Es la hora de un nuevo proceso de regularización - Alfa y Omega

Son vecinos y vecinas que llevan años conviviendo tranquilamente entre nosotros. Los niños juegan inocentes, como todos los demás niños. Cada mañana, su deseo es el mismo que el de cualquiera: salir a trabajar y procurar traer a casa lo necesario para el bienestar de su familia. Sufren y se alegran con lo que nos sucede a todos en cada pueblo, en cada ciudad. Podríamos estar hablando de cualquier persona en España, y efectivamente así es. El problema es que, a pesar de serlo, son ciudadanos de segunda clase, son inmigrantes en situación irregular. En España decenas de miles de personas viven en esta situación. La legislación impide que tengan un acceso normalizado a la vida pública, con independencia de su tiempo de convivencia o su aportación social.

España es un país democrático con un compromiso serio con los derechos humanos y, sin embargo, estamos creando una sociedad con ciudadanos de primera y de segunda. Este compromiso no es abstracto, implica un llamamiento a la conciencia de cada uno para aceptar que todas las personas tienen una dignidad inalienable como seres humanos y, por tanto, derecho a la ciudadanía. Una regularización sería un paso importante en esa dirección.

La crisis nos está enfrentando a un falso dilema. Parecería que los derechos humanos están supeditados a la situación económica y política, como si su defensa y salvaguarda fuera un tema secundario, sujeto a los vaivenes de cifras y presupuestos. Sin embargo, representan uno de los pactos más trascendentales que la sociedad española ha decidido colocar en su Constitución.

Los principios democráticos de la sociedad española deberían incorporar a la vida pública a todas las personas que viven aquí. Con documentos migratorios todos podrían participar en el crecimiento de nuestra economía, ejercer sus derechos y cumplir con sus deberes, contribuir a la creación de riqueza y bienestar común. Las personas que han tenido el valor para dejarlo todo: patria, familia y seguridad, en busca de un mejor futuro para sus familias, son personas emprendedoras, por lo general jóvenes cuyos talentos podríamos aprovechar en la construcción del bien común.

No debemos perder de vista que la irregularidad facilita contextos de exclusión social y que las leyes pueden ayudar a romper estas espirales. Problemas tan graves como la trata de personas y la violencia de género requieren acciones contra la clandestinidad que puedan impedir una denuncia.

Vivimos tiempos convulsos, no solo en España sino también en el mundo. Surgen nuevos conflictos y otros se recrudecen. Así, el volumen de personas que se desplazan huyendo de la miseria o la guerra aumenta constantemente. ¿Qué mayor reto para la conciencia de una sociedad que acoger a estas personas? La democracia y los derechos humanos nos avocan en esta dirección.

Existe ya una demanda social en favor de la regularización. Últimamente hemos visto como la sociedad se acerca a quienes más lo necesitan. La llegada de refugiados sirios ha provocado una ola de solidaridad al margen de los políticos y los medios de comunicación.

Sería indigno que tanta solidaridad frente a los refugiados tuviera también como resultado la invisibilidad de quienes también deben emigrar desde otros conflictos ya sean bélicos, climáticos o económicos. Es necesario estar alerta y evitar la fragmentación social sobre este tema y la falaz dicotomía refugiados-inmigrantes.

El posible efecto llamada no es un argumento válido. Los datos muestran claramente que son cada vez más los inmigrantes que se van y menos los que vienen. La crisis económica y no las leyes son el verdadero eje de la inmigración. Es una realidad que la situación económica del país hace que ahora no sea tan atractivo como lo era hace una década.

La sociedad la construimos entre todos. Una regularización es la ampliación de la democracia y el Estado de Derecho. Debemos preguntarnos qué tipo de sociedad queremos y actuar para conseguirla. ¿Queremos vivir en ciudades en las que existan personas que por su situación económica tengan negado el acceso a sanidad, trabajo y participación en democracia, aunque compartan espacios, alegrías y decepciones con todos? Estas personas, nuestros vecinos y vecinas, merecen el reconocimiento a su aportación.

Sabemos que no será algo rápido, pero, tal y como recordaba el poeta Pablo Neruda «solo con una ardiente paciencia conquistaremos la ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres y mujeres».

David Flores Chinchetru
Alejandra Villaseñor Goyzueta
Asociación Sin Papeles de Madrid