En el frontispicio de la Historia - Alfa y Omega

En el frontispicio de la Historia

«El mundo esperaba a Godot, y apareció san Benito», escribe en esta página el Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. «Si Joseph Ratzinger -afirma- nos había enseñado a pensar el cristianismo», el Papa «Benedicto XVI nos ha mostrado cómo vivir el cristianismo»

José Francisco Serrano Oceja
Benedicto XVI, tras su elección como sucesor de Pedro, saluda desde el balcón central de la basílica vaticana

Llegó el siglo XXI. El mundo esperaba a Godot, y apareció san Benito. El teólogo Hans Urs von Balthasar decía de Martin Buber que «aquellos de nosotros que lo conocen se dan cuenta de que no es, en absoluto, otro escritor más de raza judía admitido en el panteón alemán, sino que es el hombre, el único hombre, además, que siguió estando en el frontispicio». De Benedicto XVI podemos afirmar que ha sido, como Papa, un Papa en el frontispicio de la Historia.

Recordemos de dónde veníamos, porque la continuidad entre Juan Pablo II y Benedicto XVI tenía un nombre, Joseph Ratzinger. Un hombre que ha marcado nuestro tiempo y nuestra vida con conceptos de fecundidad probaba, con métodos de acreditada eficacia y transparencia. Philip Blosser nos recuerda cómo era la cultura católica postconciliar: «Durante más de dos generaciones antes de este momento, a nosotros, los católicos, se nos ha hurtado la plenitud del catolicismo, que es nuestra herencia. Con unas pocas gratas excepciones, nuestra familiaridad colectiva con la Escritura es fragmentaria, nuestro conocimiento de la tradición es patético, nuestros cantos humillantes, nuestro arte religioso es feo, nuestras iglesias parecen capillas de meditación de la ONU, nuestra ética es descuidada y nuestra sensibilidad estética y espiritual está tan lejos de la sublimidad que parece ridícula. (…) Durante más de dos generaciones, nuestra formación en la fe ha estado configurada por una cultura de medios que han retratado a nuestra Iglesia como un dinosaurio que es un impedimento para el progreso social, o simplemente irrelevante». Llegó el siglo XXI.

Y, en esas estábamos, cuando llegó un benedictino de forma de vida. Si Joseph Ratzinger nos había enseñado a pensar el cristianismo, Benedicto XVI nos ha mostrado cómo vivir el cristianismo; nos ha ayudado a acortar las distancias entre pensamiento y acción; entre idea y vida. ¿En qué consiste esa forma de vivencia del cristianismo que nos ha legado Benedicto XVI? Jean Moroux escribió, en su libro La experiencia cristiana, que la crisis más importante a la que se ha enfrentado la Iglesia en la época moderna es la «del corazón contra la cabeza», una formulación de la gran pregunta sobre las relaciones entre el ser y la Historia.

El pontificado de Benedicto XVI ha puesto las bases para la superación de esa crisis dentro del cristianismo, y lo ha hecho con un último movimiento orquestal de renuncia, que nos ha obligado a meternos en otra dimensión, la de la unidad entre la fe y de la razón, el ser eclesial y la Historia. Su pontificado es el de la lógica del testimonio; su renuncia es testamento y testimonio. O ¿acaso Benedicto XVI no nos ha mostrado que la forma en la que ha expuesto la fe, ha propuesto la fe, ha presentado la fe, coincide con el contenido mismo de la fe? Jesucristo, ayer, hoy y siempre.

Decía H. G. Gadamer que los hechos trascendentes son los que dan que pensar. Estamos ante un Papa que se ha caracterizado por brillantes intuiciones en casi todos los ámbitos del ejercicio del ministerio de Pedro. Y, sobre todo, que nos ha dado que pensar; nos ha obligado a pensar. Ahí radica, en gran medida, el genio de su pontificado. Un genio que ya venía de antiguo. Recordemos la anécdota. En 1946, el joven Ratzinger calificaba el escolasticismo como demasiado impersonal. Según Alfred Läpple, la escolástica «no era su marca de cerveza». Un día, después de una larga discusión con sus profesores sobre Dios como Summun bonum, Ratzinger apostilló con ingenio: «Un Summum bonum no necesita una madre».

Un pontificado de lo esencial

La teóloga australiana Tracey Rowland había acertado cuando subtituló su segundo libro sobre Benedicto XVI Guía para perplejos. No es menor la perplejidad en la que estamos inmersos después de que el Papa haya decidido renunciar. Más allá de las interpretaciones al uso, y de los análisis que tienen sus referentes en las causas y en las consecuencias, la decisión del Papa ha producido un escalofrío en la columna vertebral de la Iglesia. Ha colocado a la historia de la Iglesia, a nuestra historia, como cristianos, en otro escenario, y nos está obligando a un ejercicio doble; pensar y rezar; orar y pensar, una especie de esponjamiento unitario del alma, como si fuéramos discípulos de Platón.

Hemos vivido un pontificado de lo esencial, porque sólo mirando a lo esencial se acaba el estrabismo del cristianismo histórico. En una carta dirigida a Pablo VI en 1965, Romano Guardini aconsejaba al Pontífice que «lo que tiene el poder de convencer a la gente moderna no es un cristianismo histórico o psicológico, o en permanente modernización, sino únicamente el mensaje irrestricto e ininterrumpido de la Revelación». En el trabajo de Joseph Ratzinger, Colaboradores de la verdad, publicado en 1992, decía: «El cristianismo no es una especulación filosófica; no es una construcción del intelecto. El cristianismo no es obra nuestra, es una Revelación, un mensaje que se nos ha dado y que no tenemos derecho a reconstruir a nuestro gusto». Gracias, Santo Padre.