«Ni parlamento, ni senado» - Alfa y Omega

«Ni parlamento, ni senado»

Lo dejó claro el lunes Francisco: «El Sínodo no es un congreso o un parlatorio, no es un parlamento o un senado donde se busca un acuerdo»

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa y un grupo de padres sinodales a su llegada al aula de los debates del Sínodo. Foto: EFE/Ettore Ferrari

Al abrir este lunes los trabajos del Sínodo de los Obispos, el Papa marcó el tono de los debates que se extenderán hasta próximo 25 de octubre y cuyo eje central será la familia en el mundo actual, sus crisis y retos. Un encuentro que inició marcado por la expectativa de un nuevo sistema de debate y con el desafío de mantener la unidad en la diversidad, ante el innegable riesgo de la polarización.

El Papa llegó temprano a la cita. Siguió su costumbre de transitar a pie los casi 200 metros que separan su residencia vaticana, la Casa Santa Marta, del auditorio Pablo VI. Dentro de este complejo de salas ya lo esperaban decenas de obispos. En el Aula Nueva del Sínodo estaba todo listo en la mañana del lunes 5. Muchos padres sinodales llegaron después de él y ocuparon sus lugares en el anfiteatro. Rezaron juntos antes de escuchar al Pontífice.

Abiertos al Espíritu Santo

«El Sínodo no es un parlamento en el cual, para alcanzar un consenso o un acuerdo común, se echa mano de la negociación, de la concertación o del compromiso. El único método del Sínodo es aquel de abrirse al Espíritu Santo, con valentía apostólica, con humildad evangélica y con oración confiada», explicó Francisco en su discurso inicial.

Ante él había casi 400 personas, de las cuales 270 eran padres sinodales con voz y voto. Ellos están llamados no solo a contribuir, sino también a aprobar un documento final. El resto son auditores y especialistas. A todos, el Papa les pidió parresía, cualidad que significa «libertad de decir todo», y que Bergoglio acompañó de otras como «el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría y la franqueza».

Según Francisco, el Sínodo es una «expresión eclesial», es «la Iglesia que camina junta, se interroga» y, para hacerlo, requiere «valentía apostólica». «Coraje» que no se deja atemorizar por las «seducciones del mundo» y concibe la vida cristiana «no como un museo».

Así se inició la asamblea episcopal, que el Papa concibe como un «espacio protegido». Por eso pidió que los participantes se dirijan ante el pleno con la más amplia libertad y, por eso mismo, ordenó que sus discursos no se difundan íntegramente a la prensa. «Si se colocase una cámara ahí adentro, o se distribuyesen las intervenciones completas, los medios se concentrarían en detalles particulares o reforzarían posiciones dominantes», explicó un sacerdote involucrado en la logística de la reunión.

Para algunos observadores, el no acceso a las palabras de cada padre sinodal constituye una falta de transparencia hasta el punto de llegar a afirmar que el Sínodo «está manipulado». Pero la Sala de Prensa del Vaticano ofrece cada día a los periodistas un resumen pormenorizado de los debates en el aula. Además existe libertad para que cada obispo pueda hablar con la prensa en el momento que quiera y las conclusiones de las discusiones en los círculos menores, los grupos lingüísticos, serán publicadas completas. Lo mismo ocurrirá con el documento final.

Innovaciones en el Sínodo

Todas estas son innovaciones del actual Pontificado. En la práctica, el Papa ya introdujo una profunda reforma al Sínodo, sin necesidad de crear comisiones o redactar engorrosos documentos. Con algunos cambios en el método, logró destrabar un mecanismo que se había bloqueado en los últimos años. Pese a la buena voluntad de Benedicto XVI, el cual aplicó algunas modificaciones, los debates sinodales eran largos y demasiado genéricos.

Francisco fue más allá. Eligió un tema urgente como la familia y convocó a dos sesiones de trabajo: una en octubre de 2014, que abordó los problemas y los desafíos de esa institución social; la otra para este año, que deberá ofrecer respuestas concretas. Además cambió la fisonomía de las sesiones. Antes se sucedían sin parar decenas de discursos ante el pleno, se discutían superficialmente en grupos y se redactaban variados documentos. Ahora los temas se abordarán divididos por semana, con más debate en círculos menores y menos mensajes generales. Y se votará solo un mensaje final, que ya no incluirá propuestas concretas, sino exposición de contenidos articulados.

