Los obispos piden que «no haya eutanasia ni encarnizamiento terapéutico» en el caso de la niña Andrea - Alfa y Omega

Los obispos piden que «no haya eutanasia ni encarnizamiento terapéutico» en el caso de la niña Andrea

«No hay una compasión que lleve a la muerte», ha recordado el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo

José Antonio Méndez
Los padres de Andrea, Antonio y Estela, y el secretario general de la CEE, José María Gil Tamayo

«Es un caso de sufrimiento para los padres, Antonio y Estela, para su hermanita y para la propia Andrea», con quienes la Iglesia «quiere estar cerca, para cuidarlos y acompañarlos». Así se ha referido este martes el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo, al caso de la niña gallega de 12 años que padece una enfermedad degenerativa incurable y para quienes los padres han pedido que se acorte lo máximo posible su sufrimiento.

Tras mostrar esta cercanía a la familia, Gil Tamayo ha recordado que «la Iglesia está siempre en contra de la eutanasia, es decir, de la muerte provocada por medios médicos, pero tampoco es partidaria del encarnizamiento terapéutico», que alarga el final de la vida de forma artificial. Por eso, para este caso ha pedido que se rechace tanto la eutanasia, pues «nadie puede terminar con una vida humana de manera directa», como «el encarnizamiento terapéutico», y que se apueste por la aplicación «de los cuidados paliativos, sin escatimar medios». Porque «no hay una compasión que lleve a la muerte, sino que la compasión siempre lleva a la vida y a aliviar el sufrimiento», ha explicado el secretario general de la CEE, quien comparecía ante los medios con motivo de la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal.

«Que se busque lo mejor para Andrea»

Gil Tamayo ha pedido que se escuche y se valore «a los padres, que no dudo quieren lo mejor para su hija en medio del sufrimiento; al consejo de los expertos y comités éticos y deontológicos; y la voz de los facultativos, que son los que tienen todos los datos». Porque, como ha señalado el portavoz episcopal, «el médico tiene la obligación de intentar la curación y mejoría del paciente siempre que sea posible y, cuando no lo sea, permanece su obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir el bienestar del enfermo aún cuando de ello pueda derivarse el acortamiento de la vida».

Además, ha ofrecido a los padres que «si son creyentes, acudan al servicio espiritual del hospital y de la archidiócesis de Santiago, que pueden ayudarles en esta tarea de discernimiento y acompañamiento a los padres que sufren, con los que la Iglesia siempre quiere estar cercana». De hecho, ha pedido que esta situación no se resuelva «en clave de conflicto, sino en clave de ayuda para que se busque lo mejor para Andrea». «Compasión, misericordia, cercanía, ayuda al sufrimiento, no al encarnizamiento terapéutico, y no a la eutanasia, ni a la muerte provocada», ha concluido.

La estrategia pro-eutanasia

A preguntas de los periodistas, Gil Tamayo ha alertado de la posible repercusión legal que puedan tener el uso del caso de Andrea: «Cuando hay una mentalidad de desprecio de la vida, está comprobado que en las legislaciones se empieza por la contracepción, se sigue con el aborto y se termina con la eutanasia, liberalizándola».

Ante esto, ha explicado que «la postura de la Iglesia es el sí a la vida en todos sus estadios, desde el momento de la concepción hasta su muerte natural, y no en un simple estado de bienestar que nos lleve a una selección de quienes deben vivir y quienes no. Porque cuando rompemos la grandeza y la radicalidad del derecho a la vida, pueden colársenos» muchas acepciones de la eutanasia, «sean porque son menos caras que los cuidados paliativos, o por la selección de que alguien no tienen derecho a vivir por tener determinada discapacidad…».

Una pregunta mal entendida, pero aclarada

Esta última respuesta de Gil Tamayo ha desconcertado a algunos de los periodistas presentes en la Casa de la Iglesia durante la rueda de prensa, pues la cuestión (formulada por una de las reporteras de la Cadena SER, y que cerraba el turno de preguntas) no se centraba en la legislación pro-eutanasia, sino en si la Iglesia estaría a favor de una legislación nacional que regulase el derecho a los cuidados paliativos.

El Secretario General de la CEE ya había advertido de que se había excedido el tiempo de las preguntas, y que respondería con urgencia para atender a sus siguientes compromisos, por eso, fuentes de la Conferencia Episcopal explicaban posteriormente que la Iglesia «no sólo no se opone, sino que defiende el acceso a los cuidados paliativos». Estas mismas fuentes desgranan los principios básicos de la propuesta de la Iglesia: «No se puede matar a nadie. No se pueden negar o retirar cuidados ordinarios a una persona, como dejar de darle de comer, o retirarle la respiración asistida, porque eso equivale a matarla. Tampoco se puede aplicar una sedación terminal, como si fuese la inyección letal de la pena de muerte, que duerme a la persona hasta matarla. Pero la Iglesia sí sostiene que se puede aplicar una sedación paliativa hasta dejar dormida a la persona, o darle un medicamento, aunque eso acorte la vida. El enfermo o su familia también puede renunciar a cuidados extraordinarios. No se puede quitar una sonda de alimentación o la respiración, que son los cuidados ordinarios, pero sí aplicar cuidados extraordinarios para mantener su calidad de vida, y si no es posible, retirárselos para acortarla. Y dejar esto claro también a nivel legislativo es importante».

Un documento aprobado por los obispos

Por último, para argumentar la posición de la Iglesia en los casos como el de Andrea, Gil Tamayo ha citado el documento Cien cuestiones sobre la defensa de la vida humana, elaborado por los obispos españoles en 1993, y que dice así:

«Cuando la muerte aparece como inevitable porque ya no hay remedios eficaces, el enfermo puede determinar, si está en condiciones de hacerlo, el curso de sus últimos días u horas mediante alguna de estas decisiones:

  • Aceptar que se ensayen en él medicaciones y técnicas en fase experimental, que no están libres de todo riesgo. Aceptándolas, el enfermo podrá dar ejemplo de generosidad para el bien de la Humanidad;
  • Rechazar o interrumpir la aplicación de esos remedios;
  • Contentarse con los medios paliativos que la Medicina le pueda ofrecer para mitigar el dolor, aunque no tengan ninguna virtud curativa; y rechazar medicaciones u operaciones en fase experimental, porque sean peligrosas o resulten excesivamente caras. Este rechazo no equivale al suicidio, sino que es expresión de una ponderada aceptación de la inevitabilidad de la muerte;
  • En la inminencia de la muerte, rechazar el tratamiento obstinado que únicamente vaya a producir una prolongación precaria y penosa de su existencia, aunque sin rehusar los medios normales o comunes que le permiten sobrevivir.

En estas situaciones está ausente la eutanasia, que implica una deliberada voluntad de acabar con la vida del enfermo. Es un atentado contra la dignidad de la persona la búsqueda deliberada de su muerte, pero es propio de esa dignidad el aceptar su llegada en las condiciones menos penosas posibles. Y es en el fondo del corazón del médico y del paciente donde se establece esta diferencia entre provocar la muerte o esperarla en paz y del modo menos penoso posible, mediante unos cuidados que se limiten a mitigar los sufrimientos finales».