Cien años de gratitud: Teresa de Calcuta - Alfa y Omega

Era pequeñita en su estatura física, y descomunal en su estatura espiritual y moral. Dios esperaba en los arrabales más increíbles de Calcuta a esta albanesa, esos por los que transitaba la muerte con todos sus rostros.

Estamos celebrando los cien años de su nacimiento. Tuve la gracia inmensa de poderla conocer y hablar con ella, en Madrid, cuando comenzaron sus Hermanas en Leganés, y en mis años de estudios en Roma. Me quedaron dos anécdotas muy grabadas. La primera, cuando mi ordenación sacerdotal. Por mediación de un querido amigo, me escribió una preciosa dedicatoria en inglés que conservo: Sé santo, Fr. Jesús, porque quien te ha llamado es Santo. Nunca lo he olvidado, y máximo cuando es el deseo orante de alguien que te invita a eso para lo que has nacido, y eso que ella vive también.

La segunda anécdota es una petición al Papa Juan Pablo II: Santo Padre, déme un rincón en el Vaticano, y yo se lo llenaré de pobres por amor a Jesucristo. Y así fue. Soy testigo, cuando ella me recibió en Roma para contarme con evangélico orgullo esa realidad. Su casa allí, en el corazón del Vaticano, se llamó Dono di Maria, don de María.

El Papa Benedicto XVI ha escrito a las Misioneras de la Caridad, con motivo del centenario del nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta: «Para prepararos a este año, habéis buscado acercaros aún más a la persona de Jesús, cuya sed de almas se extingue gracias a vuestro ministerio por Él en los más pobres de entre los pobres. Que este amor siga inspirándoos, Misioneras de la Caridad, para donaros generosamente a Jesús, a quien veis y servís, o lo que es lo mismo, a los pobres, a los marginados y a los abandonados».

La Madre Teresa ha tenido un secreto: la Caridad con mayúsculas, esa que se nutre en el Amor de Dios y que abraza a cada ser humano con un amor sólo digno de ese nombre.