Carlos Osoro: «Hay que recuperar el talante que nos marca el Señor» - Alfa y Omega

Carlos Osoro: «Hay que recuperar el talante que nos marca el Señor»

Ricardo Benjumea
Foto: Cristina Sánchez Aguilar

Dígame un punto importantísimo que sí o sí querría usted que abordara el Sínodo.
A mí lo que me gustaría es que los padres sinodales fuésemos capaces de ayudar al Santo Padre –que es quien va después a decirnos lo que cree mejor para la Iglesia–, dándole los elementos necesarios para que transmita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad la belleza suprema de la familia cristiana. Mostrar esa belleza a los hombres es el gran reto del Sínodo.

¿Cómo va a poder mostrarla?
Convenciendo a los hombres de que el logro y la dicha más grandes de un ser humano están en acoger a Dios en su vida. Es verdad que esto, en un mundo donde a veces hemos retirado a Dios del centro, no es fácil. Volver a poner a Dios en el centro de la vida del ser humano es el gran reto que afrontamos hoy.

Celebración de bodas de oro y plata matrimoniales el 13 de septiembre. Foto: Miguel Hernández Santos

Apuntaba usted hace unos días que, con la reforma del proceso de nulidades, el Papa ha dado la vuelta a algunos debates en torno al Sínodo, presentado a veces como una confrontación ideológica entre partidarios y detractores de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Lo que yo quería decir es que, a veces, hemos estado como las moscas, que no entran en la luz, sino que dan vueltas a su alrededor. En el tema de la familia, hemos estado en debates que son secundarios. Y lo principal en este sentido es descubrir cómo curar las heridas que afectan a la familia: las heridas del hombre y de la mujer que se casaron y también las que aparecen en los hijos. ¿Qué hace el Papa al cambiar esos cánones del derecho canónico? No altera el sentido del matrimonio cristiano. No se trata, como algunos han dicho, de entrar en una especie de divorcio exprés. Todo lo contrario. El Papa nos hace a los obispos tomarnos muy en serio la familia y nuestra responsabilidad cuando aparecen estas heridas.

Este verano pedía usted «no tener sospechas del Papa». Hace unos días, insistía en que no hay «no tener miedo del Sínodo». ¿Hay miedo? ¿Por qué lanza usted estos mensajes?
Porque nunca debemos tener sospechas del sucesor de Pedro. Todos los papas son sucesores de Pedro. Las sensibilidades naturalmente son diferentes, gracias a Dios. Yo creo que debemos creer profundamente que Nuestro Señor da a la Iglesia en cada momento lo que esta necesita. No debemos dudar de que Nuestro Señor nos ha regalado el Papa que necesitábamos. Vamos a trabajar juntos todos con él.

Monseñor Carlos Osoro (Castañeda –Cantabria–, 16 de mayo de 1945) cumple el 25 de octubre un año al frente de la archidiócesis de Madrid. Ese día estará en Roma, en la clausura del Sínodo de los Obispos. El vicepresidente de la Conferencia Episcopal participa en representación del episcopado español, junto al cardenal Ricardo Blázquez (presidente de la CEE y arzobispo de Valladolid) y a monseñor Mario Iceta (obispo de Bilbao y presidente de la Subcomisión de Familia y Vida), además del cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, que asiste por invitación del Papa Francisco.

¿Qué ha cambiado en la Iglesia o en la sociedad para que, efectivamente, existan en algún caso esas sospechas o para haya católicos que se encuentren desconcertados?
No ha cambiado nada. Lo que ha hecho el Papa es recoger lo que ya decía san Juan XXIII en la apertura del Concilio, al pedir que la Iglesia fuera una madre que se abriera y se acercara a todas las situaciones de los hombres. El Papa Francisco, con sus discursos y con su propia vida, se acerca sin miedo a todas las situaciones de los hombres. No podemos tener miedo de ir a todas esas situaciones. El Señor se presentó en todos los lugares. Un día llamó a Mateo, que estaba en un mostrador de impuestos, y entró al comedor de su casa. Y allí había publicanos y pecadores, y gente fuera que decía: «¿Pero cómo este…?» «¡Si supiera…!» Pues la Iglesia debe hacer lo mismo: llamar a los hombres y entrar en el comedor de quien sea, no para diluirse en cualquier cosa, sino para mostrar el rostro de Nuestro Señor Jesucristo, que sigue acercándose hoy a los hombres. Y esto es lo que nos está pidiendo el Papa Francisco. Y hacerlo no con tristeza, no como si llevásemos un gran peso, sino con la alegría del Evangelio.

