Nueva imaginación pastoral - Alfa y Omega

Nueva imaginación pastoral

En la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, Migraciones y nueva evangelización, que se celebra el próximo domingo, 15 de enero, nuestro cardenal arzobispo escribe, bajo el título Salir al encuentro:

Antonio María Rouco Varela
Tras administrarle el Bautismo, el cardenal Rouco administra la Confirmación a un joven inmigrante, en la Vigilia Pascual.

Con ocasión de la próxima Jornada Mundial de las Migraciones, el Papa Benedicto XVI nos invita a «despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica». La Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado brinda a toda la Iglesia una nueva oportunidad de reflexionar sobre el creciente fenómeno de la emigración en este mundo global.

Desde hace unas décadas, inmigrantes y madrileños convivimos, trabajamos, crecemos juntos y formamos parte de nuestra sociedad y de nuestra diócesis. No podemos considerar a los inmigrantes como extraños, como forasteros. Somos muchos los que, en nuestra sociedad madrileña, estamos caminando juntos. Todos estamos llamados a desarrollar una convivencia verdaderamente humana basada en la fraternidad. En un mundo cada vez más globalizado, los inmigrantes han contribuido a crear —junto a nuestras migraciones interiores— una sociedad cada vez más intercultural y multiétnica, con problemáticas nuevas, no sólo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Este cúmulo de circunstancias suscita nuevas situaciones pastorales que exigen una respuesta imaginativa. Las comunidades parroquiales no deben olvidar que el hombre y la mujer inmigrantes han sufrido un profundo cambio cultural: la gente pierde la base de sustentación, el substrato sociológico que sostenía su vida, y su vida religiosa. Cambio de civilización que conlleva naturalmente graves implicaciones para las personas y para su vida de fe.

Esta realidad pone de relieve nuestro deber de ayudar a que la fe no se quede en un simple recuerdo para el inmigrante: necesita imperiosamente cultivarla para, con su luz, leer su nueva historia desde la misma fe. De aquí resulta la evidencia pastoral de que el compromiso de la comunidad cristiana con los inmigrantes no puede reducirse a organizar simplemente las estructuras de acogida y solidaridad, por muy generosas que sean; esta actitud menoscabaría las riquezas de la vocación eclesial, llamada a transmitir la fe, que se fortalece dándola; ha de incluir la respuesta debida desde el Evangelio a todas las cuestiones antropológicas, teológicas, económicas y políticas que encierra la condición del inmigrante, del modo como se plantean en la hora actual de la Historia.

La tentación del escepticismo

Hemos de ser conscientes de que el actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, «en un mundo -nos dice el Papa en su Mensaje- en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos». Por todo ello, la comunidad parroquial está urgida a repensar sus proyectos pastorales, a no encerrarse en seguridades pretéritas, a no inflexionar su diálogo con el mundo, a mantenerse en su vocación misionera.

Es comprensible que, ante la acumulación de retos a los que la esperanza está expuesta, surja la tentación del escepticismo y la desconfianza; pero el cristiano sabe que puede afrontar incluso las situaciones más difíciles, porque el fundamento de su esperanza es el Misterio Pascual.

En el actual contexto social, los cristianos, madrileños e inmigrantes, estamos llamados a reconocernos entre nosotros como hermanos, a compartir los bienes provenientes de Cristo y a ser testigos del Evangelio. Con la fuerza que brota del Evangelio, se hace realidad esa convivencia profundamente humana, pacífica, solidaria y enriquecedora que todo corazón humano desea desde lo más hondo de su ser. Necesitamos derribar las barreras de la desconfianza, de los prejuicios y de los miedos que, por desgracia, existen, y rechazar la discriminación o exclusión de cualquier persona, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables para que aumente la comprensión y la confianza. Es preciso que los cristianos, los lugareños y los inmigrantes, no tengamos ningún miedo a vivirlo todo desde la fe.

Frente a los desafíos de esta sociedad, urbana, plural, compleja y cambiante, marcada por la dispersión que se genera, el compromiso misionero de nuestras comunidades se ha de centrar sobre todo en la familia, «no sólo porque esta realidad humana fundamental —decía ya en junio de 2005 Benedicto XVI— es sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por tanto tiene particular necesidad de ser evangelizada y apoyada concretamente, sino también porque las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, la edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera».

En medio de esta sociedad plural, los grupos parroquiales, los movimientos y las asociaciones apostólicas han de trabajar para que los jóvenes descubran y se convenzan de que pueden ser fieles a la fe cristiana y seguir aspirando a los grandes ideales en la sociedad actual que les den plenitud y felicidad, de que la fe no se opone a sus ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, inmigrantes y madrileños, —en palabras del Papa en la Vigilia de la JMJ— «que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad».

Puesto que estáis arraigados y edificados en Cristo, estáis llamados a hacer visible y sociológicamente perceptible el proyecto de Dios.