Sínodo: perspectivas insospechadas - Alfa y Omega

Confieso que provoca algo más que mareo el intento de atravesar la selva de informaciones contrapuestas, los golpes de efecto mediático, las filtraciones y los supuestos «scoop» (algunos convertidos pronto en mercancía averiada) para alcanzar una imagen clara de cuanto sucede en el Sínodo. Por no hablar de la desazón que provoca el lenguaje incendiario de algunos colegas (incluso alguno prestigioso).

En nombre de «la misericordia» y de la «apertura», se llega a catalogar como «lobos» a quienes expresan aprehensión por el daño que puede sufrir la verdad confiada a la Iglesia. Y en nombre de esa verdad (que en Cristo es inseparable de la misericordia) otros denominan «cismáticos» a quienes exploran nuevos caminos de atención pastoral a las familias heridas. ¿Acaso no es posible que unos y otros estén movidos por un verdadero celo pastoral, que finalmente habrá de contrastarse con el Magisterio y la Tradición, que tienen en el Sucesor de Pedro la última y segura garantía de interpretación? Quizás no sea ingenuo dar crédito al portavoz Lombardi cuando afirma que unos pocos hacen ruido e intentan dividir, pero que en el aula el debate es sereno y franco, y que prevalecen la comunión y la síntesis.

Evidentemente debemos escuchar (con los mínimos filtros posibles), intentar entender y también saber esperar, porque todo discernimiento requiere su tiempo. No pretendo, por tanto, dibujar un cuadro completo, ni siquiera aproximado, sobre las discusiones sinodales, cuando llegamos ya al ecuador de este evento. Prefiero seguir algunas intuiciones que me parecen especialmente luminosas para entender. En este sentido mi mayor y más grata sorpresa ha sido la carta que el arzobispo de Milán ha enviado a sus diocesanos desde el Sínodo.

El cardenal Scola se muestra cierto de que el Sínodo es «una ocasión preciosa para la vida de la Iglesia, especialmente para las iglesias más antiguas», y afirma que más allá de los debates que agitan a la opinión pública, especialmente a la europea, lo que está saliendo a la luz es el hecho de que «la familia fundada sobre el matrimonio es un elemento constitutivo de la vida de la Iglesia». Scola lo ilustra con lo que denomina una feliz expresión usada por el Papa Francisco, al referirse a la familia como «una carta constitucional para la Iglesia».

El arzobispo de Milán añade que a través de los debates se está manifestando qué significa realmente esa hermosa expresión del Concilio, tomada de los Padres de la Iglesia, según la cual la familia es «Iglesia doméstica», una fórmula que desgraciadamente corre el riesgo de «permanecer como letra muerta». Precisamente en la experiencia cotidiana de la familia (tal como está siendo descrita en el aula) puede identificarse la centralidad de los fieles laicos en la vida de la Iglesia, otro aspecto central del Vaticano II. A su juicio la familia es el primer ámbito en el que debe realizarse, en toda su amplitud, la vocación propia del laicado, tan central en los mensajes conciliares pero que cuesta traducir en el día a día de la comunidad eclesial.

En su carta el cardenal Scola no oculta que hoy existen problemas muy serios para entender y vivir el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, y lógicamente esos problemas están resonando en el Aula sinodal. Sin embargo, en lugar de verlo como peligro, considera que este hecho se está convirtiendo en una saludable provocación para tomar conciencia del tesoro que nos ha sido confiado y para encontrar nuevas formas de comunicarlo al mundo. Frente a los agoreros de uno y otro signo, Scola concluye con un mensaje de nítida esperanza: «me parece que se está caminando exactamente en la dirección marcada por el título, Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en la sociedad».

Otro pastor de tierras lejanas, el arzobispo de Brisbane, Mark Coleridge, ha escrito a sus fieles con el título «On the road togheter» (En el camino juntos) recordando aquella ocasión en que Jesús se quejaba de los prejuicios y resistencias de quienes le escuchaban, y les retaba diciendo que allí había uno que era más grande que Salomón. El problema de algunas lecturas ideológicas del Sínodo es precisamente que no pueden ver que en la gran reunión episcopal hay alguien mayor que Salomón, o sea Cristo resucitado. Y si no fuese así, dice el arzobispo australiano, «deberíamos hacer nuestras maletas y volver a casa, ahorrando tiempo y dinero… Pero si Él está, entonces puede sostenernos para que hagamos nuestro camino a través de la (aparente) confusión». También ayuda esta mirada… on the road togheter.

José Luis Restán / Páginas Digital