«Tienen que dolernos los cristianos de Irak» - Alfa y Omega

«Tienen que dolernos los cristianos de Irak»

María Martínez López

Un cristiano de Mosul (Irak) preparó a su familia, en agosto de 2014, para huir de la ciudad ante la llegada de los yihadistas. Luego llamó a la puerta de su vecino, un musulmán que el día anterior le había amenazado: «¿Qué haces aquí? Te dije que si te veía te mataría». «Somos vecinos desde hace 30 años, ¿cómo podía marcharme sin despedirme?». El otro hombre, conmovido, lo abrazó y le dijo: «Lo siento, quédate, yo te protegeré». «Demasiado tarde -respondió-. La confianza ya se ha roto. No hay sitio para los cristianos en Mosul».

Raquel Martín, responsable de Comunicación en España de Ayuda a la Iglesia Necesitada, recoge esta historia en Antes de que sea demasiado tarde (Palabra), el libro que ha escrito después de viajar al Kurdistán iraquí en marzo para conocer la situación de los 120.000 cristianos de la llanura de Nínive que en 2014 huyeron del Daesh. Entre relatos como el de una niña arrancada de los brazos de su madre por los yihadistas, el de un anciano al que dispararon mientras huía o el de un sacerdote torturado, la historia de este cristiano no es la más estremecedora, pero es fiel reflejo de la situación de la Iglesia en el país.

Antes de que sea demasiado tarde se presentó el martes en el salón de actos de Alfa y Omega, con la participación de monseñor Alberto Ortega, nuncio en Irak y Jordania, la periodista Cristina López Schlichting y la propia autora.

Preguntada por este semanario, Martín subraya que los cristianos de Irak «son muy normales. Podrían ser cualquiera de nosotros: gente de clase media, nada preparada para grandes aventuras. Les tiemblan las piernas al oír las bombas y les preocupa cómo alimentar a sus hijos. Al mismo tiempo, tienen una unidad total entre la fe y la vida. Su identidad es cristiana, y no se plantean si les compensa o no. Al preguntarles cómo han podido dejar todo atrás por no renunciar a la fe, respondían: “No sabemos cómo. Pero somos cristianos”. Para ellos Jesús es tan real que son capaces de dejarlo todo por Él. Eso nos interpela».

El libro relata la huida de los cristianos de sus casas y cómo «ahora están sacudiéndose el polvo y empezando una nueva vida» con la ayuda de sacerdotes y religiosos -algunos también huidos de Nínive-, «que trabajan de sol a sol y se dejan la vida» por sus relatives (familiares en inglés), como llaman a los refugiados. «No queremos forzar a las familias a quedarse» en el país, «pero intentamos que su situación mejore para que tengan otra opción que el exilio», afirma en el libro monseñor Warda, arzobispo de Erbil. En un año, con la ayuda de AIN, esta diócesis ha trasladado a todas las familias -casi 40.000 personas- a casetas prefabricadas, ha escolarizado a los 8.000 niños, ha puesto en marcha ocho colegios y tres centros de salud e incluso ha promovido una universidad y un hospital. «Algo así solo es posible por una fuerza que no viene de ellos -opina la autora-. Piensan, sobre todo, en la educación de la siguiente generación», para que viva sin odio. Durante el viaje -concluye- «he aprendido que estos cristianos son míos, son nuestros. He experimentado la unidad del cuerpo de la Iglesia». Y pide: «Que nos duelan nuestros cristianos, que los hagamos nuestros y les ayudemos».