Peregrinos del siglo XXI - Alfa y Omega

Peregrinos del siglo XXI

Más de 12.000 jóvenes de España y de varios países de Europa se dieron cita en Santiago de Compostela, el pasado agosto, con motivo de la Peregrinación y Encuentro de Jóvenes 2010. Con ellos, 47 obispos padecieron las mismas dificultades del Camino, y se postraron ante la tumba del Apóstol para decirles, como hizo el cardenal Rouco Varela a los peregrinos de Madrid, que es posible ganar a otros jóvenes para Cristo, que ser cristiano es ser apóstol, y que la santidad no es una utopía, sino una exigencia. Palabras contracorriente para unas vacaciones que desafían el ocio del siglo XXI

José Antonio Méndez
El cardenal Rouco en el camino con peregrinos de Cursillos de Cristiandad

Caminar kilómetros y kilómetros con ampollas en los pies; dormir en el suelo de un polideportivo junto a mil personas; aguardar largas colas para entrar en el servicio; o asearse un día sí y otro también con el fino hilillo de agua fría que sale por una de las pocas duchas que funcionan en un barracón, no es, a todas luces, el plan ideal para unas vacaciones. Sin embargo, así han pasado parte de su verano los más de 12.000 jóvenes que, llegados de toda España y parte de Europa, participaron el pasado mes de agosto en la PEJ (Peregrinación y Encuentro de Jóvenes) 2010, caminando a Santiago de Compostela. Una peregrinación que tenía el valor añadido de preparar la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011, como bien recordaban los jóvenes con su recurrente cántico de ¡Sí, sí, sí, nos vemos en Madrid! Con ellos iban 47 obispos y cardenales, entre ellos el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela; el Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, el cardenal Stanislaw Rylko; el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el cardenal Cañizares; o el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio.

El cardenal Rouco, durante una catequesis, tras llegar a Santiago

Alegría entre las dificultades

Su peregrinar ni siquiera permitía la tranquilidad de pararse a contemplar un paisaje, o descansar allí donde el cuerpo lo pedía, como ocurre en los grupos reducidos que recorren el Camino: la organización necesitaba que nadie se desmarcase de los itinerarios previstos, que los caminantes no dejasen fisuras, que se respetasen los horarios. Entonces, ¿qué hay de atractivo en un trayecto semejante, para que miles de jóvenes estén dispuestos a soportar cansancio y dificultades durante sus días de ocio?

Carlos Rancaño, uno de los 2.000 peregrinos que acudieron con la diócesis de Madrid, lo explica bien: «Ninguna de las ofertas del mundo me llena como el Señor. Al hacer el Camino de esta manera, me he dado cuenta de que Él me ofrece mucho más que cualquier cosa que yo pueda buscar y encontrar en la sociedad. Caminar con la Iglesia me ha dado una oportunidad de servir a los demás; me ha quitado muchos apegos a cosas innecesarias y me ha dado la paz de saber que Dios me quiere como soy, y que mis dones cobran sentido si los ofrezco a quien los necesita».

O en la Iglesia, o a tortas

Y cuando Carlos habla de servicio, sabe lo que dice: el primer día de Camino, formó parte del grupo de voluntarios que, cada jornada, renunciaban a la caminata para recoger los polideportivos en los que dormían los peregrinos, limpiaban los baños y cargaban los macutos en un camión. «Imagina la porquería que generan mil personas y lo sucios que estaban los baños -explica-. Pero Cristo te toca el corazón y te hace ver a los demás como hermanos, que necesitan de ti igual que tú de ellos. Por eso, si hay que esperar cola para la ducha, esperas; y si hay que limpiar, limpias. Cuando estás sucio, con las piernas reventadas y sin dormir, sólo la gracia de Dios te mantiene la alegría y las ganas de ayudar. Si no hubiésemos sido un grupo de Iglesia, estoy seguro que habríamos acabado a tortas. Pero el Señor hace nuevas todas las cosas y la fraternidad de la Iglesia no se vive en ninguna otra parte».

La comunión eclesial de la que habla Carlos iba más allá de los jóvenes. Cada jornada, los obispos encabezaban los grupos de sus respectivas diócesis, como uno más. Y en cada emplazamiento, celebraban la Eucaristía, confesaban o impartían catequesis. Esta cercanía de sus pastores fue una de las experiencias que más impactó a los jóvenes: Me gusta cómo habla este hombre, lo que dice, lo cercano que es, susurraba una adolescente durante una de las homilías de monseñor Fidel Herráez, obispo auxiliar de Madrid, que también fue con su diócesis.

El primer plano de un bordón

Una llamada exigente

Desde luego, lo que los obispos les decían no era, ni mucho menos, una receta de felicidad a bajo coste. Al contrario, sus palabras eran exigentes y comprometedoras. Como las que el cardenal Rouco pronunció durante una de las Eucaristías que presidió en Santiago de Compostela. Allí, animó a los jóvenes «a ser fieles a nuestra fe, a ser apóstoles. Queremos ganar el corazón de los jóvenes de toda España para Cristo. Ése es nuestro propósito, sea cual sea la vocación a la que hemos sido llamados. Queremos dar un a ser cristiano, que es un a ser apóstol». Y aunque reconoció que «podemos tener miedo, porque la sociedad no facilita las cosas, en la Iglesia, unidos, tendremos una fuerza fantástica, por más que haya pecados entre nosotros». Y, aludiendo a las vocaciones al matrimonio, la vida consagrada y el sacerdocio, añadió: «Siempre cuesta decir Me comprometo toda la vida. Y más hoy. Pero cuanto más pronto empieza uno a vivir la plenitud de la vida -que mana de Cristo-, mejor. No hay que retrasarlo, no hay que vivir provisionalmente tanto tiempo. Estás perdiendo el tiempo: hay que atreverse a verlo bien y decir a lo que Dios nos pide».

También el cardenal Rylko, durante la Vigilia que los jóvenes celebraron en el estadio de San Lázaro, dijo a los jóvenes que «la santidad no es una utopía. Es la exigencia que Dios nos pone de ser simple y concretamente, hasta sus últimas consecuencias, aquello que somos: cristianos. Porque nuestros grandes enemigos son la mediocridad, la indiferencia, la superficialidad que no nos hacen tomar en serio la palabra de Dios: Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial». Y recordó que «la oración, lejos de ser una fuga de la realidad, nos da la clave correcta de lectura de los eventos de nuestra existencia». Ésa debe ser, dijo, «la brújula segura para cada día» de estos jóvenes peregrinos, llamados ser los apóstoles del siglo XXI.