero ellos pretendían otra y no iban a lograr cambiarla.

He visto esta misma prerrogativa del ideal extravertido en algunos artículos y programas católicos, y estoy seguro que tienen el mismo efecto.

Exuberancia no es igual a alegría. Muchos cristianos viven alegremente en Cristo, sólo que no lo dicen. Por lo tanto, ellos llegan a diferentes personas y hacen cosas distintas por Dios. Otros se esfuerzan por sentir esa alegría pero incluso en sus dificultades ofrecen algo a los demás que la forma exuberante, abiertamente alegre no haría.

Vemos el fruto de estas diferencias en las carreras públicas de Chesterton y Belloc. La inocencia de Chesterton lo hizo en muchos casos un eficaz orador y polemista. En su generosidad intelectual intentaba de muchas formas estar de acuerdo con su oponente, lo que significa que cuando finalmente estaba en desacuerdo, desarmaba a su oponente con su propio argumento. Un hombre menos generoso no vería tan profundamente y por lo tanto no golpearía tan adentro. La generosidad con la que él golpeaba hizo atractiva su polémica incluso cuando dejaba los argumentos de sus oponentes en ruinas.

Esta generosidad lo cegaba en algunos aspectos que el belicoso Belloc sí lograba ver. Es un problema que Chesterton fuera tan genial en sus escritos sobre George Bernard Shaw, quien respaldó algunas retorcidas causas (Hitler y Stalin por ejemplo) con una terrible frivolidad moral. A través de los extensos escritos de Chesterton sobre Shaw no es posible tener una adecuada visión sobre su carácter.

Como el propio Belloc señaló, a veces Chesterton debería haber ido a matar y no lo hizo. Belloc sí. Cuando H.G. Wells publicó A History of the World, un bestseller internacional considerado extraordinario, y a la vez una basura progresiststa, Belloc fue tras él y lo desarmó.

La historia de Wells era un libro con un amplio y pernicioso efecto que necesitaba ser atacado por alguien dispuesto a todo. Chesterton no habría podido hacerlo ni remotamente tan bien como lo hizo Belloc.

George Orwell observó otra diferencia cuando escribió que si Chesterton realmente creía en el infierno no escribiría tan a la ligera al respecto. Es un golpe limpio. Te da una visión más persuasiva del infierno C. S. Lewis, quien me parece tener un temperamento más parecido al de Belloc, no tan belicoso pero con la misma vena melancólica. Chesterton no podría haber escrito The Screwtape Letters. No estaba hecho para ello, y Lewis sí.

Si pudiéramos tener sólo a uno de ellos, escogería a Chesterton cada vez, pero si sólo tuviéramos a Chesterton nos perderíamos algo que los otros dos tenían porque vieron y sintieron el mundo de manera distinta que él. Mi amigo no tendrá nunca su alegría por la vida, pero tiene la suya, a pesar de las dificultades.

Conozco un fruto de su vida que Chesterton nunca habría podido producir: su fidelidad a Cristo a través de sus dificultades han sido durante mucho tiempo un ejemplo y un estímulo para mí. Soy un mejor hombre porque él es quien es.

David Mills / Aleteia