Familias durante la Vigilia de oración por el Sínodo, el sábado pasado en la plaza de San Pedro. Foto: AFP/Filippo Monfortei

Ese documento será entregado al Papa, quien tendrá la última palabra. Porque, no obstante la percepción mediática, el Sínodo no decide. Solo está llamado a analizar y proponer. Pero, en este proponer, se han manifestado opiniones diversas y hasta contrapuestas. Incluso públicamente. De ahí la constatación del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga durante una reflexión en el aula: «A veces nos entristece escuchar cómo el mundo ha enfocado este Sínodo pensando que venimos como dos bandos opuestos a defender posiciones irreductibles. No somos una Iglesia en vía de extinción ni mucho menos. La familia tampoco, aunque está amenazada y combatida. Tampoco venimos a llorar ni a lamentarnos por las dificultades. Todos buscamos la unanimidad que viene del diálogo, no de las ideas defendidas a ultranza», agregó el arzobispo de Tegucigalpa y el coordinador de los consejeros más cercanos de Bergoglio.

«Si esperan un cambio doctrinal, quedarán desilusionados»

Un riesgo real, producto de un debate con libertad sobre aspectos delicados de la vida familiar. No solo aquellos que han acaparado casi todo el interés mediático: la situación de los divorciados vueltos a casar y la de aquellos niños criados por parejas homosexuales. Porque el Sínodo es mucho más que los tópicos estridentes. Está destinado a ofrecer respuestas objetivas a las familias heridas, laceradas por la violencia y la precariedad, el desempleo y la inestabilidad moral, los vicios de sus miembros y la hostilidad social, la ignorancia religiosa y el abandono catequético.

Los problemas reales exigen decisiones reales. Por eso el Sínodo es, más bien, una asamblea pastoral, como lo explicó su secretario especial, el obispo italiano Bruno Forte. «Hay que buscar las vías para hacer que la Iglesia esté cerca de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. El tiempo cambia, las situaciones cambian, la Iglesia no puede permanecer insensible a los desafíos», precisó.

En ese terreno sí se esperan decisiones importantes. Propuestas de atención no simplistas a quienes tocan las puertas de la Iglesia pidiendo ayuda. Sin levantar el dedo para juzgar a las «parejas heridas», sino curando sus heridas «con el aceite de la acogida y de la misericordia». Porque, como dijo el Papa el domingo 4 en la basílica de San Pedro, la Iglesia está obligada a ser «hospital de campo», capaz de «salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de salvación».

Y esto no se logra con drásticas reformas. Como lo anticipó uno de los presidentes delegados del Sínodo, el cardenal arzobispo de París André Vingt-Trois, «si vinieron a Roma con la idea de un cambio espectacular de la doctrina, quedarán desilusionados».

«La verdad no cambia según las modas»

El Papa presidió el domingo la Misa de apertura del Sínodo en la Basílica de San Pedro. «El error y el mal deben ser condenados y combatidos, pero el hombre que cae debe ser comprendido y amado», dijo citando a san Juan Pablo II

«Muchos placeres, pero poco amor»; «tanta libertad, pero poca autonomía». Y mucha, mucha soledad. Las promesas de libertad ilimitada de décadas pasadas terminaron sumiendo a los hombres en un estado de vacío y tristeza, dijo Francisco el domingo citando un libro de Joseph Ratzinger. «El hombre de hoy con frecuencia ridiculiza» el matrimonio, pero paradójicamente «permanece atraído y fascinado por todo amor auténtico». A ese hombre, la Iglesia le dice que «Dios no ha creado al ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo», y que «el matrimonio no es una utopía de adolescente».

En medio de las dificultades del momento actual, «la Iglesia está llamada a vivir su misión en la verdad y en la caridad», desde «la fidelidad a su Maestro, como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio». «La verdad no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes», añadió Francisco durante su homilía en la basílica de San Pedro.

Sin abdicar de su deber de anunciar la verdad, la Iglesia vive «su misión en la caridad, que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que –fiel a su naturaleza como madre– se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia». «Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: “El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado”». A esas personas, añadió el Papa citando la Carta a los Hebreos, la Iglesia «no se avergüenza de llamarlos hermanos».

En la tarde-noche anterior, el obispo de Roma presidió una vigilia de oración en la plaza de San Pedro con la participación de miles de personas y la intervención de diversos responsables de movimientos eclesiales. «Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella», dijo Francisco, que pidió que la Iglesia sea «una casa abierta» y sepa corregir sin humillar y educar con el ejemplo y la paciencia. «Si no somos capaces de unir la compasión a la justicia –afirmó–, terminamos siendo seres inútilmente severos y profundamente injustos».