Una guerra religiosa - Alfa y Omega

Una guerra religiosa

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Interesantísimo el programa de Lágrimas en la lluvia del domingo pasado, en Intereconomía. El espacio conducido por Juan Manuel de Prada estuvo dedicado a la persecución religiosa en España. Javier Paredes, Miguel Ayuso, Jorge López Teulón y el padre Alfredo Verdoy analizaron el fenómeno que ha marcado más decisivamente —aún hoy— la identidad de nuestra nación, hasta el punto de señalar, unánimemente, que «la Guerra Civil fue, en realidad, una guerra religiosa». Pero como los ataques indisimulados a la Iglesia no se iniciaron en 1936, ni siquiera en 1931, los tertulianos recorrieron el siglo XIX y sus periódicas expulsiones de los jesuitas y decretos de exclaustración, las continuas desamortizaciones, las Constituciones laicistas de origen liberal y las matanzas de frailes de 1834-1837; así, hasta llegar a la Semana Trágica de Barcelona, de 1909, y la Ley del candado, de 1910. Ante todo ello, «no se puede ser hoy católico y liberal al mismo tiempo», señaló De Prada. Y Ayuso rescató una frase de Balmes, con vigencia en el panorama político actual: «El Partido Conservador lo que conserva es la Revolución».

En este caldo de cultivo, arraigó el anticlericalismo de la Segunda República, «uno de cuyos fines fue acabar con la Iglesia», afirmó López Teulón. Y explicó Paredes: «Los republicanos no eran demócratas, sino jacobinos». Y apostilló el padre Verdoy: «El socialismo fue una nueva religión que quiso construir una sociedad materialista, sin Dios».

No es habitual escuchar, y menos por televisión, que la Guerra Civil fue, en realidad, una guerra religiosa, en la que se quiso sustituir la religión del amor y el perdón por la nueva religión de la muerte y el odio; y que lo que había detrás era puro satanismo alimentado por el caldo de cultivo de la ignorancia. También hubo reflexiones ad intra, pues parece que los católicos hemos dejado un poco de lado a nuestro mártires, cuando «son historias espectaculares de fidelidad, amor y perdón; y su testimonio lo necesitamos para seguir dando la vida hoy, aunque no sea con la sangre» (Teulón). Y como no son mártires de la Guerra Civil, sino de la persecución religiosa, hay que abandonar ya el falso complejo por la politización del mártir.

Y así, hasta el día de hoy, en el que el laicismo, «esa forma de persecución sibilina —en palabras de Juan Manuel de Prada—, intenta esconder el hecho religioso con el falso argumento de no ofender a nadie». En ésas estamos.