Puerta del cielo - Alfa y Omega

Puerta del cielo

Alfa y Omega

«El futuro de la Humanidad se fragua en la familia!»: así dijo Juan Pablo II, al concluir la Exhortación apostólica Familiaris consortio, no sin antes afirmar con fuerza: «Familia, ¡ lo que eres!», afirmación que hoy, cuando constantemente y por todas partes no se deja de hablar de distintos modelos de familia, adquiere un valor especialísimo. «De las investigaciones sociológicas —acaba de recordar, en vísperas del Encuentro Mundial de las Familias recién comenzado en Milán, el cardenal Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia—, resulta que son justamente las familias sanas las que aseguran ahorro, responsabilidad y eficiencia, procreación generosa y compromiso educativo», y con toda lógica concluye que, para la sociedad, es del máximo interés «sostener a las familias», en toda su verdad de «relaciones auténticas de solidaridad, de respeto recíproco, de experiencia de felicidad de las personas…, lo cual cuenta más que la renta», como aprecian las mismas investigaciones sociológicas.

Se desea, sin duda, y con el máximo anhelo, la familia verdadera. ¿Cómo, entonces, la cultura dominante hoy en el mundo no sólo no la sostiene, sino que incluso la vitupera y la persigue? Vituperio y persecución que sufren también el trabajo y el descanso, pues su verdad, su bien y su belleza están radicalmente vinculados a la verdad, el bien y la belleza de la familia. No es casual que el Encuentro de Milán lleve por título La familia: el trabajo y la fiesta. Claro está que, contemplado todo, desde esa Luz que permite ver el cielo, no desde la ideología mortal que, con la máscara de la modernidad y del progreso, contradice el deseo auténtico de todo corazón humano.

Hablando precisamente del descanso, de la fiesta, el Beato Juan Pablo II recordaba, en su Carta apostólica Dies Domini, de 1998, que «el domingo es el día de la Resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día…, la fiesta primordial, instituida no sólo para medir la sucesión del tiempo, sino para poner de relieve su sentido más profundo». Y añade: «La práctica del fin de semana responde no sólo a la necesidad de descanso, sino también a la exigencia de hacer fiesta, propia del ser humano. Por desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro fin de semana, puede suceder que el hombre quede encerrado en un horizonte tan restringido, que no le permite ya ver el cielo. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de hacer fiesta». Como es incapaz de superar la crisis laboral y económica, que está llevando al abismo a tantos países del mundo, mientras no eleve la mirada a Quien le llama a cooperar en su obra creadora. «Frente a la grave crisis del paro y a la necesidad de relanzar el desarrollo —decía, hace unos días, el arzobispo de Milán, cardenal Scola, en una mesa redonda sobre Nuevos modelos de trabajo en la familia, hoy—, ¿no es acaso adecuado ese baluarte de la doctrina social de la Iglesia que habla de la centralidad del sujeto del trabajo como fundamento del primado del trabajo sobre el capital?» La realidad de los hechos no deja de mostrar que «el trabajo, en cuanto actividad propia del hombre, es el motor de toda actividad económica».

Con vistas al Encuentro de Milán, una vez anunciado el lema al concluir el de México, en enero de 2009, Benedicto XVI escribía así, en agosto de 2010, al cardenal Antonelli: «El trabajo y la fiesta están íntimamente unidos con la vida de las familias: condicionan las decisiones, influyen en las relaciones entre los cónyuges y entre padres e hijos, inciden en la relación de la familia con la sociedad y con la Iglesia. Las Sagradas Escrituras nos dicen que familia, trabajo y día festivo son dones y bendiciones de Dios para ayudarnos a vivir una existencia plenamente humana». De espaldas a Dios, sin mirar al cielo, donde está el Origen de toda familia, ¿cómo no va a deshumanizarse?

«La imagen divina de la familia, renovada y santificada por Jesucristo —escribía Juan Pablo II, en 1980, en una Carta para pedir oraciones por el inminente Sínodo de los Obispos sobre la familia—, en nuestro tiempo es frecuentemente empobrecida, ofuscada y quizá incluso profanada». ¡Y, sin embargo, se la añora! «Por ello —sigue el Papa—, hace falta reflexionar nuevamente sobre las palabras de Jesús: Al principio no fue así. Es necesario que el Sínodo manifieste lo que quiere decir seguir a Cristo en la vida matrimonial y familiar. Sí. Es necesario que las familias de nuestro tiempo sepan remontarse a mayor altura. Es necesario que sigan a Cristo». Estas últimas frases las recogía en la Exhortación postsinodal Familiaris consortio, de 1981. Y en su Carta a las familias, de 1994, lo subrayaba: «La familia constituye la célula fundamental de la sociedad. Pero hay necesidad de Cristo».

Sí: hay necesidad de Cristo, hay necesidad de remontarse a mayor altura, para así poder ver el cielo. Hay necesidad, sí, de la familia, de que la familia sea, en verdad, ella misma, y su modelo no es otro que aquella que es figura ejemplar de la Iglesia, la familia de los hijos de Dios, aquella que inaugura la nueva Humanidad, la familia que puede ser llamada, como ella en el rezo del Rosario, Puerta del cielo.