¿Cómo se traducen esas líneas en la acción pastoral del arzobispo de Madrid?
Se traducen en lo que acabo de describir en la carta pastoral Jesús, rostro de la Misericordia, camina y conversa con nosotros en Madrid. Como hace Él con los discípulos de Emaús, la Iglesia debe salir al encuentro de los hombres. A lo mejor no conocen a Nuestro Señor, pero la Iglesia tiene que hacerse creíble, y quienes están a su lado deben descubrir la amabilidad, la cercanía y el amor de una Iglesia que va relatando a los hombres que van por el camino la verdad de lo que está ocurriendo a la luz de Nuestro Señor. Esto es lo que tiene que hacer la Iglesia. Sin miedo, con la única fuerza que nos ha dado el Señor: la del Espíritu Santo. Esto es diferente a salir al camino riñendo a quien está haciendo otras cosas distintas, que a lo mejor objetivamente están mal y no son las que quiere Jesucristo, pero eso ni lo hizo Nuestro Señor ni lo debe hacer la Iglesia. Hay que volver a recuperar el talante y la dirección que el Señor marca a la Iglesia en ese camino. Es lo que tenemos que hacer: acercarnos a todos los hombres. Es verdad que a lo mejor nos gustaría que fuesen de otra manera, pero son los que son y están donde están. Y la Iglesia, como Jesús, se acerca a ellos para darles su luz. Y esto hace que algunos vuelvan otra vez. Y que otros, por lo menos, se sientan a gusto y no vean a la Iglesia como una madrastra, como alguien a quien yo quisiera retirar de mi vida, sino que la perciben como un grupo de creyentes que merece la pena que estén en el mundo porque aportan densidad a la vida, aportan horizontes y aportan un futuro a la vida de los hombres, y porque no miran a los demás como enemigos, sino como hermanos.

Se cumple en octubre un año de su llegada a Madrid. Se ha pateado usted toda la ciudad, y se ha tomado su tiempo antes de empezar a hacer nombramientos o de tomar decisiones importantes. Si tuviera usted que destacar un solo punto, ¿qué es lo que ha detectado que más falta le hace falta a la diócesis?
Yo quiero referirme a lo que me hace falta a mí, y a mí me hace falta rebosar mi vida de ese amor que el Señor tuvo y de esa pasión por llegar al corazón de todos los hombres. Eso se lo pido al Señor todos los días. Y destacaría también que, en la Iglesia diocesana, hay heridas muy grandes que padecen los hombres y tenemos que ir a ellas. Pero también hay realidades evangélicas, sacerdotes, religiosos, laicos… que están intentando curar esas heridas. Yo los voy conociendo y eso me da una alegría tremenda.

Monseñor Osoro durante la entrevista. Foto: Cristina Sánchez Aguilar

Está a punto de presentarse el Plan de Evangelización, en el que ha querido usted que exista una gran participación de toda la diócesis, casi al modo de un sínodo diocesano. ¿Qué es exactamente lo que pretende usted con este Plan?
Hacer realidad lo que se dice en los documentos del Sínodo diocesano de Madrid de 2005. No me he salido de la historia de la diócesis. En este primer año, vamos a involucrarnos en una conversión pastoral y en la transformación misionera de la Iglesia. Otro año nos vamos a dedicar a analizar los retos que tenemos que afrontar. Y por último, la Iglesia tiene que salir a anunciar con mucha alegría a Nuestro Señor. Aquí no valen tristezas. No sirven las personas que dicen que no se puede hacer nada. ¡Solos claro que no podemos! Pero con Jesucristo podemos cambiarlo todo.

Sin comunión no hay misión, ha advertido usted en más de una ocasión.
Lo dice el Evangelio. Solo una Iglesia que vive en comunión es creíble y puede anunciar a Nuestro Señor Jesucristo. Esa es una pasión que he tenido toda mi vida. Entre otras cosas, porque por mi manera de ser no me gusta estar reñido con nadie, y cuando no hay comunión siempre tienes sospechas de los demás. Y yo no quiero tener sospechas de nadie, porque el Señor lo que me pide es que quiera a la gente.

En términos sociológicos y políticos, la realidad en España se ha vuelto más compleja y plural, también más secularizada… ¿Qué tipo de presencia, de discurso, de actitud… le exigen los nuevos tiempos a la Iglesia?
Demandan hombres y mujeres que vivan la fe no en la sacristía, sino que la expresen con sus obras y con su compromiso real allí donde están. Se necesitan hombres y mujeres que, en algunos casos, descubran su vocación de compromiso en la vida pública. La Iglesia nunca les va a decir en qué grupo tienen que estar, pero sí les va a pedir que, estén donde estén –en un partido político, en la universidad, en una profesión…–, no releguen al olvido ninguna dimensión de su fe.

Para dar testimonio de esa fe, primero hay que alimentarla. ¿Contamos con los espacios necesarios, más allá de la Misa de los domingos?
Hay que tener esos espacios, necesitamos una comunidad de referencia, un núcleo donde vivamos la fe. Yo sigo creyendo muchísimo en la parroquia. La parroquia es el mejor invento que ha tenido la Iglesia. En ella caben todos los grupos. Es una comunidad de comunidades. Allí se comparte la fe, todos juntos nos alimentamos de la Eucaristía y descubrimos eso que dijo san Agustín, de que lo que comemos –Nuestro Señor Jesucristo– es lo que debemos entregar a los demás.