La rosa es una planta conocida por la belleza de sus flores, su aroma y sus colores. Pero las rosas también tienen espinas (con más precisión, aguijones pequeños llamados acúleos). Pues bien, creo que la encíclica Laudato si. Sobre el cuidado de la casa común, publicada por el Papa Francisco en junio de este año, se parece a una rosa, también con sus espinas. Me explico.
Sin duda, la encíclica ha sido muy bien acogida de manera general, tanto en el seno de la Iglesia como en la sociedad civil internacional, incluyendo medios de comunicación, comunidad científica, movimiento ecologista y líderes políticos. En este sentido, podemos decir que la encíclica es como una rosa: bella y valiosa, sencilla y profunda, delicada y agradable. Esta encíclica usa un lenguaje claro y directo, que se entiende bien (aunque, eso sí, es bastante larga).
Laudato si, como toda rosa, es un canto al Creador. Propone una espiritualidad integral, desarrolla una teología de la creación, llama a la conversión ecológica, invita a la sencillez de vida, valora los gestos cotidianos, reconoce la fuerza transformadora de la educación, reivindica el descanso dominical y los gestos sacramentales, anima a recrear la cultura del cuidado… Vamos, preciosa como una rosa. El riesgo está en quedarnos ahí, en una lectura ingenua, superficial, meliflua o bucólica de la encíclica y de la cuestión ecológica.
Pero ya hemos dicho que las rosas, como las encíclicas, tienen espinas. Desde el principio del texto, el Papa Francisco subraya «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta» (LS 16), afirma que debemos «escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49) y subraya que «no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental» (LS 139). Y ahí empiezan los pinchazos incómodos de la encíclica, por si alguien pensaba leerla desde la comodidad europea, que de vez en cuando separa las basuras para reciclar los envases mientras sigue consumiendo despreocupadamente.
Hay espinas en cuestiones espinosas. El Papa habla claro contra los negacionistas científicos en el terreno del cambio climático, contra la inoperancia de las cumbres políticas, contra los intereses comerciales de la gran industria, contra el paradigma tecnocrático y contra la financiarización de la economía. La encíclica reivindica, por mencionar un único ejemplo, «el acceso al agua potable como un derecho humano básico, fundamental y universal» (LS 30), a la vez que critica «la tendencia a privatizar este recurso escaso» y, más en concreto, «el control del agua por parte de grandes empresas mundiales» (LS 31). Y así hay más casos concretos.
El poeta y el tecnócrata
Como no podía ser de otro modo, estas espinas han provocado reacciones. Algunas, como en ciertos sectores del catolicismo norteamericano, abiertamente críticas y cercanas a la descalificación ideológica de la encíclica. Otras reacciones, quizá más frecuentes en nuestro entorno, se limitan a orillar los temas espinosos, rehuir las cuestiones conflictivas y quedarse solo con los aspectos más suaves, con la rosa sin espinas. Y otras posturas entran en un diálogo constructivo, argumentado y respetuoso. Es lo que, por ejemplo, pudimos ver la semana pasada, en un coloquio organizado por entreParéntesis para presentar el número monográfico de Razón y Fe sobre la encíclica. Fue delicioso el debate entre la ecologista Yayo Herrero, el investigador Pedro Linares y el teólogo José Luis Segovia, porque no solo subrayaron las virtudes y convergencias de Laudato si desde sus diferentes ópticas, sino también indicaron algunos puntos polémicos e incómodos e intentaron aportar luz en un rico debate propositivo.
Para introducir la última cuestión que quiero mencionar, tomo prestadas las palabras del místico Angelus Silesius, que en el siglo XVII escribió: «La rosa es sin un porqué. Florece porque florece». La mirada del poeta se llena de asombro y de gratitud ante la gratuidad de la rosa. ¡Qué distinta de otras miradas marcadas por el «paradigma eficientista de la tecnocracia» (LS 189) que se refleja en el «consumismo obsesivo» (LS 203)! Podemos ver una rosa o un bosque como un regalo para compartir y cuidar con todos, o como una fuente de materias primas para acaparar y esquilmar. Necesitamos, sin duda, una conversión ecológica, en el terreno personal, comunitario, social y estructural. Aunque esto suponga molestias o aguijones.
Otro poeta, en esta ocasión peruano del siglo XX, Juan Gonzalo Rose, viene en nuestra ayuda cuando se pregunta:
¿Por qué no he amado solo
las rosas repentinas,
las mareas de junio,
las lunas sobre el mar?
¿Por qué he debido amar
la rosa y la justicia,
el mar y la justicia,
la justicia y la luz?
También el Papa Francisco ama la rosa y la justicia, con sus espinas. Y la encíclica Laudato si, carta magna de la ecología integral, del paradigma socioambiental y de la apuesta por la ecojusticia, nos invita también a ello. Porque las rosas tienen espinas.