Al servicio de la dignidad - Alfa y Omega

Invitada por el director nacional de Obras Misionales Pontificias, Anastasio Gil, he participado en la presentación del Día del Domund. En mi condición de Defensora del Pueblo y de Comisionada para la Defensa de los Derechos Humanos, he aprovechado la ocasión para hablar de estos derechos y mencionar cuánto nos olvidamos de ellos. También para destacar y agradecer la labor de tantos misioneros que se han olvidado de sí mismos y se han entregado a explicar la Palabra de Dios, y a llevar mensajes de esperanza a quienes no han tenido momento u ocasión de pensar en otra cosa que no fuera su mera supervivencia.

Los lugares en los que trabajan no son remansos de paz; la inmensa mayoría están en zonas de conflictos bélicos. En ocasiones viven en pequeños poblados fabricados con materiales locales que a nosotros nos resultarían imposibles de habitar.

Su misión no se circunscribe a la evangelización: se ha ampliado a otros campos que en democracias avanzadas están cubiertos por las políticas públicas: la educación, la asistencia sanitaria y asistencial. Les vemos ejercer como médicos, como maestros y como protectores de quienes sufren persecución por cualquier causa. Su labor se ha extendido de tal manera que han levantado hospitales y escuelas; y sus modestas iglesias y casas de comunidad se han convertido en lugares de refugio para perseguidos, sin distinción de credos ni de culturas.

Su vocación, al tiempo que su integración en su lugar de destino, es tal que ni las dificultades diarias y violencias de sus entornos, ni siquiera su edad, les empujan a abandonar el lugar. Quieren servir allí, en medio de la adversidad, y muchos expresan su deseo de morir en el mismo lugar. El saber que pueden sufrir persecución y muerte, como ha sucedido, no les hace abandonar.

Esta campaña del Domund nos debe hacer tener un especial recuerdo lleno de gratitud y de reconocimiento y hacérselo llegar porque, cuando uno está lejos, las palabras pueden reconfortar. También quiero recordar a sus familias de las que están alejadas durante años y años, y que, sin embargo, no expresan reproche alguno.