Francisco muestra su dolor por el atentado en Ankara - Alfa y Omega

Francisco muestra su dolor por el atentado en Ankara

El Papa comenta el pasaje evangélico del joven rico durante el rezo del Ángelus

Ricardo Benjumea

El Papa ha expresado su «dolor» ante «la noticia de la terrible matanza acaecida en Ankara, en Turquía». Un atentado costó la vida a cerca de un centenar de personas, participantes en una marcha por la paz convocada por grupos de izquierda y kurdos.

Ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, Francisco mostró su «dolor por los numerosos muertos. Dolor por los heridos. Dolor porque los terroristas han atentado contra personas inermes que manifestaban por la paz. Mientras rezo por ese querido país, pido al Señor que acoja a las almas de los difuntos y que consuele a los que sufren y a sus familiares», dijo el Pontífice.

El obispo de Roma recordó también que el 13 de octubre «se celebra la Jornada internacional por la reducción de los desastres naturales. Lamentablemente hay que reconocer que los efectos de semejantes calamidades con frecuencia se agravan por la falta de cuidado del ambiente por parte del hombre. Me uno a todos los que, de modo previsor, se empeñan en la tutela de nuestra casa común, para promover una cultura global y local de reducción de los desastres y de mayor resiliencia ante ellos, armonizando los nuevos conocimientos con aquellos tradicionales, y con especial atención a las poblaciones más vulnerables».

Como es habitual, antes del rezo del Ángelus, el Papa comentó el pasaje del Evangelio de este domingo, el del joven rico con «el corazón dividido entre dos patrones: Dois y el dinero». «Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas», afirmó Francisco.

«Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones», añadió el Papa. «El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica, luminosa».

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de hoy, tomado del capítulo 10 de Marcos, se articula en tres escenas, marcadas por tres miradas de Jesús.

La primera escena presenta el encuentro entre el Maestro y un tal, que –según el pasaje paralelo de Mateo– es identificado como «joven».

El encuentro de Jesús con un joven. Él corre hacia Jesús, se arrodilla y lo llama «Maestro bueno». Luego le pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» (v. 17). Es decir, la felicidad. «Vida eterna» no es solo la vida del más allá, sino que es ésta: la vida plena, cumplida, sin límites. ¿Qué debemos hacer para alcanzarla? La respuesta de Jesús resume los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. En este contexto, ese joven no tiene nada que reprocharse; pero evidentemente la observancia de los preceptos no le basta, no satisface su deseo de plenitud. Y Jesús intuye este deseo que el joven lleva en su corazón; por lo que su respuesta se traduce en una mirada intensa llena de ternura y de cariño, así dice el Evangelio: «Jesús lo miró con amor» (v. 21). Se dio cuenta de que era un buen joven… Pero Jesús comprende también cuál es el punto débil de su interlocutor y le hace una propuesta concreta: dar todos sus bienes a los pobres y seguirlo. Pero ese joven tiene el corazón dividido entre dos patrones: Dios y el dinero, y se va triste. Esto demuestra que no pueden convivir la fe y el apego a las riquezas. Así, al final, el impulso inicial del joven se apaga en la infelicidad de un seguimiento naufragado.

En la segunda escena, el evangelista enfoca los ojos de Jesús y esta vez se trata de una mirada pensativa, de advertencia: «Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» (v.23). Ante el estupor de los discípulos, que se preguntan: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» (v. 26), Jesús responde con una mirada de aliento –es la tercera mirada– y dice: la salvación es sí «imposible para los hombres, ¡pero no para Dios!» (v. 27). Si nos encomendamos al Señor, podemos superar todos los obstáculos que nos impiden seguirlo en el camino de la fe. Encomendarse al Señor. Él nos dará la fuerza, él nos dará la salvación, él nos acompaña en el camino.

Y así llegamos a la tercera escena, aquella de la solemne declaración de Jesús: Les aseguro que el que deja todo para seguirme tendrá la vida eterna en el futuro y el ciento por uno ya en el presente (cfr. v. 29 y v. 30). Este «ciento por uno» está hecho de las cosas primero poseídas y luego dejadas, pero que se reencuentran multiplicadas al infinito. Nos privamos de los bienes y recibimos en cambio el gozo del verdadero bien; nos liberamos de la esclavitud de las cosas y ganamos la libertad del servicio por amor; renunciamos a poseer y logramos la alegría del don. Lo que Jesús decía: «Hay más alegría en dar que en recibir».

El joven no se ha dejado conquistar por la mirada de Jesús y así no ha podido cambiar. Solo acogiendo con humilde gratitud el amor del Señor nos liberamos de la seducción de los ídolos y de la ceguera de nuestras ilusiones. El dinero, el placer, el éxito deslumbran, pero luego desilusionan: prometen vida, pero causan muerte. El Señor nos pide el desapego de estas falsas riquezas para entrar en la vida verdadera, la vida plena, auténtica, luminosa.

Y yo les pregunto a ustedes, jóvenes, chicos y chicas, que están en la plaza: ¿han percibido la mirada de Jesús sobre ustedes? ¿Qué le quieren responder? ¿Prefieren dejar esta plaza con la alegría que nos da Jesús o con la tristeza en el corazón que la mundanidad nos ofrece?

Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestro corazón al amor de Jesús, a la mirada de Jesús, el único que puede apagar nuestra sed de felicidad».

RV