«El Señor me llama a subir al monte» - Alfa y Omega

«El Señor me llama a subir al monte»

«El Señor me llama a subir al monte, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia; es más, si Dios me pide esto, es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas». Eran las palabras con las que el Papa les hablaba, el domingo pasado, a los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro sobre la nueva vida que hoy empieza para él, como Romano Pontífice emérito

Ricardo Benjumea
Benedicto XVI durante sus vacaciones, al pie del Mont Blanc, en julio de 2005

El Papa saludará hoy, por la mañana, a los cardenales, y a las 16:55 horas, partirá en helicóptero a Castel Gandolfo. En torno a las 6 de la tarde, se espera que se asome al balcón del palacio apostólico para saludar y bendecir a quienes acudan a saludarlo. A las 8, Joseph Ratzinger dejará de ser Papa. Seguirá vistiendo de blanco, pero no llevará capa, ni sus tan característicos zapatos rojos. Su anillo y su sello serán destruidos, y el mundo, probablemente, no volverá ya nunca más a verle, ni a oír su voz.

Estará oculto para el mundo, pero permanecerá al servicio de la Iglesia los años que Dios quiera darle. «El Señor me llama a subir al monte, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación -dijo el domingo, durante el rezo del ángelus-. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto, es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas».

Han sido -son- días de intensas emociones en la Iglesia, semanas también de pruebas, con continuas tormentas mediáticas sobre la Cúpula de San Pedro. «Parece que el Maligno quiera permanentemente ensuciar la creación, para contradecir a Dios y para hacer irreconocible su verdad y su belleza», les decía, el sábado, el Papa a los cardenales y responsables de la Curia. Pero son los pecados de dentro, y no los ataques de fuera, lo que más preocupa y hace sufrir a Benedicto XVI. «El sucesor de Pedro y sus colaboradores -les decía también, el sábado- están llamados a dar a la Iglesia y al mundo un claro testimonio de fe, y esto es posible sólo gracias a una profunda y estable inmersión en el diálogo con Dios. A los muchos que aún hoy preguntan: ¿Quién nos hará ver el bien?, pueden responder cuantos reflejan en su rostro y con su vida la luz del rostro de Dios».

«La primacía de la oración» es la última lección que ha dejado, en su último ángelus público, Benedicto XVI. Desde las ocho de la tarde de hoy, será Papa emérito y «no hará pública una sola palabra» más. Así lo cree el obispo de Ratisbona y director del Papst-Benedikt-Institut, monseñor Rudolf Voderholzer, que dedicará todas sus fuerzas a continuar su trabajo de recopilación para legar la obra de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI a las futuras generaciones. Como Pontífice emérito, Benedicto XVI dedicará el resto de su vida a la oración, y estará a disposición de lo que requiera de él su sucesor, pero monseñor Voderholzer confía en que también le queden aún fuerzas para terminar algunos «proyectos ya iniciados», que en todo caso, no verían la luz en vida del autor.

Es también la hora de hacer balance, aunque sea un balance apresurado y embargado por la emoción. El obispo de Ratisbona cree que Joseph Ratzinger será recordado como «el Papa teólogo y como uno de los más grandes predicadores en la silla de Pedro», pero, sobre todo, como un hombre de profunda fe.

Se despide un vicario, un humilde trabajador en la viña del Señor. Se va en paz, «seguro de la victoria de Dios», y de que Cristo no abandonará nunca a su Iglesia. «Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor», les decía, el sábado, a sus más cercanos colaboradores.