Occidente ya no entiende este mundo - Alfa y Omega

Occidente ha ganado la guerra contra el terrorismo, pero, a diez años del 11S, la percepción dominante es de absoluto pesimismo. La crisis económica ha terminado de dar la puntilla: Estados Unidos, viejo centro del poder mundial, cede ante el empuje de China o la India, mientras Europa se hunde en la insignificancia.

Habría mucho que matizar. Pese a los enormes avances, con casi la mitad de la población mundial, China y la India apenas concentran el 20 % del PIB; su capacidad de innovación ha crecido mucho, pero las patentes más valiosas llevan sello europeo o americano. Y ambas potencias emergentes afrontan gigantescos retos, en particular sus bolsas de pobreza. Tampoco se libran del invierno demográfico. El crecimiento chino (en lo que hay de cierto en las estadísticas oficiales) se explica gracias al alto porcentaje de la población en edad de trabajar durante las últimas décadas, pero, a partir de 2015, la pirámide poblacional se invertirá, generando un fardo para la economía.

No hay aspirante firme a la hegemonía mundial, y los occidentales arrojan la toalla. Quizá porque gobiernan un planeta que ya no comprenden. Pueden conquistar Kabul o Bagdad, pero no saben cómo manejar a sus gentes. Las armas y el dinero no bastan; el dilema de los occidentales es que sólo tienen eso. Ya no saben quiénes son, y tienen miedo a todo. Coquetean con el suicidio. Disparan contra sus propias raíces. Es sintomático el veto del alcalde de Nueva York a las plegarias en las conmemoraciones del 11S, igual que la violencia contra los peregrinos en la JMJ, minoritaria, pero tolerada desde influyentes sectores. En Australia, el Gobierno quiere sustituir las expresiones Antes y Después de Cristo por referencias neutras… En realidad, el viejo Occidente quisiera jubilarse, y disfrutar de la vida durante lo poco que calcula que debe quedarle. Pero la era colonial ha terminado. El poder occidental no da para aislarse. No se puede seguir derrochando ya sin contar con el resto. Ése es el problema: convivir con todo ese mundo que no se comprende y que, por alguna extraña razón, sí conserva las ganas de vivir, y por eso pisa fuerte.