Una conversión temporal - Alfa y Omega

Una conversión temporal

Javier Alonso Sandoica

Ha escrito cuatro novelas de éxito y ya está en la cumbre literaria francesa. Su última novela, El Reino (Anagrama), ha sido una inusitada sorpresa para la secularizada Francia, que se precia de hacer del hecho religioso un asunto privadísimo. Hablo de Emmanuel Carrière, escritor que hace unos años tuvo su caída del caballo cuando oyó de labios de un sacerdote las palabras de Jesús a Pedro: «Otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». Desde entonces su vida cambió, iba a misa todos los días, se casó con su pareja, bautizó a sus hijos. Pero en el momento de escribir la novela que tengo entre las manos, ha abandonado la fe cristiana.

Me interesa profundamente saber cómo una persona entra con los dos pies en el misterio de Cristo y cómo sale aparentemente sin fisuras, sin restos de metralla, a vivir como si nada le hubiera sucedido. En las cien primeras páginas, el autor nos da los indicios de por qué buscó el cristianismo. Carrière pasaba por un momento de esterilidad creativa, lo que se denomina en el lenguaje literario el mal de Bartleby. Desesperado, pensó que Dios quería que se dedicara a otra cosa, que para servirle mejor podría dedicarse a ser camillero en Lourdes: «Hay que buscar en nuestro interior lo que más penoso nos sería sacrificar, para Abraham su hijo Isaac, para mí mi obra».

La verdad es que iniciar una relación con Cristo desde un sacrificio atroz y no desde una relación personal de amistad y entrega del corazón, puede resultar insoportable. Y dice más: «Tenía auténtico pánico a que el psicoanálisis destruyese mi fe, e hice lo que pude para protegerla». Carrière parece más un protector crispado de su experiencia de fe que un enamorado feliz. Por eso vive su nueva posición en la vida en un estado de extático voluntarismo. «Es lo que quiero pensar, lo que quiero creer, pero tengo miedo de dejar de creerlo, me pregunto si querer creerlo tan intensamente no es la prueba de que ya no creemos». Pues claro, tantas ganas de aprisionar la fe en una habitación bajo siete cerrojos deja el alma baldada, hasta que abandonar tanto peso aligera el espíritu. Es que Carrière empezó mal y él mismo lo reconoce: «Reconstruiré los entramados de derrotas, de odio a mí mismo y de pánico a la vida que me indujo a creer». Pero el autor ha quedado irremisiblemente tocado, lo dice más adelante: «No, no creo que Jesús haya resucitado, pero que alguien lo crea me fascina y me turba. Por eso escribo este libro, para no abundar en mi punto de vista».