Un virus en tregua - Alfa y Omega

Un virus en tregua

Eva Fernández

La primera vez que oímos su nombre, sonaba a argumento de película de tardes de domingo. Además nos pillaba muy lejos, por más que en las fotografías desfilaran sujetos vestidos de blanco, arrastrando y amontonando cadáveres negros, entregados a un fuego que frenara el contagio. Nos decían que el ébola se cebaba entre los más próximos, filtrándose entre las manos que alimentan y limpian a los enfermos, y sobre todo, entre los que amortajaban con duelo a sus muertos. Escuchábamos, pero no oíamos. La Organización Mundial de la Salud acaba de anunciar que por primera vez, desde el inicio del brote en marzo de 2014, en ninguno de los países afectados por el virus se ha registrado un nuevo contagio. En Europa, el virus ha rebrotado en el cuerpo de una enfermera británica, Pauline, que ya estaba curada. Pero ahora, igual que al principio, la memoria selectiva apenas recuerda esas colas de enfermos de mirada perdida e intocable, de niños sin padres, que no entendían por qué nadie se acercaba a consolarles, de ancianos sin cama, tumbados a las puertas de dispensarios sin medios. Eso sí que era una película de muertos vivientes. Pero real. La epidemia se tornó incómoda con el traslado a España de dos misioneros, Miguel Pajares y Manuel García Viejo, infectados cuidando enfermos en Liberia y Sierra Leona. Ambos fallecieron porque escogieron morir salvando la vida a otros, la más noble de las muertes. Después, ya sabemos lo que ocurrió. La auxiliar Teresa Romero se contagió del mortífero virus, y a partir de ese momento nos dimos por aludidos. Teníamos el ébola a las puertas de casa. De repente fuimos conscientes de lo que muchos llevaban tiempo advirtiendo. El mundo sigue dividido entre norte y sur, porque algunos nos tapamos los ojos. En tiempos de tregua viene bien pensar en esas más de 11.000 personas que han muerto por ébola mientras nosotros apurábamos el café del desayuno.