El espectáculo de la santidad - Alfa y Omega

El espectáculo de la santidad

Manuel Cruz

El 27 de septiembre se cumplió el primer año de la beatificación de un madrileño querido en todo el mundo: don Álvaro del Portillo, el primer prelado que sucedió al fundador del Opus Dei. Nada especial sucedió en ese día, salvo el recuerdo que se le tributó en la parroquia de San Ramón Nato, en Vallecas, centro de la primera obra social-familiar que lleva el nombre del beato. Allí, cada día, el templo y el edificio aledaño se convierten en un hervidero de actividad que va de la oración a la escuela de padres, del apoyo escolar a los talleres de capacitación laboral, de la atención a los mendigos del barrio al comedor social que ofrece 190 comidas al día, servido todo por más de un centenar de voluntarios.

Cuando monseñor Osoro celebró en La Almudena la primera fiesta litúrgica del beato, el 12 de mayo, evocó a don Álvaro, al que acude como intercesor, para destacar la necesidad del gran espectáculo de la santidad que tiene la Iglesia. ¡Ahí es nada: la santidad en estos comienzos del siglo XXI, carcomidos por las ideologías, el relativismo, la idolatría del dinero, la corrupción, la pérdida de valores morales, la destrucción de la familia…! ¿Cómo se puede ser santo?

Diría que la principal misión del Opus Dei consiste en recordar a cada bautizado su filiación divina. En boca del fundador de la Obra, san Josemaría Escrivá de Balaguer, la santidad consiste en luchar por ser fieles a la voluntad de Dios todos los días de la vida… desde la libertad individual. ¿Y cual es la voluntad de Dios? ¡Ah! Para descubrirla y entenderla hay que estar muy enamorado del Señor. Y enamorarse es cosa de la gente sencilla, con corazón para amar y cabeza para pensar.

Cuando Juan Pablo II –¡otro santo!– habló de san Josemaría aquel día de octubre de 2002, cuando lo canonizó en la plaza de San Pedro, se refirió al fundador del Opus Dios como el santo de la vida ordinaria: ¡Sí, todos estamos llamados a la santidad, allí donde estemos, sin ser curas, ni monjas, ni eremitas y muchísimo menos meapilas, con perdón! ¡Ah, el espectáculo de la santidad! Oración, trabajo, sacramentos, humildad, amistad… amor. Decía a este propósito del párroco de San Ramón Nonato: lo primero es sonreír a quien llama a tu puerta. ¡Ya has empezado a ser santo de altar!